En este año 2018, la fuerza de los jóvenes es centro de interés de la Iglesia, y su presencia, determinación y voz está siendo retomada, dialogada y analizada por el Papa Francisco, 267 padres sinodales y 34 jóvenes de los cinco Continentes, que se encuentran reunidos en la Ciudad del Vaticano hasta el 28 de octubre, para participar en la XV Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”.

Durante más de un año se consultó a cientos de miles de jóvenes de todo el mundo, a través de diferentes espacios y plataformas que se organizaron para reflexionar, celebrar, escuchar y recibir los aportes y vivencias en torno a su experiencia de fe y los desafíos del mundo actual.

Por ahora lo que se avizora hacia un futuro próximo, prácticamente en todo el orbe, es una juventud perseguida, lastimada, rechazada y marginada, al grado de contarse por millones los jóvenes asesinados por defender causas humanas, sociales y ambientales, sus oportunidades de estudio, empleo y desarrollo. Pareciera que las sociedades, y en particular, los gobiernos, tienen odio por las nuevas generaciones de jóvenes que más que representar un horizonte de esperanza, representan en los hechos, una amenaza.

Muy coincidentemente, un día antes del inicio del Sínodo de los Jóvenes (3 de octubre), en México, se conmemoraron 50 años de la masacre de Tlatelolco de 1968, donde la juventud se convirtió en un rehén del escarnio, censura y represión política. En nuestro presente es inconcebible que aún en los albores del siglo XXI, sean precisamente los jóvenes los que agrandan las cifras de los caídos en hechos delincuenciales o por el narcotráfico; secuestrados, encarcelados, asesinados, también por las fuerzas de seguridad, que aún siguen viendo en la juventud la criminalidad, y no la falta de oportunidades que se les han negado.

¡Cuántas vidas destruidas! ¡Cuántos futuros destrozados! ¡Cuánta indolencia!, tomando en cuenta también el creciente número de feminicidios, de la promoción del aborto, en razón también de los altos índices de embarazos entre los adolescentes, familias rotas, desesperadas, que viven con miedo y transmiten esto mismo a quienes hoy también persiguen sueños, deseos y libertad.

Desde la Iglesia estamos haciendo mucho, pero podemos hacer más, sobre todo reafirmar nuestro compromiso por ellos, y no solo por los que tienen el tiempo de visitar las parroquias, sino por todos donde quiera que se encuentren. Tenemos la responsabilidad histórica de atenderlos y apoyarlos; porque ellos son la Iglesia joven, continuadora del proyecto del Reino de Dios, anunciado por un joven de nombre Jesús.