Los evangelistas en la primera etapa de la proclamación del Evangelio, no lograron descubrir el valor de la mujer en la vida del Señor. Tal vez no les parecía de mucha importancia mencionar los servicios, las actividades que ellas venían realizando en torno a nuestro divino Salvador. Así sucede ciertamente en el evangelio de San Marcos: arranca su evangelio con Jesús como un gran Profeta en medio del desierto. O como Mateo que presenta la infancia de Jesús sobre todo desde los perfiles masculinos resaltando tanto la figura de San José y de sus antepasados.

Será el Evangelio de San Lucas, el tercero en el tiempo el que se atreva a dejar acompañar a Jesús por parte de las mujeres y el caso emblemático será la Santísima Virgen, mujer escogida y tomada en cuenta, valorada, saludada, integrada a un diálogo salvífico celestial, importante y elocuente. Interesan su palabra, sus sentimientos, su condición, su parecer, su reflexión, sus aportes, incluso sus vacilaciones o temores, dudas y al final, dejar asentado que ella participó en una forma alegre, lúcida, humilde y generosa en la llegada del Mesías.

De ahí en adelante se irán integrando muchas mujeres que caminen con Jesús, que intervengan, que sean escuchadas, destacadas, ya sea por su presencia, por su acción, por su palabra, por sus aportes, como lo dirá el mismo San Lucas, de sus propios bienes para que el Señor pueda ejercer su digno ministerio. A partir de San Lucas, se retiran aquellas expresiones antifeministas: sin contar las mujeres y los niños. Estaban ahí unas mujeres, mirando desde lejos.

San Lucas y San Juan, no solo pondrán a la mujer en una posición de primera línea como la figura misma de los apóstoles, sino que ellos darán un salto mucho más arriba poniendo a la mujer como interlocutora, discípula e incluso, porque no decirlo- maestra de Jesús, como sucedió con la mujer sirofenicia, que hará caer a Jesús en la cuenta de la abundancia del pan del evangelio traído a la humanidad. Con nuestra señora en las bodas de Caná. O con Martha y María, en el asunto de la resurrección o con la samaritana en el asunto de la adoración.

Es por ello que en estas fechas, es altamente vergonzoso ser testigos del maltrato, del desprecio, de la utilización y actitud con que se está tratando a muchas mujeres de nuestro entorno comunitario, o incluso, dentro de nuestras comunidades cristianas. Con esto elevamos nuestra voz contra la marginación el abuso, el acoso, las violaciones y asesinatos a las mujeres de nuestra Patria. Este es de los crímenes más horrendos que pueden estropear no sólo los procesos culturales sino la misma intimidad del alma. Hagamos que la gracia, la finura del Evangelio se difunda desde la enseñanza de los presacramentales, la evangelización y catequesis, predicación de la palabra y cumplimiento de la misión.

Que en nuestras parroquias, en nuestras diócesis, nunca más tengamos que lamentar un feminicidio, sino que tengamos la experiencia de ver a la mujer sonriente con acceso al desarrollo más pujante de la Salvación.