Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
Solemnidad de la Ascención del Señor
29 de mayo de 2022
«Se levanta, todo lo que estaba caído». Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, en repetidas ocasiones la Iglesia ha expresado este regalo de salvación tan bello, que sobre todo a partir de la Resurrección de Cristo y su gloriosa Ascensión a la Iglesia le queda marcado en su corazón. Es una expresión cierta e inolvidable, es una expresión feliz y como necesaria para nosotros, «se levanta todo lo que estaba caído», y por eso, estar cerca de Cristo, acerquémonos a Él ya tenemos un sumo sacerdote misericordioso, que si nos ha amado, que si nos ha entendido y que si se ha sacrificado por nosotros para que alcanzáramos la paz y la alegría de la salvación. ¡Acerquémonos! porque en Él, todos los que estamos caídos o hemos caído, encontramos la luz, encontramos la fuerza y el apoyo para seguir adelante
Como le impresionaba a San Pedro, precisamente esa constante actitud de Jesús, esa costumbre que tenía, ‹tender la mano a todos para levantarlos›, paso haciendo el bien, estirando la mano a todos para levantarlos; Dios estaba con él. Mis queridos hermanos, es que todos tenemos la experiencia de caer, estar postrados, bajar -eso es muy feo, eso es triste, eso es muy malo- todo ser humano experimentó esta experiencia, en alguno de los aspectos de su vida cayó en cama, cayó de mi gracia, cayó en la pobreza, cayó en el desempleo; cómo Es dolorosa y frecuente es experiencia de estar caídos.
Bueno ciertamente nos acercamos a Cristo, llegamos a la Iglesia, y siempre se nos invita a levantar los ojos al cielo, se nos invita a levantar nuestras manos al Padre, se nos invita a levantar el corazón, no hay una Sagrada Eucaristía en donde el sacerdote amablemente nos invite «¡levanten!, levantemos el corazón», y al final, es todo nuestro ser el que se eleva, es levantado por el amor infinito, precioso, de Jesús Nuestro Divino Salvador; Dios lo levantó a Él como primero, como el prototipo, como el que ha cumplido fielmente la voluntad de Dios.
Y los textos sagrados como son hermosos al decirnos, incluso en la voz, en voz del mismo Cristo: “Yo tenía que padecer, Yo tenía que caer, Yo tenía que morir”; Él cayó también de la gracia de los intelectuales: los escribas y fariseos, el cayó de la gracia de los líderes religiosos: los sumos sacerdotes, el cayó de la gracia de las autoridades civiles: Poncio Pilato, Herodes, el cayó de la gracia del mismo pueblo: «¿También ustedes quieren irse?, ya me abandonaron» y se fueron porque su doctrina era insoportable; cuando Él ofrecía el pan de vida «¿También ustedes se quieren ir?.»
Que hermosa la actitud de Pedro «Señor, a quién iremos, solo Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos sabido, que Tú eres El Santo, El Ungido, El Hijo de Dios»; y por eso acudimos a la Iglesia mis queridos hermanos, para que nuestro Señor también a nosotros, nuestro Padre celestial nos levanté; y de hecho es de las gracias inmensas de todo esta época de la Pascua «El que me ama, ama también a mi Padre, y mi Padre lo amará, y el Padre se vendrá y vivirá, estará, los hará a ustedes su propia casa, ustedes serán su morada, y ya no necesitan de que yo interceda, Él mismo los escucha, Él mismo los atiende, Él mismo les responde».
Queridas hermanas, mis queridos hermanos, que gozo para la iglesia tener un Salvador de este tamaño, un Salvador que mediante el sufrimiento y mediante sus propias caídas, se comprometió y puede, y pudo levantarnos de tantas miserias, de tantas caídas, llámesele enfermedad, llámense los recursos económicos, llámense nuestras posturas sociales, de todo nos levantará y nos exaltara y nos integrara gloriosos, a su mismo triunfo, a su propia gloria; por eso hoy, necesitamos que muchas personas llamadas «Agentes de Pastoral» sigan comprometiéndose y sigan emocionándose con el misterio de Cristo, porque al final, es el mejor camino y es el sendero más bello para estar, llegar, y salvar a nuestros hermanos que sufren.
Tenemos aquí hoy, por la gracia de Dios en nuestra Santa Iglesia Catedral, a dos grandes secciones de colaboradores fieles de Cristo, que se dedican precisamente a reproducir, a actualizar su obra salvífica; tenemos a nuestros Ministros, a las Ministras Extraordinarias de la Sagrada Comunión, que se dedican a estar junto al que sufre, junto al que ha caído enfermo, junto al que ha sido desmembrado, muchas veces del mismo hogar, marginados de su propia familia; los ministros extraordinarios de la comunión se han convertido en los ángeles de Dios, en los ángeles de Cristo y de la iglesia, que llevan la Palabra, que llevan el consuelo y que llevan el Sagrado Pan de la Vida.
Felicidades mis queridas hermanas y hermanos ministros extraordinarios de la sagrada comunión, vayan con infinita alegría y con una profunda certeza, de que sus pasos son los pasos de Cristo, que su mirada es la mirada de Cristo, y que sus manos que consuelan son, y bendicen, son las manos de Cristo; síganlo haciendo con esa emoción con que a mí me ha tocado verlos a lo largo de las visitas pastorales en las parroquias: como ha sido satisfactorio ver que el número, no solo el número sino también la calidad, la caridad con que los ministros sirven a sus hermanos enfermos, cada día es de la más exquisita finura.
Hermanas y hermanos comunicadores, quiero con ustedes recoger esa parte de la Carta a los Hebreos en dónde el Apóstol nos dice «Acerquémonos a nuestros hermanos, para que ellos se acercan a Cristo; que no haya distancias, nos estamos especializando en poner condiciones, muros, barreras, selecciones y se está acabando la fragancia, la belleza de la cercanía; los comunicadores en nuestras parroquias nos van a seguir ayudando a que la Palabra, a que la vida de la Iglesia, de la Diócesis llegue, se anuncie en las partes más alejadas e inimaginables, los comunicadores son cercanía, son la cercanía de Cristo, y facilitan que sus hermanos los hombres se acercan a Él.
Y la primera característica que pone hoy el texto sagrado «con sinceridad de corazón»; las comunicaciones sociales se han saturado y sobresaturado de engaños, de mentiras y de ambiciones; las comunicaciones en la Iglesia deben tener este toque sagrado de la transparencia, de la autenticidad, de la sinceridad, -y añade el Apóstol- «sinceridad de corazón honestidad»; tenemos que luchar porque la Iglesia en verdad sea fiel a Cristo, -que decían los apóstoles- «En Él no hubo engaño»; Cristo jamás mintió y Cristo nos rescató de la mentira, de la maldad, de la violencia, de los abusos y de todo lo que marchita la condición humana.
«Con sinceridad de corazón, con una fe muy grande», el apóstol dice ¡con una fe total!, seguros de que la Palabra llega al alma, toca, bendice, transforma, renueva, es frescura, toda persona que escuche la Palabra de Dios experimentará un cambio, experimentará que puede subir a otro nivel de actitudes y de conductas con una conciencia limpia -dice hoy el texto sagrado- en la Iglesia se vive a conciencia, desde la conciencia, no desde las poses, no desde los caprichos, a conciencia; conciencia limpia de toda mancha, purificados su cuerpo, su alma como el sagrado bautismo con su agua saludable se los ha concedido; ¡mantengámonos! porque con esta profesión de fe y de esperanza el Señor que es fiel, nos llevará al cumplimiento de sus promesas.
Pues mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, hoy que la Iglesia contempla Cristo subir, recordemos, no se fue para alejarse sino para asistirnos mejor junto con el Espíritu Santo, y sobre todo, «volverá, regresará»; sigue siendo uno de los pilares sustanciales de la Iglesia: El Señor Jesús vendrá, tendrá la educación y nobleza de venir por nosotros, de venir personalmente a recogernos a cada uno, a levantarnos; por eso ya con esto me permito concluir, a partir de hoy ustedes y yo, digamos con más alegría y convicción: «Vives y reinas por los siglos de los siglos».
Porque nosotros vamos a morir, y el día que tú, el día que yo, el día que estemos muertos, Él vendrá, y lo primero que te va a decir «tú muchas veces dijiste que yo vivo, tú muchas veces dijiste que yo reino, qué tengo un imperio, grandeza, riquezas, honores y hoy, tú has muerto, has perdido todo, se te ha quitado todo, pero tu dijiste que yo reino, que tengo, que puedo y vengo por ti, y vengo a compartirte mi vida gloriosa, y vengo a compartirte mi reino, tú cuántas veces no dijiste que «Yo vivo y reino, por los siglos de los siglos» y a ti en cambio, se te acabó el tiempo, se acabó tu tiempo, tu espacio, se te acabó todo; en cambio yo, tú dijiste «Vivo por siempre, vivo para la eternidad» y vengo por ti para compartirte la vida indestructible, superior, la vida nueva, la vida eterna». Eso les deseo, y les aseguro que ustedes experimentarán, porque como Él ahora, de muchas maneras, han sufrido, y de sus sufrimientos han sido capaces de sacar una ofrenda, un servicio, un regalo para sus hermanos. Así sea.