Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

Ordenaciones Diaconales

18 de marzo de 2022

“E hizo cuanto le ordenó el Señor”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, estamos dando gracias a Dios por el regalo de este gran hombre, patriarca, San José; y él inspira lo que nosotros estamos haciendo, y él inspira muchas áreas de la Iglesia, que cómo bien sabemos se trata de cuidar, tutelar, la casa de Dios; si alguien ha tenido esa confianza, si alguien ha gozado de esa confianza de parte del Padre, para entregarle lo más precioso, su Hijo, la Madre de su Hijo, y hoy la iglesia, es el patriarca San José.

Y junto con ustedes yo quiero contemplar la personalidad, la figura, el ser y la misión de San José, que pues tiene que ser en pocas palabras, porque es así como las cosas de Dios se disfrutan verdaderamente; en primer lugar vemos como San José ‒así comienzan los textos sagrados‒ está encaminado, direccionado, hacia la Santísima Virgen, a Cristo, al Espíritu de Dios, a la voluntad del Padre, ese es su secreto. La Iglesia tiene una oración muy bella en la eucaristía y dice ‹Y porque no vivamos ya, para nosotros, qué no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él, que por nosotros murió y resucitó, envió a su Espíritu Santo› nos hizo la Iglesia, nos regaló la Iglesia. Entonces, queridas hermanas, mis queridos hermanos, sobre todo seminaristas, y ustedes jóvenes que acceden al Orden de los Diáconos, yo estoy seguro que ustedes a partir de hoy, van contemplar y van a vivir orientados, disponibles para las cosas de Dios, para los planes de Dios, al servicio de la casa de Dios;

 Y bueno, lo primero también que observamos es el estado de ánimo de San José al querer ya irse poniendo a disposición de la Santísima Virgen, vemos como San José pues, sufre un espasmo, un descontrol muy grande porque encuentra que la Santísima Virgen ya está esperando un hijo, y él hasta ese momento no tiene ninguna explicación; con esto quiero decir queridos jóvenes, ustedes y yo, en la vida, ya cuando comenzamos a ponernos al servicio, siempre encontraremos imprevistos, dificultades, contrariedades, obstáculos, que no nos esperábamos, y que a primera vista y además pues, con nuestros recursos, no vamos a poder superar.

Pero luego viene muy clarito, como San José se puso en las manos de Dios, pensó muchas cosas, las que hoy pensaríamos: acudir a las lenguas, a las opiniones, al parecer ‒pues yo diría de las redes sociales‒ para, pues exhibir, acusar, comunicar ‹¡Si no me caso con ella es porque…! ¡Mire lo que pasó!› y ventilar; san José, se pone hacer oración, san José Busca el conocimiento de la voluntad de Dios ‹A ver primero Dios›; cosa que hoy no hacemos. Hoy primero pues, si estamos enfermos pues, ir a una clínica, ir a un buen hospital, ir con un buen médico ¿y Dios?, hoy si tenemos otro problema, pues ir al psicólogo, o ir a la autoridad, ir a la policía, ir… ¡No! san José ya nos da una lección: “Todo problema, todo desconcierto, se tiene que leer primero, se tiene que recoger, asimilar, discernir, en la presencia de Dios”; y Dios responde, y le respondió, y le respondió en sueños.

En la Sagrada Escritura pues, Abraham, bueno Adán, tuvo un sueño ‒en hebreo esa palabra se dice para ellos, tardemáAdán tardemá, y apareció la madre de todos los creyentes, de todos los vivientes, Eva; Abraham tardemá tuvo un sueño y Dios hizo Alianza con él; Jacob, un sueño, que él tendría, como quien dice línea directa, escalera directa, en ese tiempo era escalera directa con Dios, sus ángeles, y así fue; José que el presidiría a su familia, salvaría a sus hermanos, y así fue; y bueno es una forma de decir: cómo Dios necesita servidores humildes, sensibles, qué a la menor indicación ellos descubran la ruta de Dios, confíen y se sujeten a ese mínimo señalamiento de Dios.

 Y bueno aquí, yo junto con ustedes, queridos hermanos  que reciben el Orden de los Diáconos “sean muy humanos, sean muy sensibles”; Nuestro Señor nos guía, Nuestro Señor nos conduce, nos revela su santa voluntad, en una forma tan modesta, tan delicada, que si nosotros le damos toda la confianza, si nosotros le damos todo nuestro corazón, pues mira, resulta una luz preciosa; no dudes en recibir en tu casa a María. Hoy yo les diría a ustedes, y me lo digo a mí como estoy repitiendo “no dudes en recibir a la Iglesia en tu corazón, en tu espacio, en todos tus movimientos, ¡No dudes! No dudes en recibir a María”; ustedes no duden en recibir a la Santísima Virgen, no duden en integrar la comunión de los santos, en el centro siempre estará nuestro Divino Señor, ya lo sabemos, ¡No duden!  en confiar en Dios nuestro Padre.

Y, repito que importante es  hoy, hacer de esta capacidad de ser humanos sensibles, allí, así, acoger a Dios, acoger al pueblo; nunca ustedes vayan a tener esas actitudes de: ‹me la hizo me la paga, no me esto, no me lo otro… entonces yo para que, yo también, o yo tampoco ¡no! › Y José obedeció a nuestro Señor, ‒y vean lo que de esto se sigue, de ser muy humanos, de ser muy sencillos, muy sensibles, muy nobles‒ pues él recibe a la Santísima Virgen, es testigo del nacimiento del Mesías, vive la experiencia de Belén también, en medio de grandes sacrificios y en el lugar menos indicado    ‒un corral, un chiquero, un cochinero de animales‒ él, logro hacer un hogar, logró hacer una familia, logro hacer una experiencia infinita, Inolvidable de felicidad, con un instrumental modestísimo, él logro construir la casa más fascinante; díganme que otra familia, que otra experiencia, que otro nacimiento ha sido tan reproducido, tan aceptado, tan celebrado, tan pintado, tan repetido, que la escena del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, y el espacio, todo eso lo logró san José con su riqueza, su conjunto de virtudes humanas, que le caracterizaban.

Hoy, muchas personas nos dicen “¡Oye! mira ayúdame en esta Pastoral, en esta Pastoral ¡No! allí no! ¡no allí no se puede! no allí no te hacen caso! ¡no allí está muy difícil!”, y puros ¡No! Si tuviéramos el espíritu de san José, seríamos capaces establecer, de formar comunidades, espacios, experiencias inmortales, salvíficas, divinas, cómo lo hizo san José; y luego casi todo mundo, todo mundo, hasta los grandes doctores y predicadores, como repiten «¡Y nunca habló!, san José un tipazo, ahí…  hizo todo esto, ‒que por ejemplo yo estoy diciendo‒  y nunca habló», sin decir una sola palabra, miren, lo que hizo san José, lo que logró San José.

Bueno hoy, para ustedes mis queridos Diáconos próximos, para mí yo digo, lo digo con amor, lo digo con respeto ¡Que mentira! que mentira piadosa tan divulgada y tan apoyada por todo mundo, ¡No señores! , ¡Si habló! si habló y lo que dijo es incomparable, es inmortal, “Jesús”; él recibió la orden ‒lo vimos, lo escuchamos‒ “Y le pondrás por nombre Jesús”; díganme que otra palabra se ha pronunciado, díganme que otro nombre hay en la historia humana, de grandezas, o de lo que quieran, de sabios, poderosos, intelectuales, reyes, emperadores, príncipes, díganme el nombre de uno de ellos, el que sea, que haya sido más pronunciado, más repetido, mas, todo lo que quieran, que Jesús; y el texto sagrado, que es revelación del Espíritu Santo, nos asegura que el Espíritu Santo, que el Padre Celestial, le pidió a san José que cuando llegara el Mesías, que cuando la Santísima Virgen diera luz, él dijera su nombre, pronunciara su nombre.

Así de grande es la misión mis queridos Diáconos, que ustedes van a recibir, habrá muchas veces en que no puedan, en que no sepan, en que no tengan, en que no… lo que quieran; pronuncien con amor, convicción, gozo emocionantísimo, el dulce nombre de Jesús, y concéntrense, y ajústense al misterio de Jesús, que significa “El que salvará a su pueblo de todos sus pecados”. Por lo tanto la salvación, dentro de los matices tan ricos que tiene ya en la figura de Jesús, recogerá y tendrá un gran sabor a san José, yo diría, con esto ya tenemos el proyecto de vida, ya tenemos la ruta que a nosotros nos toca seguir, ya tenemos la agenda de todos los días, ya tenemos, pues ahora sí que, el equipaje, para caminar en el servicio de Dios, en el servicio a nuestros hermanos.

Ni siquiera me puedo imaginar cuántas obras buenas, cuantos momentos de sacrificio, de generosidad realizó san José, para Cristo, la Santísima Virgen, Nazaret, y, pues también Jerusalén, y hoy la Iglesia Universal. La Iglesia Universal lo tiene como el constructor admirable, el protector dignísimo de esta que se llama la Iglesia Católica, ‒pues yo diría‒  la humanidad entera no tiene mejor defensor, mejor apoyo, que esta figura de san José, que hoy, ya empezamos a celebrar, acercándole a estos tres, y a este querido Seminario, acercándole a estos jóvenes, para que él sea su maestro de vida, para que él los acompañe, para que él los inspire, para que él les regale la manera como se sirve dignamente a nuestro Señor, y a su Pueblo Santo. Así sea.