Este día, segundo Domingo de Pascua, Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco ofreció durante la celebración Eucarística, su homilía:

 

«Mi Señor y mi Dios». Queridos hermanos el día de hoy toda la Iglesia recoge con tanta emoción este texto del Santo Evangelio, ya al final del escrito del evangelista San Juan, y yo espero junto con ustedes recoger la sustancia de este mensaje.

En primer lugar observemos un detalle, puede ser muy sencillo, para nosotros es muy importante. Estando cerradas las puertas.  
Desde que el hombre pecó muchas puertas se han cerrado, el pecado es cerrar puertas. Hoy somos especialistas, ya nos especializamos en cerrar puertas. Muchas puertas están cerradas. La principal, la del cielo estaba cerrada, bueno, desde que Cristo se encarnó las puertas del cielo se abrieron. Cuando Él nació las puertas del cielo, se abrieron, vinieron los ángeles cantando ¡Gloria a Dios en el cielo! y también en la tierra.

Cuando Cristo se bautizó se abrieron las puertas del cielo, bajó el Padre, habló, este es mi Hijo predilecto, mi Hijo muy amado. El Espíritu se posó en Jesús y ahora que ha resucitado definitivamente las puertas principales, que son las del cielo, ¡se han abierto! como decían los antiguos: «las puertas están abiertas, sobre todo las del corazón»; del corazón de Dios, del corazón de Jesús. Y por eso mis queridos hermanos, la Iglesia recibe una lección muy importante, tenemos que abrir las puertas.

Vean lo que dice todavía en el Apocalipsis, aquel que está vivo, que es el alfa y la ómega: «Yo soy el primero y el último, alfa, ómega, el que vive, tengo las llaves de aquí y del más allá, de la vida y de la muerte.

La Iglesia debe ser llaves, los cristianos, puertas abiertas. Es también muy hermoso ese texto cuando entra Jesús, porque aun cuando se pone en medio de los discípulos, Él se orienta hacia sus discípulos.

Bien, queridos hermanos, recogemos nosotros esa invitación, esa praxis de Cristo, «abrir las puertas». Tenemos que abrir las puertas del corazón, no tenemos que dejarnos llevar por esa sombra del mundo, de muerte, de violencia. Nosotros, aunque sea modestamente hemos de abrir los corazones, los ojos, todo nuestro ser para glorificar a Dios y para convivir, para cuidar, para servir, consolar a nuestros hermanos. Y así lo hace Jesús, «la paz esté con ustedes”.

¿Cuántas cosas nos perturban?, ¿con qué facilidad perdemos la paz? Tres veces en el Evangelio de hoy, el gran constructor de la paz, al que el apóstol san Pablo llamó «Él es nuestra paz». Saluda a los discípulos repetidamente. Sabemos que en el lenguaje bíblico, tres es un número de perfección, completo, ¡perfectamente, en serio, de corazón! La paz esté con ustedes.

Yo, indignamente, su obispo, a todos les digo: La paz esté con ustedes. Seamos dignos o no seamos, estemos atentos o no estemos, queramos recibirla o no queramos recibirla; la paz esté con ustedes.

Queridos hermanos, ese es el Cristianismo, construir la paz, luchadores, oferentes de la paz de Dios en su familia, no cierren puertas al esposo, a la esposa, a los hijos, a sus padres, a las personas mayores, ¡abramos el corazón!

«Les mostró sus manos, les mostró el costado» otro texto dirá «les mostró las manos y los pies» ¡Cómo es hermoso este detalle de Jesús! mis queridos hermanos, porque ahí están las pruebas de su amor intenso, de la donación total de su vida, ese es el sello de Jesús, se entregó, decía San pablo: «me amó y se entregó por mí».

Hoy a mí me gusta mucho repetirlo, los cristianos seguimos teniendo muchas personas que nos hablan de un amor grande, de un amor limpio. Yo quiero pensar en muchas mamás, en muchos papás que gritan a sus hijos, ¡mira mis canas, mis callos, mis arrugas! Qué satisfacción queridos hermanos, decir, «he dado la vida, me he sacrificado, yo me entregué por ti! Y nosotros aprender a leer, y nosotros aprender a recoger y a valorar la donación de la vida de tantas personas que se han entregado silenciosamente, modestamente, constantemente, fielmente como Jesús. «Miren mis manos y mis pies» por eso el pueblo de Dios ha adorado con todo su ser, y ustedes y yo no perdamos eso, ¡adoremos a Jesús con todo nuestro ser! ¡Entreguémonos a él! ¡Echémonos por tierra para adorar a Jesús! porque él lo dio todo y todavía nos dará todo su reino.

Lo más hermoso queda por venir, lo más grande que hará por nosotros está por llegar, cuando cómo decía san pablo, «estaremos  siempre con el Señor».

«Reciban Espíritu Santo». Otra vez mucha muerte, mucho descuido, mucha apatía, mucha enfermedad del alma, caminamos como sonámbulos, se han acabado muchas expresiones radiantes de amistad, de encuentro. Qué bueno que hoy Jesús dice «reciban Espíritu» caminen como gente que tiene chispa, frescura, fuego, amor, cordialidad, simpatía, interés no anden ahí todos descuidados, adormilados, con ganas de morirse, con ganas de arrastrarse.

«Reciban Espíritu» caminemos, vivamos, trabajemos de veras, tratemos de servir con Espíritu. Que se note la calidad de vida que Dios por su misericordia nos ha dado. La espléndida vitalidad que Jesús nos regaló con su doctrina, con su Iglesia Católica, con su Cuerpo y con su Sangre, con el Espíritu que está con nosotros.

“Y perdonen” Cuántas veces, a mí eso sí me da tristeza, en la Iglesia no hemos hablado claro, sí tenemos que conservar ¡con celo! el sacramento de la Confesión, porque ese es un sacramento, un acto solemne, un acto específico en nombre de Cristo.

Pero también los creyentes, también en la casa, en la calle y en lo cotidiano tenemos que aprender a perdonar. Perdonen los pecados, sino no van a poder vivir, van a estar siempre esclavizados, siempre rencorosos, siempre envenenados, perdonen los pecados. Hagamos este ejercicio, el corazón humano no da para tanto, pero el corazón de Cristo, sí. Amamos con el corazón de Dios, “ámense como yo los he amado” decía Jesús.

Cada que tú perdonas, ahí, con dificultad o con rabia, se hace presente Dios. Ante todo está contigo, ante todo santifica tu corazón. Llena de luz tu camino, tu vida, tu ser íntimo.

Vean todo lo que nos va enseñando nuestro Señor, lo que nos regala y luego dice el Evangelista “pero Tomás no estaba con ellos” ¡Qué importante es estar con la familia, con la Iglesia, bueno, yo sé que ustedes valoran el estar con la familia, recobremos ese gozo de estar en familia, con nuestros seres queridos que Dios nos regaló, vuelvan a comer juntos siempre que puedan! Queridos hermanos, a ver cómo nos organizamos pero recobremos esas costumbres cristianas, familiares, estar juntos. Poner calidez en lo cotidiano, que de gusto estar juntos, quitemos malas caras, quitemos lo que no esté bien; porque también a veces debido a eso mucha gente se va. Por eso, el discurso cristiano, el espíritu cristiano desde cosas tan pequeñas nos da una gran luz de vida.

Tomás no estaba con ellos, ¿dónde estaría Tomás? Por qué se fue el apóstol Tomás, no estaba.

No estar es perderse muchas cosas, muchos papás no estuvieron con sus hijos cuando más los necesitaron, qué cosa tan dura, muchos hijos ya no quieren estar con sus papás cuando más los necesitan, ¡cuánto!, ¡cuánta grandeza!, ¡cuánta bendición se están perdiendo!

Hermanos, ustedes y yo agarremos hoy este mensaje precioso, yo tengo que estar, yo tengo que estar en mi diócesis, yo tengo que estar en mi familia, yo tengo que estar en mi trabajo, yo tengo estar, y ahí aparece Jesús, ahí aparece Dios, ahí llegan las bendiciones de Dios.

Tomás no estaba. Ustedes están, ¡qué cosas no estará haciendo el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo en ustedes! ¿Por qué? Porque están adorando, escuchando, buscando, abriendo su alma, poniendo cuidado, yo no tengo palabras para felicitarlos por la atención que siempre dan a la palabra del Obispo, del Pastor, son ya muchas ocasiones en que yo descubro y disfruto el cariño del pueblo para Dios, para escuchar su palabra y cuidadosamente, vayámosla todos, rumiando, recogiendo, encarnando, concretizando. Nosotros sí estamos aquí, ¡bendito Dios!

Hoy, este domingo, aquí está el obispo con su pueblo, aquí está el pueblo, aquí están las familias, aquí estamos. Imagínense todas gracias que están brotando, que están bajando para esta comunidad, ahora que adoramos a Dios y escuchamos su Palabra y lo contemplamos en la fe.

“Señor mío y Dios mío” Yo creo que estas son de las expresiones inmortales que han llenado de luz y de paz a muchos corazones, “Señor mío y Dios mío”. La Iglesia en su sabiduría popular, la repite siempre que viene la consagración del Cuerpo y de la Sangre de Jesús, ustedes díganlas.

A mí sí me ha gustado investigar, bueno y ¿cómo diría Tomás en arameo? ¿En la lengua de Cristo esto cómo se dice? ADONAI VELOHAY, y apréndanselo “mi Señor, mi Dueño, mi Todo y mi Dios”.
Ahora digamos, “Señor mío y Dios mío”, con esas palabras te tumbas a Cristo (estoy hablando familiarmente) con esas palabras te robas a Cristo, con esas palabras llegaste hasta el corazón de Jesús, ¿qué te digo? pequé, me fui, te fallé, no entendí pero sigues siendo mi Señor y mi Dios. Aunque no sepas rezar, aunque te cueste rezar.

“Tú crees Tomás porque me ves, dichosos los que sin haberme visto han creído”. Yo tengo una intuición, una certeza… pero grande de que Jesús le dijo a Tomás, “yo voy a tener gente, yo voy a tener amigos, que sin haberme visto han creído, creerán” y en realidad somos más los que tuvimos la dicha de no estar, históricamente, cerca de Jesús, pero lo amamos, lo valoramos desde la fe sin haberlo visto, hemos creído.

Yo sí les confieso, en ocasiones le he dicho -Señor, yo no te quiero ver, aunque un día ande muy místico y muy santito que me crea, porque soy un pecador, pero si un día yo te llego a decir, déjame verte, no me hagas caso. Mientras y esté en este mundo, no te quiero ver radiante, resucitado. Yo te quiero ver hasta el día final, ahorita no. creo en ti, creo, te amo, te veo en mis hermanos, te veo en mi servicio pastoral, te veo en mis semejantes, te veo en los demás, ahí te veo, y ahí quiero seguirte viendo. Tuve hambre, tuve sed, estuve enfermo, ahí quiero verte, no en los altares, no en el sol, en las nubes, no. Yo quiero ser de esos amigos que tú esperabas y que querías presumir: “dichosos los que sin haberme visto han creído”.

Vean mis queridos hermanos ¡cuánta dicha! Vean ¡cuántas bendiciones tenemos nosotros porque creemos, amamos, adoramos a Jesús! “Señor mío y Dios mío”. Así sea.
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Durante la oración Universal, la asamblea elevó sus oraciones por los obispos de México que del 8 al 12 de abril se reunirán en su 95 Asamblea Plenaria, y Mons. Juan Manuel pidió especialmente por la pequeña Valeria Hernández de Jesús, de 4 años, que desapareció el 1° de abril de 2013 de la Plaza Bicentenario en la Ciudad de Texcoco; y por todas las personas que han sido secuestradas.

En el atrio se distribuyó la oración de “la Divina Misericordia” a todos los fieles, ya que este segundo domingo de Pascua se celebra al Señor de la Misericordia, día instituido por el Papa Juan Pablo II.

 

  
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