Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“Fueron a toda prisa a Belén, encontraron a María, a José y al Niño”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, no solo en este tiempo privilegiado de la Navidad, sino también a lo largo del año es muy bueno que nosotros tengamos la experiencia de encontrarnos, de acercarnos a Jesucristo, a Cristo Niño, a la Santísima Virgen, a san José, y que de ahí, una fuente de agua viva, una fuente de agua nueva surja en nuestros corazones, de tal forma que a lo largo de la vida cotidiana nosotros caminemos, vivamos, como esos humildes pastores que alababan a Dios, lo bendecían, y transmitían a los demás la alegría de la fe, la alegría del encuentro con Cristo, la alegría de una vida familiar, muy familiar, muy íntima, que inspiraba la presencia de Jesús ya, en el Pesebre de Belén.

Junto con ustedes quiero recoger esta gran enseñanza: ‛La venida de Jesús, la llegada del Hijo de Dios, es para que nosotros sepamos, aceptemos, nos convenzamos de que es posible amar‘; son muchos los comentaros que se escuchan a nuestro alrededor: que esto no funciona, qu e esto ya no se puede, que en adelante va a pasar esto, va a pasar lo otro, e incluso en nuestros círculos cercanos muchas veces se nos dificulta pues, perdonar, comprender a nuestros seres queridos, volvernos a acercar a ellos, no cortarles ese rayito de luz y de alegría que pueden tener; y entonces en pocas palabras como que decimos “ya no se puede… ya no tenemos… ya no hay”.

La Santísima Virgen, san José, y el Niño Jesús en el centro, hoy nos recuerdan, nos enseñan que es posible amar, que a pesar de la oscuridad de la historia y de los ambientes, a pesar de lo difícil de las situaciones, nosotros, como la Sagrada Familia, podemos crear un espacio fascinante, acogedor, como el del Portal de Belén; en un basurero, en unos corrales a las afueras de la Ciudad, después de haber experimentado el rechazo y la impotencia de no tener un lugar antropológico con sabor al ser humano, san José y la Santísima Virgen, como que, con una serenidad y una dulzura incluso, se retiraron , al espacio donde pudieron, y ahí en un corralito, en un chiquero, tal vez un muladar, ellos lograron implantar la escena más fascinante e inspiradora de la ternura, de la delicadeza, de la intimidad familiar, que nos regala la Sagrada Familia de Jesús, José y María.

Queridos hermanos, nunca perdamos esa imagen, cuando la vida resulte difícil, cuando crezcan las pruebas, y los desencuentros y las desilusiones, nosotros recordemos Belén, recordemos ese escenario inmortal de Jesús, José y María en el Portal de Belén con un gran candor, con una frescura y delicadeza inmortal que nos inspira, y además nos invita, nos recibe, nos acoge, y nos hace saber que pertenecemos a ese espacio sagrado, donde sí se puede amar, donde es delicioso recoger el corazón de Cristo, de la Santísima Virgen y de san José, para ofrecer la dulzura que ahí se inspiró.

Queridos hermanos, y también pues, a propósito de este Fin de Año, junto con ustedes yo sí quiero asomarme al corazón, a la conciencia, y reconocer que muchas cosas no las hacemos bien, que nos equivocamos, que en ocasiones somos irresponsables, que en ocasiones no damos el ancho; cuantas veces nos habrán dicho incluso en la familia: ‘no seas así… no está bien eso corrígete, fíjate‛, y es bueno que al llegar al  final del año, tengamos un momentito de reflexión personal, honesta, y decir: ‘Me falta, tengo que mejorar, tengo que crecer, yo puedo ser mejor, para bien y para gloria de Dios‛.

La Sagrada Familia también nos ofrece una serie de elementos para que no solo –por decir– nos fijemos en nuestros errores, nuestros defectos, sino os introduzcamos cada vez mejor en el Universo de las Virtudes. Las virtudes humanas se están agotando, el árbol de las virtudes se está secando, y cada vez pues se experimentan cosas muy feas; por eso nosotros los cristianos vamos a cultivar las virtudes, en primer lugar las humanas, las virtudes naturales, las virtudes necesarias para la vida ordinaria, las virtudes cardinales que sostienen una persona y que son el reflejo de lo más sagrado que tu llevas, virtudes humanas, todos las conocemos. Entre ustedes, y así donde yo me muevo se palpa siempre la necesidad, la urgencia de las virtudes, que al final pues, nos hacen personas dignas, personas sabias, personas libres y personas alegres.

Este tiempo también nos ayuda para que nosotros apreciemos el orden; frente a tanto desequilibrio, a tanto desorden que con facilidad se está dando en nuestras familias y en nuestras comunidades; buscar el orden, apreciar el orden. Los Apóstoles –sobre todo san Pablo y san Pedro– insistían en que no nos dejemos llevar por una vida desordenada, porque el desorden termina haciendo mucho daño, y dándonos verdaderos fracasos en la vida, ‘poner orden‛, en el interior, en la conciencia, en el alma, en el corazón. Es bueno que en este día nosotros hagamos una opción, un compromiso por ser más ordenados, y buscar con sencillez el orden que llega incluso a hacer agradable la vida.

El otro paso es pues el amor; otra vez como en el Pesebre de Belén, la última palabra, la palabra inspiradora, la palabra definitiva para nuestro actuar la tenga el amor, no los caprichos, no el egoísmo; y claro, del amor, el gozo de servir, el gozo de ver felices a los demás; y con eso nosotros seguiremos valorado el tiempo, seguiremos integraos perfectamente al itinerario de la salvación, que Cristo nos ha traído; el ser humano, el destino de todos nosotros es grandísimo, especial, trascendente, sublime, divino; tenemos una Ciudad y tenemos una habitación inmortal, feliz, sumamente dichosa, plena, que se llama el cielo, donde Cristo nos aguarda, donde le Padre Celestial también a nosotros nos coronará de gloria. Así sea.