Sé que esta palabra, este meditar de mi corazón, no saldrá más allá de mi pequeño mundo, de mi espacio tan modesto como es, mi cazuela, mi jacal, mi vereda, mi leña, mi maizal. Con delirios de grandeza tal vez pudiera decir de México y a propósito, Dios salve a México.

Lo que medito, lo que reflexiono, lleva fe, amor y una gran esperanza. Estoy seguro de que México, reconducirá sus energías a sus raíces, a sus fuentes, a sus impredecibles cauces soberanos.

Desde antiguo, México fue distinto, plural, indómito, caprichudo y especial. Aquí la mazorca, el maíz, la tortilla, siendo tan discretos, desde siempre conllevan un haz de luz y de energías, en pocas palabras son un rayo divino que ofrece vida en mil resplandores. Y a propósito de lo divino, esto que digo lo expreso también desde la fe: en Dios, en su Hijo, y en su Pueblo.

En México los cauces de la vida son indómitos jamás domesticables, desde antes aquí conviven junto con la gallardía y el donaire, el miedo, con lo absurdo y con lo inexplicable, la lucidez, la originalidad, el buen gusto, la finura y la lealtad.

Han dicho que somos un pueblo flojo, y construimos mastabas, pirámides, acueductos, palacios, Santuarios y templos, calzadas y metrópolis. Que somos tontos, y la belleza corre a raudales en las enseñanzas, códices, calendarios, leyendas, poemas y canciones.

Que no tenemos memoria, y nuestro carácter, nuestras decisiones, trascienden. Que los grandes nos han engañado, que nos han impuesto y nos manipulan: masones, liberales, socialistas, capitalistas, pero la realidad es que no han logrado destruir el nido ni el santuario, ni los altares de la patria. Que somos violentos, y hemos soportado agresiones, abusos, rapiñas, ideologías, importaciones, imposiciones, arbitrariedades indescriptibles, con el aguante y mansedumbre de un buey o de un cordero.

Que somos corruptos, ladinos y más, y sin embargo aún no se acaban la humildad, la nobleza, la amistad, generosidad y la hospitalidad. México pueblo, no es tonto, no es flojo, no es corrupto, es inteligente y mucho más. 

Así lo demostraron las elecciones. Una vez más México ha salido adelante, libre, digno, sabio, indómito, con su grandeza trascendente de fe, de donaire y con la hermosura de sus cantos y sonrisas. Con sus flores a millares seguirá reflejando el amanecer del Tepeyac. Hagamos que la Iglesia sea un espacio digno, en el que se pueda acoger con sabiduría todo este universo nacional, que tanto requiere de evangelización y salvación.

Que la Iglesia no camine ya a la sombra de la patria, sino a su luz.

+ Juan Manuel Mancilla Sánchez

Obispo de Texcoco