A continuación te ofrecemos la transcripción del mensaje de este domingo.
Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
Solemnidad de la Santísima Trinidad
12 de junio de 2022
“¡Vengan! Adoremos al único Dios verdadero: Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Todos los días la Iglesia pronuncia estas palabras, al iniciar la oración oficial de la Liturgia de las Horas, y hoy nosotros queremos pronunciarlas con inmensa alegría, invitándonos, invitémonos a adorar juntos al único Dios verdadero, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; y de esa manera la Iglesia todo lo que hace de principio a fin es, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; y la Iglesia solo camina bajo la mirada, bajo la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; no hay día en que la Iglesia no bendiga a su pueblo el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; la bendición de Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes.
Es algo que se va impregnando en el corazón, y sobre todo es algo que se recibe gratuitamente de parte de nuestro Padre, de su Hijo y del Espíritu Santo; y la Iglesia todo lo hace para gloria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y así es la existencia cristiana, esa es la novedad inmensa de Jesús habernos revelado que Dios nuestro Padre y creador engendró a su Hijo, y que el Hijo recogió y que el Hijo valoró, disfruto y aprendió de su Padre ese amor infinito, esa sabiduría incomparable y vino después a transmitírnoslo, a hacernos partícipes de todo lo que el Padre le había dado, y por si fuera poco, Él, en nombre del Padre nos regaló al Espíritu Santo, que perfecciona los dones de Dios y que incrementa ese cariño importantísimo, fundamental del Padre y de nuestro Divino Señor y Redentor Jesucristo, el Cordero Inocente que padeció, que sufrió, que derramo su sangre y que murió por nosotros para gloria del Padre, para salvación de todos nosotros.
Y entonces el Espíritu Santo nos ayuda a comprender la grandeza del amor del Padre manifestada en la existencia de Jesús, en la Palabra de nuestro Divino Redentor, y nos va llevando a esas riquezas y a esos tesoros inmensos de Dios; el Espíritu Santo pues, nos comparte lo mejor del Padre que es su Hijo y nos regala la inteligencia del misterio de Jesús para que tengamos pues una alegría y una paz infinita. De hecho los Apóstoles siempre trabajaban porque en las comunidades cristianas la presencia del Padre, de Jesús y de su Espíritu, estuvieran vivas entre nosotros.
En la Segunda Carta del Apóstol a los Corintios pues es delicioso escuchar ese saludo que dirige el Apóstol san Pablo “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo, estén con todos ustedes”, y por lo tanto al decir la gracia de nuestro Señor Jesucristo quiere decir que gracias a Cristo, o en Cristo todo lo de Dios es gratuito; “gracias” viene de gratuito, de gratuidad, los dones de Dios son iniciativa, número uno, arranque, fundamento: “gracias”, “gracias a Dios”; Dios es algo espontaneo, le nace compartir, le nace convivir, le nace regalar; por eso la gracia mejor canalizada de Dios, la gracia concretizada visible es Jesucristo; nadie podrá expresar en una forma tan bella, tan completa y auténtica la gratuidad, la abundancia de dones de Dios que Jesucristo Nuestro Señor; Él es pies, el don perfecto de nuestro Padre Dios.
Y el amor del Padre, todos sabemos que Dios es amor, en el centro de la revelación Dios es amor, amó a su Hijo, ama al Espíritu Santo junto con el Hijo y ahora nos incluye, ahora nos asocia a ese misterio de amor, y por lo tanto todo cristiano es feliz, todo cristiano esta libre de amarguras, de tristezas; y vean como Jesús al despedirse físicamente nos regala el Espíritu Santo Consolador para que los Hijos de Dios no estén tristes –decía san Pablo– ni en el sufrimiento, porque el sufrimiento es una etapa pequeña, viene después la fortaleza, la paciencia y la esperanza que no defrauda, los dones de Dios que sin muy ciertos y muy cercanos a nosotros.
El Espíritu Santo –aquí el Apóstol san pablo en esa Segunda Carta a los Corintios– nos dice que es el que refuerza la comunión, el Espíritu Santo nos enseña a relacionarnos profunda auténticamente con el Padre, con su Hijo, y pues también entre nosotros; el Espíritu Santo es el constructor de la comunión perfecta: relaciones satisfactorias, relaciones constructivas, relaciones felices son las que nos regala el Espíritu Santo en nombre del Padre y también del Hijo de Dios.
Queridas hermanas, mis queridos hermanos, abramos nuestro corazón nuevamente a este misterio, no olvidemos recibirlo, cultivarlo y proponerlo; en las familias los papás hagan que la vida del hogar comience en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; en donde nosotros tengamos alguna actividad procuremos, ciertamente en el corazón, que todo comience y se fortalezca en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; cuando ya vengan las actividades, cuando ya estemos desarrollando nuestros compromisos y trabajos, pidamos la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; al terminar nuestras jornadas busquemos que todo sea para gloria del Padre.
Había una expresión latina muy bella en la Iglesia que decía: “Señor, si no lo hicimos bien, ten misericordia de nosotros, y todo lo que hicimos, todo lo que pudimos hacer bien, que sea para Tu gloria”, y eso corona la vida, y eso complementa lo que nosotros no pudimos perfeccionar; hay muchas cosas que dejamos a la mitad, hay muchas imperfecciones, siempre dejamos sinsabores, como que no llenamos las expectativas, y por eso invocar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, es abrirnos al perfeccionamiento, a la plenitud que solo Dios puede dar.
Queridas hermanas, mis queridos hermanos, alegrémonos por la fiesta de la Santísima Trinidad y nosotros procuremos llevar una relación perfecta, directa –a ver, déjenme comentar así– que ustedes no me digan a mí: “Obispo tu que estas cerca de Dios, intercede por mí”, ¡No! tú estás más cerca de Dios, tu eres más querido de Dios porque eres su hijo pequeñito, porque eres un hijo especial, porque eres un hijo que sufre, porque eres un hijo que necesita, y eso conmueve profundamente al Padre, y por eso Jesús te enseño a decir “Abbá”, a gritar, a saber que tú tienes acceso especial, inmediato, directísimo con Dios, con tu Padre, toca su corazón, sus entrañas, ¡háblale! y dile ¡Abbá!, y Él te escucha y sobre todo, te responde, te responde en una forma divina, en una forma sublime, no como respondemos nosotros, nosotros los hombres respondemos pues, apantalladoramente o superficialmente, Dios te responde en una forma correcta y perfecta pero invócalo, háblale, clama, que conozca tu corazón, tu conciencia, tu nobleza y Él te llenará de bendiciones. A Jesús, tu sabes que a Jesús todo mundo tuvo acceso, hagámonos accesibles en nombre del Padre, en nombre de Cristo, en el Espíritu Santo.
La Iglesia cada vez día tiene que buscar estas prácticas cotidianas, sencillas; todos tenemos acceso a Cristo, todos podemos caminar a cada instante y abrirle la puerta a Cristo, que entre, que venga, que no se valla, que no nos deje, es una forma de decir porque Él nunca se irá del corazón de los bautizados; Espíritu Santo como necesitamos su luz, como necesitamos su inocencia y su nobleza y su poder que Él recoge del Padre y del Hijo; y como es hermoso saber que el Espíritu es unción, es perfume, es sagrado, como es bello pensar que el Espíritu Santo se fija, descubre donde esta nuestra debilidad, para poder desde el corazón hablarle al Padre correctamente, oportunamente.
La Santísima Trinidad será el tesoro sublime de la Iglesia, de los creyentes, de ustedes, y pídanle que también de Obispo. Así sea.