25 de diciembre de 2017

Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco, en la Misa de Navidad

25 de diciembre de 2017

“Sí, la Palabra se hizo carne”.

Mis queridos hermanos, cuántas veces hemos comentado que en este mundo no sucede nada importante, trascendente sin la palabra; si no nos hablan ¡no me han hablado del trabajo! desempleado, pobreza, desconcierto ¡no me hablaron de la universidad! en seco, lo pararon ¡ya no me habla! y la lista por desgracia es terrible. También la palabra despreciativa, amenazadora, es fatal; en pocas palabras, sin la palabra no podemos vivir, nos detienen, nos rechazan, nos dejan fuera. Hermanos, si eso pasa, si eso sucede con la palabra humana, imagínense con la Palabra de Dios, imagínense qué fatalidad, qué terrible vivir sin la Palabra de Dios; es un desastre, es verdaderamente un fracaso.

 

Anoche decía el profeta: El pueblo caminaba en tinieblas, tropezaba, no tenía rumbo, no tenía destino. Pues ese pueblo vio una gran luz, y hoy el profeta insiste “qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia buenas noticias”. La palabra buena, la única noticia buena, nunca será la de los medios de comunicación, nunca serán los inventos o expresiones humanas; la palabra buena, sólida, valiosa, dinámica por excelencia es Jesucristo, el Hijo de Dios.

 

Qué privilegio para la Iglesia católica mis queridos hermanos, tener acceso a esa Palabra en todos los momentos, ciertamente en que celebra la Eucaristía, siempre se nos ofrece el banquete de la Palabra, una palabra enriquecedora, una palabra sublime, una palabra satisfactoria, una palabra que establece toda una dinámica, toda una narrativa, toda una historia, de salvación, de amor.

 

Hoy hemos de disfrutar esa primera frase del autor de la carta a los Hebreos “En distintas ocasiones, de muchas maneras Dios nos ha hablado, pero desde que nació su Hijo hecho carne, él nos ha hablado a través de Él”. Visto de otro modo, el mejor lenguaje de Dios es Jesucristo, la expresividad más admirable de Dios se llama Jesucristo nuestro divino Señor, todo Él es lenguaje expresión, enseñanza divina, todo Él es una referencia, un lugar seguro donde nosotros llegamos con Dios, recibimos a Dios, todas nuestras palabras son tan frágiles, todas nuestras palabras quedan siempre incompletas, dan mucho que desear, pero cuando nuestras palabras se sustentan, se inspiran en Jesucristo, aparece todo un universo de luz.

 

Mis queridos hermanos, se está concluyendo este año 2017, como me permito invitarlos a ustedes, yo también me invito a tomar un cariño, pero profundo, un interés grande por la Palabra de Dios, porque ahí está la luz del alma, de la conciencia, de las familias, de los pueblos, porque ahí está el sustento, porque ahí está la riqueza, la fortaleza más grande que podemos adquirir. Que este año que se acerca, para nosotros sea crucial, y sea un parteaguas en donde nosotros nos convencemos, nos motivamos y nos entregamos a escuchar con atención la palabra de Dios.

 

Y sí también me permito decir, en medio de su Iglesia, en el lugar donde ininterrumpidamente se ha conservado la predicación apostólica, en donde se recogió lo que hemos visto, decía san Juan, lo que hemos oído, lo que hemos tocado. Solo la Iglesia católica tiene sucesión apostólica en una forma ininterrumpida, dinámica, se ha guardado celosamente lo que Jesús hizo y dijo y propuso y ofreció, y su Palabra es gracia tras gracia, y su Palabra es gratuita, y su Palabra es verdadera, y su Palabra es gozo y sabiduría infinita.

 

Damos pues, gracias a Dios, mis queridos hermanos que, el tiempo de Navidad tiene como culmen, esta expresión tan bella, de que esa palabra nació para nosotros, está al alcance de nosotros; a Jesús siempre se le entenderá en China, en Rusia, en África, en América, en Europa, cuando haya una persona con nobleza, con humildad y respeto a Dios, a Jesús, siempre lo entenderá. Lo entenderán las personas, los tiempos, las culturas, las épocas porque Él nos miró con sus ojos, también nos tocó con sus manos, nos inspiró con sus labios y con su mente, con sus sentimientos, con sus actitudes y sobre todo con su pequeñez, con su dolor, con su entrega, con su donación total.

 

Lo bendecimos y lo adoramos y no caminemos sin Él, no prescindamos, no despreciemos jamás una palabra de Jesús, una enseñanza de Nuestro Divino Señor, y podremos decir todos como decía el evangelista “Hemos visto su gloria”. Gracias a esta palabra todas nuestras oscuridades, todas nuestras derrotas, todas nuestras impotencias se resuelven, se desvanecen y aparece la luz infinita, gozosa, gloriosa de Dios nuestro Padre. Así sea.