La humanidad sigue sorprendida ante los dramáticos efectos de un virus (COVID-19); miles de personas se han visto en una situación de extrema fragilidad con la valiosa oportunidad de revalorar la salud y la vida. Todos podemos hacer algo por los demás, cada uno es capaz de cargar solidariamente a otro.
Jesucristo, el Buen Pastor, en medio de esta pandemia, sigue llamando a hombres y mujeres de toda raza, pueblo y edad, para que, siguiéndolo, encuentren el auténtico sentido a su existencia y descubran la propia manera de servir.
Ante la crisis sanitaria, la Iglesia está viva e invita a seguir a Aquel que es la Vida; y es que si la Iglesia se mantiene con vida es porque su Señor está vivo, ¡Él ha resucitado!
Durante meses hemos sido testigos de tantas muestras de apoyo. Bajo circunstancias adversas nuestro corazón advierte el noble deseo de tender la mano a quien lo necesita. Pero, antes de que podamos ver el sufrimiento del otro, ya el Señor nos ha mirado a nosotros; toda vocación nace de la tierna mirada del que nos ama y ello nos impulsa a decir ¡gracias! Surge la convicción de no estar solos, de estar acompañados.
El dolor nos hace conscientes de nuestra frágil condición humana. En los problemas cotidianos, en los momentos de angustia o desesperanza, hallamos fortaleza en Aquel que nos invita a comprometernos. Siempre el llamado implicará descubrir y potenciar nuestra capacidad de donación, entrega y servicio.
Al contemplar un desafío como este, surge inevitablemente la duda: ¿podré con esto? ¿Seré capaz de mantenerme en el camino? ¿Tendré las capacidades? La vocación nace en el seno de una comunidad. La Iglesia nos enseña a caminar juntos, sin aislarnos y ante toda incertidumbre nos anima a ser valientes, a no tener miedo. En ella formamos una familia.
Hoy, como en otras épocas, la Iglesia da a luz hijos dispuestos a abrir los oídos para escuchar la voz del Señor, para oír el clamor de quienes sufren; hijos decididos a elevar, sinfónicamente, un cántico de alabanza a Dios que sigue actuando en medio de su pueblo.
Los cristianos de la era digital ¿estaremos dispuestos a abrazar o a seguir abrazando un estado de vida como lo son el matrimonio, el orden sacerdotal o la vida consagrada al servicio de Dios y de su Iglesia? ¿En este tiempo y en todos los tiempos?