Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

En la Solemnidad de Santa María Madre de Dios

 1 de enero de 2021

 

Queridos hermanos, junto con ustedes quiero honrar, venerar, agradecer de todo corazón a la Santísima Virgen, colaboradora extraordinaria y fiel en las cosas de Dios, ante todo en lo que se refiere a la salvación. Es emocionante ver en el Evangelio como impresionó a los pastores ver al niño y a María, su Madre “junto al niño está María”; también nosotros lo sabemos, san José, pero el primer vistazo fue ver al niño con María, y así esta imagen quedará a lo largo de toda la historia de Jesús, la Santísima Virgen estará junto al niño en el templo, estará junto al niño para que lo circunciden, estará junto al niño cuando vienen los Magos del Oriente, y también a ellos les causó una emoción muy grande ver a María, su Madre, junto al niño.

 

Después estará por ejemplo, sabemos en las Bodas, a la mitad del Evangelio, cuando las personas, sobre todo los escribas y fariseos empezaron a combatir y a despreciar y a amenazar a Jesús, le llegó a María la noticia de cómo lo maltrataban y lo insultaban, incluso diciendo que estaba mal, que estaba loco, la primera que fue a ver qué pasaba fue la Santísima Virgen “aquí está tu Madre, ahí está tu Madre”. En la cruz mis queridos hermanos es inolvidable la imagen que nos ofrece san Juan diciendo “Junto a la cruz estaba María, su Madre”.

 

El libro del Apocalipsis nos dice, que el día que se recapitule  la historia, ─ llamémosle juicio final o como queramos llamarle ─  lo primero que vamos a ver es a una mujer junto a Dios…. y eso será emocionantísimo, ver que ahí esta nuestra Madre junto a Dios. ¿Porque María estará al final de los tiempos, la Madre de Dios, junto a Él? Porque a lo largo de toda su vida, ella siempre supo estar junto al pequeñito, al niño en  peligro, al niño en riesgo, al hijo ofendido, al hijo maltratado, crucificado, herido de muerte, sepultado. Ella supo estar siempre junto a: el que sufre, junto al que lo necesita, por eso ha merecido estar junto a Dios por la eternidad, en la gloria.

 

Con esto mis queridas, mis queridos hermanos quiero que ustedes y yo, el día de hoy que la Iglesia, en el primer día del año nos pone la imagen de la Santísima Virgen, pues nos enganche en ese saber caminar, de la mano, cerquita de la Santísima Virgen, declararnos como sus hijos; aquí en el Tepeyac la vimos junto al indígena, junto al Obispo, el pueblo y al final, junto a un enfermo, y es así como se despidió de México, visitando a uno de nuestros connaturales que estaba enfermo. Gran lección de vida para todos nosotros.

 

Y otro tema bellísimo el día de hoy, mis queridos hermanos, es el de la bendición: Señor –le hemos dicho en el Salmo– «Fíjate, Ten piedad de nosotros y bendícenos, vuelve tus ojos hacia nosotros, y toda la tierra conocerá tu bondad y las naciones te cantarán con inmensa alegría, con júbilo, porque tu riges el mundo con justicia, y llevas a las naciones con fidelidad». Cuando siempre al inicio de los años, lo que se nos predice es: cosas feas, desagradables, malas, nosotros tenemos a Dios, tenemos la imprevisible y segura y sorprendente presencia de Dios en favor de su pueblo, más aún, de todas las Naciones. Para los Cristianos no se diga, es Dios quien regirá, cuidará nuestros corazones y nuestros cuerpos.

 

Pues bien, y en la Primera Lectura del Libro de los Números que, podemos estar seguros es el texto con que terminaba la Biblia, la Revelación hacia el año mil, queda un mensaje inolvidable «al pueblo de Dios, nadie lo podrá maldecir, ha sido bendecido, ha sido escogido, ha sido llamado para conocer el corazón de Dios». Como le gusta a Dios que vivamos, como le gusta a Dios que nos desenvolvamos, ante todo que descubramos una dimensión trascendente, grandiosa espiritual, expresada en aquella palabra “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es uno”, tu referencia grande, más importante, el faro, el satélite que guía tu vida – diríamos en nuestros tiempos – es Dios; solo Él puede dirigirte correctamente ¡amalo!

 

Lo primero que debes hacer es confiar en Él, darle tu corazón, amalo con toda tu mente, con todo tu cuerpo, con todo tú ser, y hay un momento que añade “y con todo lo que vayas adquiriendo a lo largo de la vida”,  y luego, pues ama a quienes han estado más cerca de ti, para ti “tus padres”, y dales un amor tan grande que los llene de gloria, “honor”, que ellos como Dios sean importantes, pesen en tu vida. Y luego ya sabemos: la esposa, el prójimo; y no los dañes, no abuses de ellos, no los ofendas, no les quites, no les robes; sino que tienes que amarlos; quien sale a la vida sin amor está derrotado, quien entra a la vida o a cualquier espacio en amor lleva la bendición de Dios, y eso es Israel.

 

Por eso, mis queridas, mis queridos hermanos, es bueno tomar conciencia de lo que es una bendición: decir, hablar, expresarse bien, alentar siempre, impulsar hacia el bien al otro, al hermano, al vecino, al compatriota, nunca hacia el mal, no maldecir, porque es aventar al otro hacia el fracaso, ¡No! decían los Apóstoles Pedro y Pablo, y con las mismas palabras a los primeros cristianos, a los que fundaron la Iglesia “Bendigan, nunca maldigan porque la esencia de ustedes, el futuro, el destino de ustedes es heredar una bendición”. Decía «al pueblo de Israel nadie lo podrá maldecir».

 

Balaam, Balac quisieron maldecirlo, muchos pueblos quisieron acabarlo, desde el Faraón, los pueblos de Mesopotamia, los arameos, los filisteos y la lista es inmensa, quisieron acabarlos, y Balaam dice; a este pueblo no se le puede maldecir; y por eso en el Libro de los Números se nos da esta fórmula tan bella, «Por orden de Dios a Moisés, a Aron, a sus hijos, bendigan al pueblo, al pueblo no me lo maltraten, al pueblo no lo dañen, no lo emponzoñen, no lo apesten, bendíganlo, y lo van a bendecir así: “El Señor te bendice, el Señor tiene una palabra buena – eso quiere decir bendecir – tiene sentimientos buenos hacia ti”». Eso lo repito hoy en su sagrado nombre para ustedes: el Señor tiene buenos proyectos, el Señor tiene buenos sentimientos y actitudes para ustedes mis queridos hermanos, “El Señor te bendiga y te guarde”.

 

Decía el Salmista: el que guarda, el guardián de Israel no duerme, y en cada pared, en cada muralla, donde tú te encuentres, Él ha colocado guardias, policías que te estén custodiando, tienes un defensor. “Haga brillar su rostro sobre ti”; hermanos, Dios tiene la decisión firme de que cada uno de nosotros brille con su luz; por eso, Jesús enviado, es la Luz del Mundo, y produce luz en todo hombre que confíe y crea en Él. “Brillar su rostro”, esto quiere decir que también los cristianos, los miembros del Pueblo de Israel, de Dios, tenemos que ser, no personas mediocres, no personas opacas, sino con luz, de una u otra manera, será muy modestamente la forma como nosotros podemos brillar pero tiene que haber chispa en la vida, tiene que haber como dice el Plan Diocesano de la Diócesis de Texcoco “Acciones significativas”, que haya momentos en donde tu reacciones, actúes tan incisivamente, tan profundamente, tan auténticamente que eso produzca un buen sabor, un buen recuerdo, un significado, eso es “haga brillar tu rostro sobre ti”. Me impresiono mucho ver hoy el texto del Libro de los Números “Y Dios levanta su rostro hacia ti, para colocarte en la paz”.

 

Pues queridos hermanos, que todos ustedes, el día de hoy, su servidor, nos sintamos bendecidos por Dios, escogidos para ser bendición. Hemos recibido bendición tras bendición, y las bendiciones de Dios nunca se acabarán, en un cristiano lo mejor está por venir; recordemos que nos espera la luz personal de Dios, lo veremos tal cual es, cara a cara estaremos siempre con el Señor, esto es el cielo, un dinamismo que brota de la riqueza y la hermosura de una persona que es nuestro Dios, nuestro Padre, por eso dice el Apóstol ya, el sistema nuestro es llamarlo Abbá – Padre y Jesucristo; imagínense ver a Cristo cara a cara, estar con Él, no nos podremos separar jamás de nuestro Padre, de nuestro Salvador, de la Santísima Virgen y de la comunión de los Santos.

Hasta allá llega el efecto de las bendiciones que humildemente vamos recibiendo cuando pensamos en Dios, cuando nos acercamos a Él, cuando venimos a la Iglesia, cuando cumplimos nuestro deber, cuando perdonamos, cuando creemos, bendiciendo a los que están cerca, no dejándonos llevar por las pasiones de la ira, de la venganza, de los recuerdos malos, sino producir ese brillo de la bendición hermosísima de Dios. Así sea.