Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

Miércoles de Ceniza

 

17 de febrero de 2021

 

“¡Perdóname, ten compasión de mí Señor, según tu gran misericordia!” .Mis queridos hermanos tratemos de llegar al mensaje sustancial de la Palabra, de la voluntad de Nuestro Señor, recogiendo con respeto, con mucha atención su Palabra; ante todo se nos ayuda a ser muy realistas. La iglesia, pero sobre todo en este tiempo de la cuaresma, nos invita a mirar, a aceptar, a observar nuestra realidad.

 

Y nuestra realidad tiene muchos elementos desconcertantes, dolorosos, muy tristes, porque hemos fallado, porque hemos sido irresponsables, porque no hemos sido auténticos, porque somos chuecos, porque somos ventajosos, muy descuidados; y entonces viene el dolor, viene un sufrimiento, hay mucho sufrimiento en el mundo, y  el grueso de ese sufrimiento, se debe a nuestros pecados, se debe a nuestras ofensas, se debe a nuestras omisiones, no estar al frente de batalla, no estar en el cumplimiento de nuestros deberes, dejar colgados a los demás. Y por eso el tiempo sagrado de la cuaresma nos ayuda, nos invita a regresar a nuestra conciencia, a nuestro interior, a nuestro corazón.

 

¿Cómo está nuestro corazón?, nuestras intenciones ¿Cómo va nuestra conducta? pues hemos cometido muchas cosas malas, hemos vivido muchas irresponsabilidades; y lo primero pues que hoy el Profeta Joel nos dice, «pues convirtámonos, cambiemos, hay que cambiar, se puede cambiar y más cuando te pones en la presencia de Dios, que lo que va hacer automáticamente es escucharte, compadecerse, apoyarte, ofrecerte luz, darte mucha sabiduría, hacerte muy sensible y muy auténtico y te vas a convertir, y vas a cambiar, y vas a ofrecer y a vivir tu vida de otra manera, y vas incluso alcanzar una inmensa alegría y una paz infinita.

 

¡Arrepiéntanse! por eso dice, “y perdónanos Señor”, y perdona, no sólo a mí, perdona a todo tu pueblo, no nos entregues a la burla, no nos entregues al desorden, ama su dolor, Señor compadécete, que no vayan a decir pues, Dios no está, Dios no cuida, dónde está su Dios. Señor por eso perdónanos, sigue siendo el Dios de Israel, el Dios del amor, el Dios de la salvación. Junto con ustedes quiero disfrutar este último renglón que nos pusieron en la sagrada liturgia, del Salmo 50 “Señor devuélveme la salvación y seré muy feliz”, tu salvación regocija, si tú me das otra vez el alma tal y como un alma, tal y como salió de tus manos, una alma generosa, un alma de príncipe, entonces yo me sentiré tan feliz, qué proclamaré tu alabanza, te adoraré, y llevaré una inmensa alegría, y llevaré un gozo, y podré construir, ser constructor de felicidad.

 

 Y queridos hermanos, bueno El Santo Evangelio, con qué claridad nos ofrece los soportes que hacen una vida auténtica, una vida feliz; hoy en el texto de San Mateo a la iglesia, lo primero que se le pidió fue la caridad, pensar, fijarse en los necesitados, ser muy compasivos con ellos, tener la decisión Incluso considerarlo como debe ser en todos los cristianos, considerar un honor servir al pobre, apoyar al necesitado, dolernos con el enfermo, estar al pendiente de aquel que está preso, ser hospitalarios, ser en pocas palabras, hermanos disponibles, hermanos verdaderos de quienes nos necesiten; que por donde nosotros vayamos pasando, luzca la caridad, aparezca la compasión, se mire la cercanía. Que nosotros no seamos autómatas, personas de hierro, personas de piedra, que nosotros a flor de piel tengamos el sentido de la caridad, el sentido del desprendimiento, el sentido de compartir, el gozo de ver también felices a nuestros semejantes, que ellos sientan la dignidad de que, por ejemplo con un dinerito, pues también ellos pueden decidir, y también ellos pueden sentirse seguros y por eso también ellos pueden satisfacerse, sentirse satisfechos de algunas cosas que les han gustado, que no han tenido.

 

Cuántas veces hoy las personas dicen “no les des, lo va a tirar, lo va a usar mal”, a sí, los pobres no tienen derecho a darse un gusto, los pobres no tienen derecho a decidir, ellos deben usar el dinero en lo que nosotros queremos, en lo que a nosotros nos parece, ¡no, queridos hermanos! la caridad auténtica es acercarnos a nuestro prójimo como quien se acerca a un santuario, acercarnos al prójimo necesitado como quien va adorar a Dios y a encontrar a Cristo, con ese respeto. Hacer no caridad digamos, no limosna, “ofrenda”. Demos el paso, demos el paso luminoso hacia la ofrenda, que todo lo que tú compartas, desde la sonrisa, desde los movimientos de tu cuerpo, desde las actitudes, desde todo lo que sea universo de movimiento tuyo, brille como una ofrenda. De esa manera, imagínense nosotros, tomar las relaciones humanas como una ofrenda, hacemos un Santuario, hacemos la casa de Dios por donde quiera que caminemos. Y queridos hermanos, mucho más deberíamos de meditar, ─ y de hecho para eso está la cuaresma ─ acerca de la hermosura de la limosna.

 

La oración, qué bella es la oración cuando es auténtica, cuando se hace de corazón, cuando se vive en humildad, en escondimiento en interioridad. Nuestro Señor hasta se atrevió a decir «métete a tu cuartito y ponle llave y que nadie te vea y que no vayan a decir que tú eres una persona muy piadosa y que te traigan aquí y que te rindan honores porque tú eres un santo»; ¡no hermanos!  Qué bueno que piensen de nosotros lo peor; que bueno que nos desprecien, qué bueno que nos hagan a un lado, pero llevar el tesoro del amor, el tesoro del diálogo, o de la escucha, del encuentro con Dios, y ese será tu ser tu tesoro; llevarás un secreto que nadie se explicará, porque tú bendices, porque tu soportas, porque tú esperas, porque tú eres delicadamente generoso con tus hermanos.

 

El gozo de la oración mis queridos hermanos, yo me permito decir sólo lo tiene la Iglesia Católica en su sentido auténtico infructífero. Hoy están de moda, de mucha moda las culturas orientales, por ejemplo el budismo, centros de meditación en donde lo único que se busca es “ Tú yo, Mi yo”  «yo puedo, yo me controlo, yo valgo, yo estoy sereno, yo mismo me purificó, yo quito el karma, lo malo yo puedo ¡no queridos hermanos!; el bien viene de Dios; la bondad, la santidad, la gracia, lo agradable, de veras de la vida, brota sólo de las manos de Dios, de la bendición de Dios, y eso nos lo alcanza hermosamente la oración.

 

El ayuno queridos hermanos, significa esa disciplina preciosa que podemos llevar en la vida, esa modestia de no andar ambicionando bienes materiales, de no andar ambicionando los reflectores de la vida, los grandes resplandores de la fama; sino vivir dice el salmista, como un niño en brazos de su madre espera siempre, y está seguro que su madre lo alimentará, lo vestirá, lo consolara, lo protegerá.

 

El ayuno es, esa disciplina, esa renuncia personal gozosa, para que nosotros no corramos el peligro de malgastar, el peligro de desperdiciar, el peligro de no compadecernos de otros que pueden pasar hambre y nosotros ser golosos y nosotros ser personas desordenadizimas, y supremamente egoístas. Queridos hermanos que proyecto tan bello es el de la cuaresma, en Cristo con Cristo, podemos establecer el reino de Dios, iluminar la vida, hacer que la vida sea regocijo, que la vida sea tranquilidad, que la vida sea experiencia de inmensa felicidad, eso les deseo, estoy seguro ustedes alcanzarán, y Dios se seguirá manifestando generosamente en medio de nosotros. Así sea.