Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“No hay amor más grande, que dar la vida por los que se ama”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, junto con toda la Iglesia hoy contemplamos todo ese camino de vida generosa, sacrificada, que tuvo Nuestro Divino Señor; al llegar a la cruz, Él nos dejó la enseñanza más alta que pueda existir sobre la tierra; porque hay muchos estilos, hay muchos consejos, hay muchas opciones para vivir, y tal vez hoy, también para morir. Pero el camino de Jesús queda muy claro, la ruta de Jesús es el amor, amor a Dios, amor al Padre Celestial, con esta característica la ‘obediencia‛, porque la obediencia nos echó a perder todo.
Con la desobediencia se rompe profundamente la voluntad de Dios, los proyectos de Dios, y por eso Jesús tendrá como principio y criterio de vida, “obedecer” hacer la voluntad del Padre; desde niño, cuando estuvo en el Templo, que se había perdido de sus papás: ¿por qué hiciste esto? “porque debo ocuparme en las cosas de mi Padre”; su prioridad desde siempre desde, la eternidad y desde niño, ‘obedecer′, acatar la voluntad del Padre Celestial, y eso fue en todo momento, obedeció cuando predicaba, cuando enseñaba, obedeció cuando se movía, se desplazaba, obedeció cuando era cuestionado, ofendido, perseguido, y finalmente humillado hasta la muerte, y como ven, muerte de cruz.
En el relato de la Pasión según San Juan, aun cuando la adversidad, aun cuando el sufrimiento, se echan encima de Jesús, en una forma avasalladora y fatal, Jesús se conserva digno, limpio, inocente, fuerte, sabio; dice al principio del relato: ‘Jesús sabiendo todo, se adelantó y les dijo, ¿a quién buscan?′ Él mantendrá un equilibrio profundo en su corazón, en su mente, en su vida: y además Nuestro Señor, conserva la soberanía de su misión, “¡salvar!”, que no se pierda nadie, ‘no se perderá ni uno, de los que tú me regalaste′; todo esto cómo nos consuela mis queridos hermanos, porque en realidad ‒yo me permito decir‒ descubro en la Iglesia realmente, esa grandeza espiritual de Cristo, habiendo tantos vendavales, tantas descalificaciones y rechazos, la Iglesia sigue adorando al Padre, buscando su santa, su sagrada voluntad, y ocupada en la salvación de los hombres; que los hombres conozcan la verdad, que los hombres luchemos por vivir en el amor, en la fraternidad, porque los hombres mantengamos la ruta clara de que vamos hacia Dios Nuestro Padre.
“Más vale que muera un solo hombre, y no todo el pueblo”, esta es de las grandezas infinitas de Cristo: Él. en lugar de los demás; de hecho su sacrificio es para que nunca más, queramos estar bien con Dios, a costa de otros, utilizando a otros; de hecho con Jesús se acabaron los sacrificios de palomas, corderos, bueyes, cualquier tipo de animales ‒y sobre todo‒ el sacrificio de personas, el sacrificio de los seres humanos, porque Él vino a dar la vida por todos; nunca más sacrificar un ser humano para quedar bien con Dios, como muchas veces y en muchas culturas, así sucedió. Aquí mismo, en muchos pueblos ciertamente en la gran Tenochtitlan, se sacrificaba a los jóvenes, a los guerreros, a los enemigos. En Yucatán, en el Reino de Yucatán, se sacrificaba a las jovencitas, a las mujeres más bellas, se les arrojaba a los cenotes sagrados, para adorar y quedar bien con la divinidad. “Más vale que muera uno, y no el pueblo”, qué verdades y qué liberación tan sublime, la que Jesucristo nos ha enseñado, la que Jesucristo nos ha traído.
Por otra parte brilla en el relato del Santo Evangelio, “Yo soy” “¿a quién buscan?” ‒a Jesús‒ “Yo soy”; esta expresión, en la Sagrada Escritura, es propia, única de Dios “Yo soy, el que Soy”, ‹Yo soy el principio y la fuente de la vida›. Hay dos momentos interesantes en donde Pilato dice: “Aquí está el hombre” «eccehomo»; se decía mucho en latín “este es el hombre”, este es el hombre que esperábamos, este es el hombre que nos redimirá, este es el hombre agradable a Dios, este es el hombre que esperábamos y necesitábamos; y en otro momento, ‹“Aquí está su Rey”, ese hombre es el rey de los judíos› ‒eso es muy poco‒ Jesús es el Rey de toda la humanidad, de toda la historia, de todos los tiempos, de todos los mundos, ‒como nos lo dice claramente San Pablo‒ ‘En Él Dios depositó, sabiendo que había puesto todo en sus manos, Él se mantuvo fiel a Dios, “¡Me ha sido dado todo poder! en el cielo y en la tierra”, “¡Vayan!, enseñen, perdonen y curen, a todos los que sufren′.
Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, demos gracias a Dios porque en Jesucristo nosotros encontramos la salvación, porque gracias a Jesucristo aprendemos verdaderamente la verdad, la luz de la vida, los criterios, las conductas perfectas para la salvación y para realización personal, y también salvación de toda la humanidad. El amor de Cristo se manifestó en la pequeñez, en la humildad, en el sufrimiento, en la obediencia, en el silencio, en la esperanza, y eso, es mucho más grande que la venganza, los pleitos, las amenazas, los ofuscamientos, los gritos, los desparpajos, y pues sobre todo la violencia; Jesucristo nos enseñó que obedeciendo al Padre Celestial en recogimiento, en seguridad de que Dios hace justicia, todo y todos nos salvaremos. Así sea.
