Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“¡Vengan! Subamos al Monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob”.
Queridos hermanos, que bueno que el Profeta Isaías, desde que abre su Libro, nos invita a venir, a acercarnos a Dios; es el tiempo sagrado del Adviento, del verbo “venir”, es de las palabras, es de los verbos más agradables” ¡Ven!” disfrutemos siempre y dinamicemos, actualicemos siempre esa palabra. Tenemos muchas personas a las que hemos de decir “¡ven, vengan!, vengan a la Casa del Señor, vengan al Monte Santo de Dios”. Pidamos a Nuestro Señor que la Iglesia siempre esté con sus puertas abiertas, con su invitación, con sus campanarios, con sus toques de campana, invitando al pueblo de Dios: ¡vengan!, vengan para encontrarnos con el Señor;
Y esa acción comunitaria se hace también muy personalizada cuando se trata, pues, del Dios de Jacob, antes de que llegara El Mesías, y al llegar Jesucristo, pues Él es el que atrae en una forma fascinante a todo ser humano. ¡Vengan al Monte del Señor!, ahí encontraremos la paz, ahí encontraremos a Dios, ahí encontraremos el amor, ahí encontraremos a nuestros semejantes, ahí encontraremos a las autoridades ‒en ese tiempo era el Rey David, y, por lo tanto, a sus maestros los escribas que enseñaban la ley al pueblo‒ Él nos instruirá en sus caminos, en los caminos de Dios, en la forma correcta de vivir, en la forma correcta de pensar, de hablar, de ser, ¡vengan Él los instruirá! Y, es que de Sion, saldrá la Luz de la Vida, la Luz de la Enseñanza, y el destino de los pueblos.
Más adelante, vean qué cosa tan bella, Nuestro Señor Jesucristo llegó a decir: cuando yo sea levantado en alto, veamos ahorita como el Profeta dice “subamos”, vayamos a lo alto del Monte Sion, allá encontraremos a Dios; como en el desierto, el pueblo de Israel en el Monte Sinaí, al subir, encontró La Torá, la enseñanza, los mandamientos de Dios, esas sublimes doctrinas que no pasarán. Y ahora, ‘cuando yo sea levantado en alto′ ‒dice Nuestro Señor‒ ‘atraeré a todos hacia mí′; y decía san Pablo: no hay un lugar en donde se nos ofrezca tanta sabiduría, como en la cruz de Cristo, todo el Calvario, el camino, la cruz, los acontecimientos, y sobre todo, la conducta, la manera de reaccionar y de comportarse de Jesucristo, son la luz más grande para caminar en la vida, no hay sabiduría más profunda para resolver y para enfrentar los conflictos, tanta conflictividad, como la cruz.
La cruz es el ejemplo impecable de la pobreza, de la humildad, de la sencillez, de la comprensión a los errores atroces de los demás; la cruz es la inspiración más agradable para el perdón, para la misericordia, para la paciencia; la cruz es el ejemplo más admirable de confianza en el poder amoroso de Dios ‘en tus manos pongo mi vida′, que aparentemente es un fracaso, es una derrota, es una vergüenza, ‘pero yo pongo en tus manos mi cuerpo, mi espíritu, y tú me levantarás. Y sabemos, así fue, por eso es muy hermoso saber que nuestra fe tiene esas dimensiones de intimidad, de trato, de inspiración personal con Cristo; todos estamos invitados a conocer, a escuchar, y a platicar, a responder a Jesucristo, responderle a nuestro Dios; y esa dimensión íntima, personal, nos da un gozo, una seguridad, una plenitud, una autoestima inimaginable.
Y por eso el Adviento también nos lleva a esta súplica ¡Ven, Señor Jesús! Así como Él, primero nos dijo “¡Vengan!, vengan a mí, vengan todos los que están agobiados, todos los que ya no pueden con la carga, vénganse conmigo, yo los recibo y yo les aligero su carga, y yo los puedo salvar ¡vengan!” Así ahora la Iglesia le dice a Cristo en el tiempo del Adviento ¡Ven Señor Jesús! Ven, porque si no seguirán muchas tristezas, muchos fracasos, muchas desorientaciones, mucho dolor, ¡Ven, Señor Jesús! Y es también bellísimo, a partir de estos textos, ver como el Señor viene rodeado de sus santos ángeles y santos, vestido de majestad, con toda la grandeza del universo, viene por nosotros, viene a salvarnos, viene a rescatarnos, viene a resucitarnos, viene a recompensarnos, viene a glorificarnos.
Pero el Apocalipsis también habla de otra entidad bellísima, que se llama la Iglesia, “La Nueva Jerusalén”; y dice San Juan Evangelista que al final de los tiempos, en una visión, él contempló como del cielo baja la Nueva Jerusalén, también bellísima, engalanada con sus joyas y perfectamente agradable ‒claro‒ al Cordero, porque es la esposa del Cordero, y perfectamente satisfactoria para todos los hijos de Dios que estaban dispersos, y que fueron invitados, y que ya están aceptados en la Jerusalén Terrenal, que es la Iglesia. Entonces, queridos hermanos, también pedimos en el tiempo del Adviento, que venga La Nueva Jerusalén, bellísima, engalanada, satisfactoriamente bella, elegantísima, para integrar a sus hijos que, todavía peregrinos, siguen sufriendo, y siguen teniendo pues, mucha ansiedad y mucho dolor.
Pues demos, gracias a Dios, porque se abre hoy el tiempo del Adviento, démosle gracias a Dios porque a nosotros nos ha invitado al banquete de la fe, y porque a nosotros nos ha hecho las promesas que hizo a David, a nuestros padres, y sobre todo, las promesas inmortales, increíblemente sublimes de Jesucristo, que es la vida nueva, la vida eterna, el canto nuevo, el hombre nuevo, los cielos nuevos, la nueva comunidad, La Nueva Jerusalén, que glorifica sin fin a Nuestro Señor. Así sea