Misa de Unción de Enfermos
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
17 abril de 2019
“Hermanos míos, ¡sufren, hagan oración; ¿están alegres?, canten al Señor; ¿están enfermos?, llamen a los presbíteros que los unjan, que invoquen al Señor”.
Queridos hermanos, pues felicidades porque ustedes conocen esta Palabra, porque ustedes hacen caso a lo que el Espíritu Santo nos ha ido revelando para el caminar por la vida, y ciertamente nos quedan claras estas cosas.
En el sufrimiento hay que abrirnos inmediatamente a Dios. Cuando tengamos una pena, acudir al Señor. Hoy cuando se sufre se piensa en el seguro, se piensa en la Cruz Roja, se piensa en el médico, se piensa en el hospital, se piensa en la pastillita fulana de tal, se piensa en el dinerito; bueno hoy a todos que se nos quede bien claro «sufrimiento-enfermedad» buscar a Dios, primero el Señor, en mi vida sea cual sea la circunstancia, primero Dios. Invocarlo, abrirle el alma tal y como la tenemos ‒desgarrada, amargada, temerosa‒ abrirnos al Señor, buscar al Señor, pedirle su ayuda, que venga, que camine, que se haga fuerte la santidad, la fortaleza, la gracia, el cariño que Él nos tiene.
Y luego el Apóstol da un pasito más, y es muy bello, “piensen en las cosas de Dios”, piensen en los servidores de Dios, que los presbíteros les hagan oración, que los presbíteros los acaricien, que los presbíteros les impongan las manos, es una de las tarea que nosotros los indignos representantes de Dios tenemos. Muchas veces alguien podría pensar que nos gusta andar saludando gente, ¡no!, nos gusta bendecir, nos gusta acariciar, nos gusta poner en las manos de Dios las penas, las angustias, el sufrimiento que ustedes llevan.
Y este es un momento muy solemne y en una etapa muy bonita cuando tenemos como modelo de vida a Jesucristo Nuestro Señor, cuando Él sufrió el momento más terrible invitó a sus apóstoles y es dijo “a ver vénganse, vénganse conmigo”, y luego Él se puso en las manos del Padre y Dios le mandó un ángel o ángeles que lo consolaran y bueno, es bonito todo ese dinamismo. Entonces recordemos, hay un dinamismo de vida, hay un dinamismo de salvación, hay un dinamismo en el que nosotros vamos recibiendo la bendición, la gracia, la fortaleza, lo que necesitamos en esas etapas adversas.
Pues ahora queridos hermanos solo decirles, los sacerdotes queremos acercarnos a ustedes con el aceite sagrado; los apóstoles en nombre de Cristo nos dejaron el aceite de la salvación, el aceite de la fortaleza, el aceite del consuelo. Ayer precisamente que consagrábamos los aceites sagrados, se decía mucho que el Profeta, que el patriarca, que el rey David había dicho “En mi pueblo existirá el óleo, el aceite de la alegría, de la salvación”. Es lo queremos ofrecerles un detalle de cercanía, una caricia de parte de nuestro Señor, un imponerles las manos porque eso significa “Quiero que el cielo baje a tú cuerpo, quiero que el cielo te proteja, que Dios nuestro Padre, que Jesucristo te toque como tocó a tantos ciegos, a tantos cojos, a tantos paralíticos, que te toque, que te alivie en tus penas.
Si la voluntad de Nuestro Señor es una salud X, Y, o Z, esa es su voluntad, ese es su proyecto; lo que ciertamente les garantizo, ustedes acercándose con fe a recibir los sagrados sacramentos, reciben el consuelo, reciben la fortaleza, la salud espiritual; y la angustia y la desesperación se van. El sacramento nos quita toda desesperación, toda amargura fatal y nos da la paz de Dios. En su nombre sagrado queremos ofrecérselos. Así sea.