Hace 5 años, muy oportunamente el Papa Francisco lanzó un fuerte y contundente llamado urgente a todo el mundo, sobre todo a las comunidades católicas, a cuidar de la Casa Común, con la Carta Encíclica Laudato Si’:
“El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos” (No. 13).
Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos (…). Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no solo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, “se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios”. Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades” (No. 14).
Hoy por hoy, el ser cristiano implica el cuidado de la Vida en la Tierra, cuidarla como un todo orgánico, cada ecosistema, como bien común, un bien para toda la humanidad. Detengamos su amenaza, degradación y destrucción. Cuidemos nuestra Casa, para nosotros y para las generaciones futuras. La catástrofe ecológica está a la vista y la humanidad abruptamente padece sus efectos.
Cuidar de la Tierra es cuidar de su belleza, de sus paisajes, del esplendor de sus selvas, del encanto de sus flores, la diversidad exuberante de seres vivos de la fauna y de la flora. Cuidar de la Tierra es cuidar de la mejor creación de Dios, nosotros, los seres humanos, hombres y mujeres; más aún, cuidar de manera especial los más vulnerables.
Todos tenemos el precioso deber de participar en el cuidado de nuestra Casa Común, trabajemos “con generosidad y ternura para proteger este mundo que Dios nos ha confiado” (Laudato Si’ No. 242).