Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Y lo recibió con gran alegría”. Pues mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, el domingo es precisamente para eso, para recibir al Señor con inmensa alegría ‒y repitamos mil veces‒ “las cosas de Dios, con inmensa alegría” espontáneas, creativas, incluso cómo lo hizo Zaqueo: estrafalarias; para que así el contacto con Dios, el encuentro con Cristo, marque para siempre la vida. Así tenemos pues, mis queridos hermanos, que Nuestro Señor pudo realizar maravillas en el corazón de este hombre, que claro, a primera vista parece simpático; todos los cristianos hemos visto con mucha simpatía, ¡muy bien!, todo lo que hizo Zaqueo; en cambio, a otras personas ‒tal vez el pueblo judío‒ piensa lo que se pensó en esa época, «si este es un sinvergüenza, si este ha sido un abusivo, si este hombre se ha portado mal, este hombre nos ha extorsionado, este hombre solo piensa en el Emperador, en Roma, y en darles dinero, y a nosotros sobre todo a los pobres, se lo quita».
Sin embargo, mis queridas, mis queridos hermanos, como siempre aquí vemos la obra de Jesús; Jesús ha venido a salvar, Jesús ha venido ‒como lo dice hoy hermosísimamente nuestro Salmo 144 ya al final‒ siempre el Señor, en sus palabras y en sus obras es extraordinario; Él, si alguien se está cayendo, si tropieza, si cayó pues, lo levanta; y al que está agobiado, derribado por el suelo, lo reconforta. También el salmo 113 que es el último que recito Jesús en su vida, en su vida ministerial, antes de ser elevado a la cruz, que cita otras palabras de los salmos, dijo que Dios en su grandeza se abaja y se introduce hasta los muladares, hasta los basureros, y ahí levanta al pobre, y al que está ahí desmayado también lo acoge; y si encuentra una mujer despreciada, estéril, viuda, la sienta en medio como una madre de su hogar, una madre feliz, y una madre con muchos hijos que la honran, con muchos hijos que la disfrutan y la celebran; eso es nuestro Dios mis queridos hermanos, y por eso cada domingo hemos de venir jubilosos al encuentro con Él.
Decía San Cipriano, algo muy bello, a propósito de este texto: “¡Ama y serás amado, sé tú de Dios y Dios será tuyo!, sé tú de Dios y Dios será tuyo”, este hombre, pues, su encuentro con Cristo lo inicia correctamente, espléndidamente, lo recibió primero, tal vez dice: con curiosidad, tal vez repasando algunas ideas que ya le habían dado de Él, y luego con inmensa alegría; esto me hace pensar en el corazón de la Santísima Virgen a quien el ángel saludo: alegre, ¡qué alegre eres! ¡Dios es la alegría de tu corazón! ¡Sigue feliz, síguete alegrando, está contigo!
Así vemos, pues, como debe ser la vida de los creyentes, mis queridos hermanos, desde la base, tener ese gozo, ese interés, esa inmensa alegría de estar con Dios, de recibir a Cristo, como lo hace este hombre Zaqueo; él era de baja estatura ‒como se ha fijado la historia en este dato‒ aunque era muy rico, pobrecito, era de baja estatura; nosotros siempre decimos: mira qué buen hombre, sí, pero es de baja estatura. Pues ahí es donde entra Nuestro Señor, y casi podemos decir, es Cristo quién lo eleva, es Cristo quién le inspira como un niño subirse a un árbol; cuánto haría que Zaqueo no hacía eso, tal vez de niño, o tal vez ni lo pudo hacer de niño; ha sucedido que muchos niños no pueden realizar sus deseos, sus gustos.
Zaqueo pudo treparse a un sicomoro, a un árbol, y se sintió feliz, y se acomodó, y no le basto como aquí entre nosotros se dice, se paró de puntillas, así de puntitas, ¡no!, se subió a un árbol, y era árbol de la vida, era el árbol de la ciencia del conocimiento del bien y del mal, era el árbol más precioso que Dios nos ha regalado, Jesucristo Nuestro Señor, con su cruz con su capacidad de donación. Y así Nuestro Señor otra vez le dice “Zaqueo, bájate pronto” otra vez esta palabra, dice el texto también de San Lucas, «la Santísima Virgen, tan pronto como recibió el don de la maternidad divina, se encaminó presurosa, rápida, feliz, a visitar a su prima Isabel». Zaqueo rápido, y así lo hizo, sigue ese tono de nuestro trato con Cristo; hagamos ese ejercicio de prontitud, disponibilidad, bien espontáneos, a flor de piel, haciendo las cosas de Dios.
Hoy me ha gustado mucho que en el Salmo 144, también dice que: los ojos de todos están hacia Dios, hacia el Padre Celestial; los ojos de todos te miran, te buscan, te contemplan, y tú los sacias al instante, tú les respondes en ese momento, a su tiempo, y das de comer a su tiempo a todo viviente. Y Jesús decía de los servidores de una casa, que aprendan a hacer las cosas a su tiempo; imagínense, la comida: hasta que se enfrió, hasta que te dio la gana, hasta que… ¡Pues no! Calientita, instantánea, y eso marca verdaderamente una acción significativa.
Pues, queridos hermanos, recibamos a Cristo, y tratemos a Cristo, y vivamos el misterio del amor de la fe en Dios, pues de esta manera; hoy diremos como este maestro espiritual, Zaqueo se convierte en un gran maestro para nosotros, y él nos demuestra cómo es cierto eso de Jesús, que escogió ser pequeño, ser pobre ser humilde; y, por lo tanto, es delicioso verlo amar a los niños, a los enfermos, a los últimos, a los pecadores, a los de baja estatura, como nosotros. Amén.