Domingo de la Ascensión del Señor
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
28 mayo de 2017
Al verlo se postraron, unos tomaron distancia. Queridos hermanos toda la Iglesia celebra el momento en que nuestro Divino Señor sube a lo más alto de los cielos. Rápido san Agustín decía: suba con él nuestro corazón.
De hecho, mis queridos hermanos, ahí se ve un paso grandísimo, bello, del peregrinar de Cristo. Él, ustedes saben, todos sabemos llegó con tanta modestia, con tanta humildad. Su nacimiento, sus primeros años, sus treinta años, escondido, oculto, discreto en Nazareth, y sale a su ministerio, a lo más que llega es un Profeta, un maestro rural.
Ahora a la Iglesia nunca se le olvidará que aquella persona tan sencilla ha sido recogida por Dios, elevada a lo más alto; se dice al cielo, se dice a la derecha del Padre, Salvador universal, Señor de cielos y tierra, plenipotenciario para las cosas de Dios y para las cosas de los hombres, y por eso Él dice a sus apóstoles que de esa experiencia, de esa realidad que él vive les comparte, que toda esa grandeza que Dios le regala, que todo ese poder que Dios le concede, ellos lo conviertan en humilde peregrinación, que lo conviertan en un trayecto amoroso hacia todos los pueblos, hacia todas las personas, hacia todas las naciones, hacia toda persona. Y además que eso lo conviertan en un encuentro, que lo conviertan en una palabra.
Cuando él los enviaba pedía ¡saluden! Cuando entren a una casa lo primero que hagan sea saludar. ¡Saluden, abran ese compás de encuentro feliz! Un saludo casi siempre lleva una buena mirada, un gesto con la mano, lo mejor es sonreír cuando saludemos y así nuestro Señor nos garantiza que todos los hombres podrán sentir a Dios, podrán tener acceso a Dios. Así como él vino para bajar los tesoros divinos, ahora los apóstoles, ahora los discípulos son los que pueden ir ofreciendo, acercando toda la grandeza de nuestro Divino Señor.
Por eso dice el texto que los discípulos lo adoraron. Esta palabra es muy fuerte queridos hermanos y yo quiero tomarla muy en serio junto con ustedes. Estoy seguro, volvamos a aprender a adorar. Sabemos rezar, sabemos pedir, sabemos alabar, hacemos muchas alabanzas. El texto de hoy pide que ante la majestad de ese Divino Señor, nosotros adoremos, adorar es la postura, adorar la actitud de totalidad, de entrega absoluta, incondicional, entregarnos, ponernos bajo su señorío, bajo su dominio tan constructivo, tan humilde como siempre lo demostró y a nosotros nos los hará seguir llegando.
Dice que después de esa postura tan profunda algunos dudaron, como que se arrepintieron, tomaron distancia, adorar-distanciar como que es una de las realidades nuestras. Hay veces que estamos muy entusiastas, muy convencidos y de repente ya no, bueno eso les pasó a los apóstoles, creo que también nosotros tenemos derecho o nos va a pasar, que se enfríe, que el alma desconfíe, con que no seamos desobedientes, con que no seamos cínicos, se vale dudar, se vale pasar crisis de fe, porque eso refuerza la presencia de nuestro Señor, dice que a esos Él se les acercó, nadie tuvo esa capacidad tan bella de acercarse en cualquier situación como Cristo.
También ahí tenemos un aprendizaje importante, aun cuando las personas desconfíen, tomen distancia, nosotros seamos como Cristo: se acercaba, se aventaba de pechito, buscaba, ofrecía, facilitaba a que los demás resolvieran sus dificultades.
Queridos hermanos, y otro de los elementos bellos que hoy reflexiona la Iglesia es qué nos dejó antes de subir. Nos dejó la Palabra, la enseñanza, la predicación. Nos dejó el peregrinar entre los pueblos eternos, entre la gente y luego ofrecer el bautismo, ¡bauticen!
¿Cómo podemos nosotros hoy disfrutar esta realidad de Cristo? Ayuden a que Dios Padre, Hijo, Espíritu tome posesión de las personas, dejen los hombres bajo la protección de Dios, que todos queden consagrados, ya no consagrados a los ídolos, consagrados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Que puedan introducirse en el poder infinito del Padre, del Hijo y del Espíritu, que ingresen a la casa del Padre, del Hijo y del Espíritu, que formen parte de esa familia que se llama el Padre, el Hijo y el Espíritu y que participen de la unidad múltiple como es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Queridos hermanos demos gracias a Dios porque la trayectoria de Cristo, es una trayectoria al final de elevación, subida, la experiencia actual. Es que vamos de picada, estamos cayendo, estamos cayendo muy bajo, estamos perdiendo, se están derrumbando muchas situaciones humanas, socio culturales, económicas, vamos de picada, vamos para abajo, o vamos para atrás.
La fiesta de hoy -pero es mejor- la persona de Cristo siempre será subida, aliento, elevación, mejoramiento, superación, victoria, no perdamos jamás nuestro vínculo personal con Cristo. Supliquémosle a Él que nos tome de la mano, que nos integre a su Iglesia, a nuestras familias, a nuestras comunidades y que ahí nos levante, y que ahí nos consuele, y que ahí nos dé esa capacidad de mirar al cielo, de elevar corazones, las manos, decía San Pablo: “levanten sus manos para que queden libres de pecado, libres de maldad y glorifiquen al Padre con salmos, himnos, cantos espirituales”.
Pues, queridos hermanos, la Ascensión del Señor es para que la Iglesia recuerde que cualquier derrota, cualquier calvario, crucifixión se ha de transformar en una feliz resurrección, subida, elevación hasta el corazón del Padre. Así sea.