La Pascua es la celebración más importante de la Iglesia católica, donde se conmemora la Resurrección de Jesucristo el Salvador.
La raíz de nuestra Pascua viene desde la Pascua judía, cuando Dios libera al pueblo de la esclavitud del Faraón. La Pascua marca el día de independencia de Israel y el nacimiento de la nación (Ex. 12,1-2). Posterior al evento histórico de la primera Pascua, el propósito de la celebración era que el pueblo recordara una vez al año, con sus cinco sentidos, los detalles específicos de la obra maravillosa de redención que Dios había realizado a su favor en Egipto (Ex. 12, 4). En la pascua, Dios derramó sangre, la sangre de los primogénitos de Egipto. Pero al mismo tiempo, pasó por alto los hogares de aquellos israelitas quienes, con fe obediente, cubrieron los dinteles de sus casas con la sangre del cordero sin defecto que habían inmolado con sus propias manos.
Toda nuestra liturgia pascual gira todo alrededor de la Pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, él nos ha liberado con su sangre y nos ha dado la salvación. Todo parte desde el aspecto preparativo del miércoles de ceniza hasta llegar al culmen en la resurrección. En todo este proceso del caminar los fieles cristianos nos vamos preparando para recibir con alegría este gran momento,
Partimos desde el Domingo de Ramos, donde Jesús es proclamado rey e Hijo de David, y en la liturgia de ese día conmemoramos la Pasión del Señor, y de ahí los días santos hasta llegar al Jueves Santo donde el Señor nos entrega el mandamiento del amor y el servicio.
El viernes nos enseña que la muerte es el camino que nos tiene que conducir a la cruz, y que nos invita a imitarlo en el dolor y en el sufrimiento -lo que nos viene muy propio en esta pandemia-, nos ayuda a entender el misterio salvífico y la confianza en él.
El sábado, la Iglesia permanece en silencio hasta la noche de la Vigilia pascual, que san Agustín decía que era la madre de todas las vigilias, la noche santa donde el cielo se une con la tierra, donde el Cirio que representa a Cristo iluminó las tinieblas; las lecturas que nos van encaminando a toda la historia de la salvación, hasta llegar al momento culmen del canto del himno de Gloria, lleno de júbilo y gozo que nos trae el recuerdo de la resurrección del Señor. (Mc 16, 6; Mt 28, 5-6; Jn 20, 8-9; Lc 24,6-7).
Lo más importante de este momento es la alegría que tiene que invadirnos, y que aunque con problemas y dificultades esperemos con ansias el gran momento de nuestra Historia. En realidad el Señor ha resucitado, Él es nuestra pascua definitiva.