Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Mira, Señor, las ofrendas, y los adornos”.
Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, cómo es saludable acercarnos a nuestro Divino Maestro para escuchar su Palabra, tan llena de profundidad, tan llena de sabiduría. A partir de un comentario de los Apóstoles a Cristo, admirando el Templo de Jerusalén, que, en aquel tiempo, en aquel momento sí podría considerarse como una de las maravillas del mundo, nosotros sacamos una enseñanza impresionante.
Jesús, que conocía los corazones de todos, en especial de sus discípulos −porque no− les quiere dar esta lección de vida; Dios mide el interior, el Señor penetra el corazón; y es ahí, donde Él quiere resida el bien, la verdad y la belleza; el Templo de Jerusalén llegó un momento en que era exterioridad, ajetreo, movimientos, comercio, vanidad, y había perdido su esencia: escuchar a Dios, adorar a Dios, identificarse con su Divino Señor; y por eso nos deja esta enseñanza que nunca debemos olvidar: ‛Un ser humano vale por su interior, por su conciencia, que tenga rectitud, que sea limpia, honesta y buena; un ser humano vale por sus sentimientos, que también sean emoción, entusiasmo, pero no ambición, fraude, ventaja, sino la bondad de Dios que se manifieste desde dentro.‛
Y por eso, Nuestro Señor dice que el Padre Celestial siempre está atento a todas sus criaturas, y lo que valora es el corazón, es la mente, es la conciencia, es el interior; y lo que exista ahí es imperturbable, nadie lo podrá derribar, nadie lo podrá ensuciar; en cambio, el exterior está sujeto a la fragilidad del espacio y del tiempo, a la fragilidad de las apreciaciones y gustos. Y por eso hoy la invitación para todos nosotros es muy profunda: trabajemos en la educación, invirtamos en los principios sólidos, en las virtudes, −que pase lo que pase− garantizarán nuestra permanencia, el valor intrínseco de nuestra persona, y no estar sujetos a la exterioridad.
Un ejemplo bonito de eso, hoy nos lo da en el Apóstol San Pablo, el Apóstol San Pablo en su Carta a los Tesalonicenses, leemos como les hace unas recomendaciones muy sencillas: trabajar, ser dignos, serios, honestos, y no como algunos Tesalonicenses que empezaban pues, a vivir cierta euforia, tal vez euforia cristiana, tal vez entusiasmo espiritualista, exterior, y se olvidaban de sus hogares, de sus familias, de su trabajo, y terminaban −como dice el Apóstol− metiéndose en todo, hurgando, entreteniéndose en cosas que no les tocan, y que incluso hacen daño, cómo andar metiéndose en vidas ajenas, como hoy sucede o siempre ha sucedido tan intensamente.
Recordemos, yo digo ese sapientísimo dicho mexicano “Cuida tu casa, deja la ajena”, “Come tortilla, no te dé pena”, “Candil de la calle y oscuridad de tu casa”; el Apóstol San Pablo lo dice también “El que no trabaje, qué no coma” −otra vez− construir dignamente a la persona; un cristiano es una persona seria, es una persona digna, es una persona confiable, es una persona que garantiza lo que dice con lo que hace, lo que piensa con lo que cree; y, por lo tanto, es un reflejo, imagen de Dios, hoy de Cristo.
Una vez que nosotros tenemos esa paz del alma, podemos asomarnos al Salmo 97, que nos invita a integrarnos al universo, a la creación, que es una creación maravillosa, ahora sí, ¡una creación bella, feliz! “¡Alégrense el mar, el mundo submarino!” ¡alégrense y estallen de aplauso, los ríos, las montañas, salten de alegría! Cuando tenemos a Dios, viene la alegría, auténtica, sólida; cuando tenemos a Dios viene la felicidad, porque para eso nos ha creado, no para tenernos amargados, esclavizados, acomplejados, derrotados; la obra de Dios es espléndida, y lo vemos en el amanecer, los amaneceres siguen siendo espléndidos, el rosicler de la aurora, el celaje del crepúsculo.
Todo lo de Dios, sigue trayendo la majestad y la hermosura divina, y más, las personas, mejor reflejo de Dios pueden ser las personas; vale mucho más lo que es, lo que hace, lo que dice una persona −eso solo vemos en la familia− como es valioso el esposo, la esposa, definitivamente importantísimos; como es importante el hijo, la hija, los hijos, verdaderamente importantes, construyen el hogar, hacen el ambiente de la casa; las personas mayores, los abuelos; sin las personas la felicidad se derrumba, sí fallan, si se van las personas, todos se va. Queridos hermanos, todos hoy con esta Palabra de Nuestro Señor, busquemos enriquecernos interiormente con la fe, con la sabiduría infinita. Así sea