“Queridos Obispos queremos Pan de Vida; Obispos devuélvanos la Eucaristía” es el grito que se ha hecho sentir recientemente, de parte de algunos feligreses, tal vez de muchos. No estoy cierto que en nuestra Provincia Eclesiástica el clamor sea compartido por todos nuestros lectores. A partir de esta súplica pongo ante ustedes algunas reflexiones que nos ayuden a discernir espiritualmente la Voluntad de Dios.
Vivimos un tiempo de especial dificultad, de prueba, para el cual no estábamos preparados. Es probable que el cansancio del encierro en casa nos lleve a la desesperación y a sentir que necesitamos urgentemente la Celebración Eucarística, presencial, no virtual. Quisiéramos respuestas seguras ante preguntas, que el mismo confinamiento nos ha hecho plantearnos. No es mi objetivo responder a ellas, ni al planteamiento serio: ¿Cuándo volverá la Eucaristía a nuestras vidas? No hay respuesta conveniente. Podemos vislumbrar que la apertura de los Templos, la Misa y los demás Sacramentos, será paulatina. También descubrimos que la vida sacramental ya no será igual a como la vivíamos.
¡Queremos la Eucaristía ya! ¡necesitamos la vida sacramental ya! ¿Para qué? El escenario que vivimos impulsa a la búsqueda de sentido, el sentido de la vida cristiana. La Celebración Eucarística es para los Cristianos de verdad, ¿Deseamos ser auténticos Cristianos? ¿Necesitamos afianzar nuestra adhesión a Cristo, para vivir la fraternidad y poner en común nuestros bienes? ¿por ello nos hace falta la Eucaristía? ¿es ésta la razón de fondo?
La Eucaristía es Pan de Vida, no de cualquier vida, sino de Vida Eterna. Sin embargo, antes de la pandemia, la celebrábamos como una acción cultual más; cometimos muchos abusos quitándole su valor sagrado. Ello merece nuestro arrepentimiento y llanto, nuestra súplica de perdón a Dios, porque nos hicimos ciegos al sentido de Eternidad.
Por el amor de Dios, si necesitamos la Eucaristía, cuando tengamos la oportunidad de volver a celebrarla en comunidad, devolvámosle su sacralidad, esto implica para nosotros, participar de ella en los templos, ¡no más en las calles! por caridad, ¡no más sobre coladeras! no en la mesa de los tamales, sino en el Altar. Cuando participemos de este Sacramento, que sea reconciliados, confesados, arrepentidos, guardando el ayuno eucarístico, habiendo hecho penitencia. Es mi esperanza volver a la misa en el templo, bien dispuestos, abiertos al deseo de la Vida Eterna que Jesucristo Resucitado nos ha dado.
Nos interrogamos, a la luz del Espíritu Santo, porqué queremos la misa ya. ¿Se nos ha ocurrido pensar alguna vez en esta cuarentena que la Jerarquía de la Iglesia nos ha privado, arbitrariamente, de la Eucaristía y del sacramento de la Reconciliación, por capricho? ¿Hemos considerado que nuestros jerarcas tomaron esa decisión iluminados por el Espíritu de Dios, espíritu de vida, buscando precisamente la vida, atendiendo el llamado a no exponernos al contagio ni a la propagación del virus covid-19? Hacemos un llamado a reconocer que la disposición, que ha sido dolorosa para todos, fue por amor a nosotros.
Traer paz a la mente y al corazón implica reconocer que una de las virtudes que identifica a un Cristiano, siguiendo a su Maestro Jesucristo, es la Obediencia, que Él mismo nos enseñó haciéndose obediente hasta morir en la Cruz. Seamos obedientes, muriendo como Jesucristo, a nuestros criterios egoístas. La celebración de la Eucaristía volverá a ser presencial cuando nuestros Pastores nos lo indiquen; entre tanto, volvamos a la raíz, guiados por San José Sánchez del Río, que ha dicho: “nunca fue tan fácil ser santo” aceptando el martirio en el tiempo de la persecución Cristera. Nuestra vocación última, lo que Dios quiere de nosotros, es la Santidad. Hoy tenemos regalada la oportunidad de vivir santamente: ¡Obedeciendo!