Todos estamos llamados a la santidad y a vivir santamente en todo tiempo y lugar, ahí donde experimentamos la vida ordinaria. La Constitución Dogmática sobre la Iglesia LUMEN GENTIUM nos dice en el numeral 40 que: “El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48), una santidad, que en la experiencia de Dios, se va haciendo cada vez más perfecta.
Una santidad que siendo perfecta, no discrimina, sino que se da en la libertad de quienes asumen la exigencia de perfección en la comunión con Dios y con todos sus hijos, según el seguimiento que cada uno experimente personal y comunitariamente, de nuestro Señor Jesús y en la edificación del Reino de Dios.
Desde el código ético del amor cristiano, el documento afirma que el Señor: “Envió a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mt 12, 30) y a amarse mutuamente como Cristo les amó (cf. Jn 13, 34; 15, 12). Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos”. Es precisamente en este texto que encontramos el fundamento de la santidad de Dios en su Iglesia, que nos llama a la perfección de esta experiencia de Amor: “En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron. El Apóstol les amonesta a vivir «como conviene a los santos» (Ef 5, 3) y que como «elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia» (Col 3, 12) y produzcan los frutos del Espíritu para la santificación (cf. Ga 5, 22; Rm 6, 22). Pero como todos caemos en muchas faltas (cf. St 3,2), continuamente necesitamos la misericordia de Dios y todos los días debemos orar: «Perdónanos nuestras deudas» (Mt 6, 12)”.
Al final de este numeral 40, se fortalece este llamado a ser, vivir y dar testimonio de santidad: “Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos.”
Bautizados, Fieles, Agentes de Pastoral y personas de buena voluntad, son llamados a ser santos, en cada una de sus relaciones, en medio de su familia, sus vecinos, sus compañeros de escuela o trabajo, con los amigos, y con todos los que nos rodean.
El llamado que Jesús hace es personal y con entera libertad; los que siguen a Jesús forman una comunidad. Estando con Jesús y en la comunidad que Él forma aprenden a actuar como el Maestro. Jesús llama a Dios Abbá (Papito) y nos propone una nueva relación con Él. “El mensaje central de la Buena Nueva es, a la vez, la revelación del corazón paternal de Dios y la revelación de la exigencia de que vivamos como hermanos: solo cuando se asumen a la vez estos dos aspectos, la revelación se hace humanizadora y liberadora; de otro modo podría ser más bien alienante”. (J. VIVES, Si oyeras su voz… Exploración cristiana del misterio de Dios, Sal Terrae, Santander 1988, 154).
Por el Espíritu Santo, la Iglesia que nace en Pentecostés es constituida en cuerpo de Cristo, y Cristo actúa por medio de ella para hacer presente la salvación en todo tiempo y lugar. La misión encomendada por Cristo se vive como un itinerario de maduración de la fe e incorporación a la comunidad cristiana, en el que intervienen los distintos ministerios, por los cuales vamos haciendo más fuerte y actual nuestra capacidad humana, personal y comunitaria, a la santidad.