“Vosotros daréis culto a Yahveh, vuestro Dios, yo bendeciré tu pan y tu agua, y apartaré de ti las enfermedades” (Éxodo 23, 25)
La experiencia del Dios con nosotros, revelado por nuestro Señor Jesucristo, es en principio una experiencia de liberación. El Padre que escucha siempre los padecimientos y dolores de su Pueblo, en su infinito y misericordioso amor, nos entrega los medios para la salvación, personal, comunitaria y social. Así como Moisés fue elegido por Dios para la liberación del Pueblo de Israel, nuestro Señor Jesucristo fue el enviado de Dios para la salvación-liberación de todos los que creen en Él, en su Palabra, y participan en su mesa eucarística.
Nuestra fe en el Dios Vivo y Verdadero, tiene su fundamento en Cristo por quien vivimos y creemos, y es en Él en donde descansamos todo sufrimiento, entre los que se encuentra, la enfermedad.
Dios que quiere vida para todos, y vida en abundancia, no quiere la enfermedad, para esto envió a su Hijo, para curar a la humanidad de todo tipo de enfermedad y dolencia. Vino al mundo a ayudarnos a recobrar la salud, a devolvernos la alegría e integrarnos a la vida comunitaria, para que ninguno se sienta solo y esté desconsolado.
Los cristianos creemos en el poder de Dios. Afirmamos que el Espíritu de Dios está presente entre nosotros, y descubrimos aún más su presencia en medio de la enfermedad. Sí, también en medio de esta enfermedad pandémica del Covid-19, que ha afectado a miles de familias que hoy sufren la pérdida de uno o varios de sus miembros. Por lo que la comunidad de los creyentes debe mostrarse solidaria, caritativa y misericordiosa, hacia todos aquellos que sufriendo esta enfermedad, padecen también las secuelas y efectos como ver disminuida su capacidad económica, quedar en el desempleo y ver en el desamparo a sus seres amados.
Los creyentes debemos contribuir decididamente en acatar las medidas de salud, apoyar solidariamente a quienes nos necesiten y actuar todos a favor del bien común, de nuestro México, al cual queremos ver y tener, sano y fuerte.
Cómo íbamos a imaginarnos este momento tan inesperado de nuestra historia presente, cómo íbamos a anticiparnos y pensar que tendríamos todos que ocuparnos por “salir” de una enfermedad, la cual de acuerdo a la estimación sanitaria es aún de muy alto contagio; de ocuparnos en ajustar lo necesario para la “reapertura” de cientos de espacios de estudio, trabajo, servicios y convivencia, los cuales por varios meses permanecieron cerrados, entre ellos las celebraciones litúrgicas con la participación presencial de los fieles; y más lejano aún, ocuparnos por vivir en una “nueva normalidad”, para la cual tenderemos que modificar, frente al riesgo de un rebrote viral, nuestra manera de pensar, comportarnos y relacionarnos.
Como Iglesia en proceso de renovación, somos conscientes de que necesitamos en nuestra vida social y en nuestra vida pastoral un cambio de mentalidad. Los signos de los tiempos nos indican que es imperativo impulsar y reforzar las acciones de reconciliación y fraternidad, que permitan a todos, especialmente a los cristianos, experimentar la esperanza de la salvación, en la construcción del Reino de Dios, que se hace presente hoy y siempre.
Unidos a la oración de toda la Iglesia, porque todo esto pase, permanezcamos en el amor de Dios. Ustedes saben que los obispos estamos unidos a la comunidad de los enfermos, en este presente histórico en el que la Salud es cada vez más reconocida como un Don de Dios, ¡y cómo lo deseamos para todos los que se encuentran en una situación de enfermedad!
Junto a nuestras hermanas y hermanos enfermos, rogamos al Padre de infinito amor y misericordia, nos deje tocar tan solo el borde de su manto de su Hijo Jesucristo, para quedar curados (Mt 14, 34-36). Así sea.
+Juan Manuel Mancilla Sánchez
Obispo de Texcoco