“No he venido a abolir… sino a dar plenitud”.

(Mt. 5,17-18)

No piensen que he venido a abolir la ley y los profetas, no he venido a abolir sino a dar cumplimiento.

Estas palabras que forman parte del discurso evangélico, o sea del discurso fundacional de Jesucristo en el Evangelio de san Mateo, iluminan la vida de la Iglesia, no solo desde su nacimiento sino hasta los tiempos actuales.

Yo no he venido a abolir. Abolir significa minimizar, hacer a un lado, quitar, ya no hacer caso, no tomar en cuenta. Aquí nuestro Señor se refiere a la ley y a los profetas. Nos da toda una serie de principios acerca de un patrimonio y también una inspiración muy grande en lo que se refiere a las personas, a los servidores de Dios. ¿Por qué no decirlo? a la luz del Concilio Vaticano II y de nuestros planes diocesanos de pastoral; a la luz de los servidores públicos, de los servidores pequeños en las comunidades, de los coordinadores de algún oficio o trabajo entre nosotros, y sin duda se refiere a todos nuestros antecesores, en las nuevas encomiendas que se nos asignan. Yo no he venido a hacer menos a nadie, yo no he venido a quitar, yo no he venido a despreciar.

¿Por qué queremos en esta ocasión resaltar tanto esta palabra de Jesús, que forma parte del mensaje cuaresmal de la Iglesia? Porque tal parece que hoy lo contrario a esta actitud es lo que se estila en las conductas personales, profesionales y públicas y hasta eclesiales.

Estamos por vivir una experiencia muy importante en todo el país que se llama las elecciones. Se trata de que México se renueve, se trata de que México participe, se trata de que México se engrandezca, crezca, encuentre una luz y motivaciones más profundas para seguir edificando la casa común.

Se trata de una experiencia de comunión, incluso, ¿por qué no decirlo? gozosa; en donde cada quien aporte, saque desde su corazón, desde sus virtudes y desde su trabajo, lo mejor para nuestra patria. Pero como hemos dicho, tal parece lo contrario.

Aquí el principio que se respira en los ambientes públicos es el de abolir, es el de despreciar, es el de hacer a un lado a los demás, a otros. Por mil razones, pero en el fondo las principales son el egoísmo, la soberbia, el quererse uno posicionar, tomar protagonismo, agarrar mucho poder y al final despreciar la vida, el camino y destino del pueblo.

Esta palabra de nuestro Señor pues viene a iluminarnos a nosotros, los que profesamos la fe en Jesús, diciéndonos que en este tipo de servicios, de experiencias nacionales, nosotros hemos de participar con un corazón limpio, sencillo, honesto y también con un corazón contrito, convertido, para que no salga veneno, para que no queramos construir un país desde las descalificaciones, desde las desviaciones y señalizaciones sociales, que tanto dañan a las personas.

En el ambiente, este es el secreto de muchos actores públicos, abolir, quitar, hacer a un lado al otro y ofrecer, supuestamente, el propio estilo y el propio camino.

Que nosotros, los que creemos en Jesús, tengamos muy en cuenta esta palabra: dar plenitud; y dar plenitud significa respetar, valorar, acercarse, dialogar con el otro para recoger su bondad, su nobleza, porque nadie es completamente malo, ni completamente bueno. Necesitamos tanto hoy, aquí, esta clase de enseñanzas, esta clase de actitudes, que solo el Cristo de la pasión, nos puede dar. De esta manera tenemos mucho que aportar a nuestra patria, a nuestras comunidades, y a nuestra Iglesia.

Ojalá sea desde un corazón limpio, desde un corazón con un verdadero toque de comunión y de humildad, de acercamiento y respeto a los principios, a las virtudes y a los aciertos de los demás. Y no ir como se dice en México, cortando caña, sino verdaderamente haciendo un hogar, una gran familia, que se llama México, que tomando lo bueno del otro, alcanza su plenitud.

 

+Juan Manuel Mancilla Sánchez

Obispo de Texcoco