Todo bautizado está llamado a la santidad, aunque nadie nace santo hay medios para llegar a serlo, con mucho esfuerzo y dedicación, la santificación es un trabajo de toda la vida y requiere de la oración constante. La oración es una práctica que desde tiempos remotos ha realizado el ser humano para dialogar con Dios, en las Sagradas Escrituras tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento aparecen infinidad de personas orando a Dios, y no se diga de los salmos –oraciones antiquísimas y bellísimas– para pedir alguna gracia y para alabar a Dios Padre. El mismo Jesús, oró a su Padre y nos heredó la oración del Padre Nuestro.

Muchos son los hombres y mujeres que convencidos y convertidos, han tomado la determinación de esforzarse por seguir y reproducir en sí mismos la vida y obra de Cristo, modelo y único camino a la santidad, e incorporaron la práctica de la oración en su vida diaria, (y no se trata solamente de religiosos), su ejemplo de vida ha inspirado a otros a moldear y a transformar su vida a imagen y semejanza de Cristo. La oración es un proceso gradual que se va enriqueciendo con la constancia, con el testimonio y con ayuda del Espíritu Santo.

A lo largo de la historia hemos visto que cuando la oración es persistente y bien realizada: con sencillez, con humildad y con caridad, tiene tal efectividad que ha generado transformaciones importantes en la vida social; una de las oraciones más practicada es la oración del Rosario y está al alcance de todos, se mira el actuar de Dios a través de esta oración, teniendo como intercesora a la Virgen María; porque como dice el padre Emiliano Tardiff ”La oración es el lado fuerte del hombre y el débil de Dios.” 

En un mundo marcado por el egocentrismo, las practicas consumistas, un mundo en que los valores cristianos se han ido perdiendo, y aunque observamos día con día una sociedad cada vez más deshumanizada llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, el tema de la fe pasa a segundo término, y consecuentemente, también la oración. Pidamos a Dios nos enseñe a orar para la sanación y salvación de nuestros pueblos y comunidades, démonos la oportunidad de tener ese diálogo con Dios como camino a la santidad; «porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor” (Ef 1, 4)