Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Yo soy el Buen Pastor, Yo soy la puerta de las ovejas”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, seminaristas queridísimos, mis queridos hermanos sacerdotes, al culminar nuestra Semana de Oración por las Vocaciones, el Evangelio con ese acierto, con esa providencia de siempre nos ilumina para los caminos, los procesos vocacionales. Ya anteriormente Nuestro Señor había dicho que, los que anduvieran con Él, los vocacionables, no debían ir con la intención de tener un nidito, o una madriguera. El nido tiene candor, tiene atractivo pero muchas veces se convierte en un espacio egoísta, cómodo, intimista, y el Señor dice que los que vayamos con Él, no busquemos acomodarnos en un nidito muy agradable.
Por otra parte dice, y no es: Los que anden conmigo, los que vengan a la Iglesia no busquen una madriguera, un lugar donde tú puedas encubrir tantas maldades, como hoy aparece aquí en el texto nuevamente de κλέφτες los ladrones, rateros; ni robo, facilito, inteligente, ni robos abusivos, agresivos −como dice Nuestro Señor− ha habido tantos en el mundo, en el Pueblo de Dios, en la Iglesia. También en este conjunto de textos Nuestro Señor nos previene y dice: asalariados tampoco, mercenarios tampoco, buscando interés, buscando progreso económico, buscando solo lo que les conviene, ¡No!
El Santo Evangelio pues, con esa honestidad que siempre trabaja el Misterio de Salvación, hoy a todos, en especial a mí, nos llama a tomar distancia, decisiones claras, actitudes profundamente decisivas para optar por el Señor, por el Padre Celestial, por el Mesías, por la comunidad cristiana; Él ha venido a dar, a darse, ese es el mejor signo de una vocación “darse” con amor, darse por amor, darse con entrega, darse con felicidad; no con los pies en rastra, sino verdaderamente llenos de esa chispa de vida, tan abundante –como hoy el mismo texto evangélico nos dice– ‘Yo he venido para que tengan vida′, y una vida especial , una vida esplendida, una vida fogosa.
Y por eso, pues al terminar nuestra Jornada Vocacional suplicamos a Nuestro Señor, que en nuestra Iglesia, que en nuestra Diócesis no nos infiltremos, y no permitamos que estas características de algunos servidores sociales, se vayan a meter en el redil de las ovejas. El redil de las ovejas es limpio, lleno de mansedumbre, lleno de humildad, lleno de buena fe; en la Iglesia no debe haber esa capacidad tan a flor de piel, de ser ventajosos, agresivos; en la Iglesia privilegia el alma del Cordero, inocente, intachable, Jesucristo Nuestro Señor.
Quiero también compartir con ustedes, esta imagen que hoy el Evangelio nos ofrece con tanta vivacidad “Yo soy la puerta”; recordemos como en Egipto “Faraón” es la puerta del país, “Faraón” significa puerta, no hay mejor puerta que las personas; y esto lo vemos desde el comienzo de la historia de salvación cuando Adán y Eva pierden el interés, la docilidad, la obediencia con el Padre Dios, se cierra la puerta, se cerraron la puerta principal, la puerta de la lealtad y de la amistad con Dios, y desde entonces para el ser humano, muchas puertas están cerradas: se han cerrado las puertas del progreso, las puertas de la paz, las puertas del honor, las puertas de la sabiduría, las puertas de la salud.
Muchas puertas están cerradas, y que bueno que nosotros hemos recibido la gracia de llegar a la puerta principal del universo que es el Mesías, que es Jesucristo “Yo soy la puerta”; a partir de Jesucristo –como decía san Agustín– muchas puertas se han abierto; y Él le decía al Padre Dios: ‘Padre, tú me has abierto muchas puertas′ –y comentaba– ‘otras están cerradas, al que te toque ¡ábrele!′; hermanos, en esto también como nos educó Jesucristo Nuestro Señor: orar, insistir, suplicar –tal vez en México diríamos: chillarle, patalearle– y el Señor siempre nos abrirá la puerta, siempre estará Cristo para nosotros como el sublime maestro, como el médico, como el guardián, como el consolador, como la plenitud de la vida, de la hermosura y de la felicidad.
Pues, el día de hoy, se impone que todo nosotros nos acerquemos, toquemos, busquemos, valoremos esa puerta sagrada de la fe en Cristo, esa puerta sagrada del Evangelio, esa puerta sagrada de la vida correcta que Él nos ha regalado y nos ha enseñado. Junto con ustedes pues, seguiremos pidiendo al Dueño de la mies, envíe muchos trabajadores, y trabajadores dignos, y trabajadores libres, y trabajadores felices, para que no andemos amargando la vida de aquellos que se nos confían, sino que con esa luz del Espíritu Santo, podamos realizar nuestra vocación, según es el plan de Dios; nosotros los servidores y seguidores de Cristo hemos venido a amar, a servir, hemos venido y hemos sido llamados para cuidar, para sembrar, para cultivar, para dar mucho fruto, para curar muchas heridas, para dar salvación. Así sea.