La Iglesia es Madre y comprende la vida de sus hijos. Por eso sale al encuentro de las personas que, habiendo vivido una situación matrimonial calamitosa, desean, con honestidad y honradez, vivir bien de cara a su Señor.
Por la Verdad revelada sabemos que el vínculo matrimonial no puede ser ontológicamente destruido. El divorcio destruye el vínculo existente. En cambio, en la Iglesia no hay divorcio, porque es el poder de la voluntad de los que se casan el que crea este vínculo que sólo puede ser aniquilado por la muerte.
Lo que sí existe en la Iglesia es un estudio profundo para que, según el juicio realizado por los tribunales de la Iglesia y a la luz de la doctrina matrimonial, se declare la validez o la nulidad de un matrimonio, que como decíamos es un hecho jurídico. En la Iglesia no hay divorcio, pero sí hay declaraciones de nulidad o de validez.
Los hijos de la Iglesia tienen derecho a que se estudie su situación jurídica siempre y cuando lo pidan legítimamente y con honestidad.
Conviene que tengamos las ideas claras al menos en lo más elemental. Y guiados por alguna persona podemos acercarnos a este medio de auxilio, para mejorar la vida matrimonial y familiar.
Los fieles podrán encauzar su caso matrimonial, primeramente con sus pastores legítimos (párrocos, capellanes, confesores, etc.), porque viendo la historia personal de cada matrimonio o de cada individuo podrán discernir el camino apropiado, y por la orientación de ellos podrán llegar, si tal es el caso, a la sede del Tribunal.