La Iglesia nació de la experiencia comunitaria de los discípulos de Jesús en Pentecostés. La promesa de nuestro Señor Jesús sobre el envío del Paráclito fue cumplida, la comunidad de los discípulos lo recibió y permaneció con ellos y con todos en la Iglesia hasta nuestros días. Es el Espíritu Santo de Dios que permanece, guía, anima, edifica y acompaña a la Iglesia.

La estructura eclesial debe parecerse cada vez más a la comunidad cristiana donde habitó desde sus orígenes el Espíritu Santo, no centralizado, con expresión piramidal y absolutista, sino en la comunidad amplia, abierta, reconciliada, fraterna, solidaria y desde una fuerte experiencia de comunión. Donde se favorezca y renueve el ideal evangélico de la igualdad, de participación y con plenos derechos de pertenecer a la Iglesia de Jesús que nos conduce al Padre.

La Iglesia querida por Cristo, tiene su comienzo en el sentido de vida comunitaria, porque las expresiones de nuestra religión Católica no se desarrolla ni se desenvuelve de manera individualista, intimista o aislada, todo lo contrario, se fortalece mediante la relación de unos con otros, desde una experiencia plena de diálogo, respeto y libertad, la misma experiencia de vida de fe que propició el Señor. 

La Iglesia-comunidad debe ser vista también desde la experiencia de fieles y de seguidores de Jesús (experiencia del discipulado), porque el fiel católico no puede, no debe, permanecer estático, acartonado, asistiendo pero no participando, no, el católico debe esforzarse por construir la Iglesia-comunidad, dando testimonio de la fe en el Señor de manera dinámica, alegre y esperanzadora.

Hacer de la Iglesia-comunidad Casa y Escuela de Comunión (Novo Millennio Ineunte No. 43), no es un factor nuevo, sino el sentido apropiado de vivir la fe en la forma exacta en cómo surgió la Iglesia: en comunidad. Así fue vivida por los primeros seguidores del Señor, y así debe seguir siendo vivida en nuestro momento histórico, como Casa donde todos cabemos y participando, y como escuela, aprendiendo de la Iglesia que es Madre y Maestra, a vivir según el Señor, en la unidad, en comunión.

Todos debemos alentar los procesos comunitarios, sin poner límites a la acción del Espíritu Santo, sino abrirnos a la experiencia de vida eclesial-comunitaria, en la gran comunidad en la provincia, la diócesis y nuestra parroquia, y en la Pequeña Comunidad que se está potenciando en los sectores parroquiales y desarrollando una fuerte espiritualidad de comunión y de servicio a la sociedad.