“Él no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12,27). Qué importante es recordar y reconocer esta cita del Evangelio en la víspera de la conmemoración de fechas tan especiales para los católicos en México, el 1 y 2 de noviembre: La Fiesta de todos los Santos y de todos los Fieles Difuntos, respectivamente.

Mucho más importante es recordar esa cita en este tiempo largo de solidaridad por la pandemia del Covid-19, porque no existen condiciones óptimas para celebrar de la manera en que acostumbramos: acudiendo a los panteones, participar en Eucaristía multitudinarias, visitar a la familia y convivir con las amistades. Por lo que es necesario recuperar la fe en que todos somos del Señor, pertenecemos a su Iglesia, estamos llamados a ser santos y somos capaces de vivir desde ahora esta santidad querida por Dios para cada uno de nosotros.

La Santa Iglesia celebra la comunión de todos los santos, con los que seguimos actuando en la vida cotidiana, en el esfuerzo diario de anunciar la Buena Nueva y de hacer la voluntad de Dios, pero también con aquellos que ya se encuentran en la presencia del Padre.

La Iglesia es “sacramento universal de salvación” (GS 45), y la resurrección del Señor es el triunfo de quienes ya gozan de la vida eterna en la luz de Dios y triunfo en la esperanza de una feliz espera de que algún día nos reuniremos todos juntos con el Padre en el Cielo.

El recorrido de la fe, personal y comunitaria, siempre actuante, constante y perseverante, adquiere para la Iglesia un sentido peregrinante y militante, porque se desarrolla de un modo dinámico, corresponsable y con un fuerte sentido de pertenencia de parte de todos los bautizados, para mantenerse fieles ante las adversidades y fortalecidos en una única Iglesia que profesamos santa, católica y apostólica.

La Constitución dogmática “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II afirma que “hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles, y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinos en la tierra, otros, ya difuntos, se purifican, mientras que otros están glorificados, contemplando a Dios mismo, uno y trino, tal cual es; más todos, en grado y modo diverso, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo, y cantamos el mismo himno de alabanza a nuestro Dios” (LG 49). En efecto, todos los que son de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en Él.

Creer en la comunión de los santos, es tener presente nuestra propia santidad, reconocer los testimonios y virtudes de las santas y santos, y de quienes, en el amor infinito de Dios, esperan el día en que resucitarán con Cristo.

En la presencia del Señor, continuemos creciendo como Iglesia, con mucha fe en su presente y porvenir; en la Iglesia que formamos todos los bautizados, y en el proyecto del Padre que quiere vida integral para todos.