Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
XXII Domingo de Tiempo Ordinario
28 de agosto 2022
“Serás feliz”. Igual en este texto del Santo Evangelio, aparece otra expresión muy parecida a esta, “Serás feliz, te verás honrado”. Vean para que son las enseñanzas de Jesús; qué poca alegría y felicidad auténtica existe el día de hoy; hay pues, expresiones, hay espacios de alegría, pero muy superficial, pasajera, incluso engañosa; el Señor siempre nos propuso algo profundo, algo valioso, perdurable, que dure; por ejemplo, que seamos justos, que seamos honestos, que seamos buenos.
No hay mejor inversión, no hay mejor negocio que ser buenos, no hay mayor éxito que ser buenos, hacia allá nos lleva Jesús, es lo que nos regaló, es lo que nos enseñó, y es el espíritu que nos ha dado para que podamos nosotros realmente caminar en ese sentido, de auténtica felicidad, personal y comunitaria
Si quieren nos asomamos así brevemente al libro del Sirácides o Eclesiástico −que siempre se atribuyó al mismo Rey Salomón− en dónde se nos dice: “Procede con humildad en todos tus asuntos”, compórtate como una persona sencilla, discreta, modesta, humilde; nuestro Señor llego a decir ‹¡Aprendan de mí! yo soy humilde de corazón, yo guardo una disciplina y una mansedumbre de corazón, así me nace ser›. Bueno al final, hemos de decir queridos hermanos, la única persona que ha cumplido esta palabra, la única persona fiel a las enseñanzas divinas es Jesucristo.
Por ejemplo asomémonos ya al párrafo final del Santo Evangelio, cómo se nos propone una mesa distinta a todas las mesas del mundo, de la historia, de las culturas, de las familias; todos a la mesa queremos, buscamos personas agradables, cercanas, amables, y Jesús nos deja sin palabras “su mesa” está llena de lisiados, cojos, ciegos y necesitados; ninguno de nosotros puede presumir, ninguno de nosotros pues ni siquiera ha tenido esa ocurrencia, ninguno de nosotros soportaría esta práctica que hoy nos pide Jesús, porque se sale de nuestros parámetros, se sale de nuestros sentimientos, de nuestros proyectos, de nuestros estilos de vida desde nuestras necesidades, costumbres, lo que quieran.
Hoy mis hermanas, hermanos muy queridos, apreciemos la mesa de Jesús, la Sagrada Eucaristía; hasta la fecha la Iglesia tiene ciertamente la disciplina, la costumbre de que a la Sagrada Eucaristía se invité a todo el pueblo de Dios; tú puedes llegar a una celebración eucarística de buenas, de malas, currisímo, bien vestido, bien presentado y puedes venir a la sagrada eucaristía pues, sencillo, tal vez de malas tal vez desaliñado, despeinado, no bañado, no en buenas condiciones, ni de ánimo ni de cuerpo, y que se te respete. Creo que sí, eso más o menos lo hemos logrado en todos los sitios donde se celebra la sagrada eucaristía: puertas abiertas y participación general, hasta se nos dice muchas veces cansonamente ¡Todos estamos aquí, todos participemos!, todos oremos, todos levantemos los ojos al Padre, las manos bendiciéndolo, adorándolo, la voz, aclamándolo, saludándolo, aplaudiendo ¡todos!
Estando en la mesa, estando en la hospitalidad de Jesús, hermanos, familia, igualitos, todos necesitados; unos venimos cojos, otros ciegos, otros desganados, otros no preparados, como sea, todos vénganse, Jesús nos ha invitado a esta mesa, a su mesa, es la única mesa en el mundo que tiene esos criterios, esas prácticas: puertas abiertas, corazón abierto, vénganse todos, acérquense todos, participen todos, siéntanse a gusto todos, respetados todos; en la mesa de Jesús se acaban las preferencias y favoritismos humanos, las etiquetas humanas −claro que Cristo eso lo respeto− pero en su mesa, a su mesa, estos son los criterios, en la casa de Dios estos son los criterios, este es el espíritu “que entren todos”, que vengan, que se acerquen, que participen todos.
Me encanta como nuestro Señor dice que de esta mesa, saltaremos a la mesa celestial, de esta mesa sigue el banquete eterno, los manjares super exquisitos; ya aquí los manjares son exquisitos ya aquí hoy son los manjares deliciosos, los más deliciosos, se trata del pan del maná, del alimento divino, se trata del Sagrado Sacratísimo cuerpo de Cristo, aquí recibimos su sangre preciosa, aquí recibimos la Palabra sublime de la sabiduría eterna, en esta mesa se tiene la mejor conversación con el Padre Celestial: le hablamos, nos habla, le pedimos, nos responde hay una interacción con el cielo extraordinaria. La tierra desde que llegó Cristo se ha convertido en “El granero del cielo”, en el campo de los sembrados divinos, de esos campos en dónde se siembra la Palabra, el Reino de Dios traído por Cristo los frutos pasan a la eternidad, pasan a la casa divina, a la mesa celestial.
Por eso queridas, queridos hermanos, que amor, que emoción debe haber entre los cristianos al acercarse al altar de Dios; ya el Salmista lo había dicho: ‹Yo me voy a acercar, yo voy al altar de Dios, renueva mi juventud, y además me alimenta, trigo mejor, mosto, su vino exquisito y aceite que adorna mi rostro, me hace tener una autoestima extraordinaria›. Queridos hermanos, y todo es porque Jesús cumplió esta máxima divina: ‛todo el que se humilla será enaltecido, el que se humilla será exaltado, el que se hace chiquito será engrandecido, el que ha sufrido deshonor y desprecio será honrado; el soberbio, el inflado, el esponjado, será rebajado, echado fuera; todo el que se humilla será enaltecido, y el que se enorgullece y se enaltece a sí mismo, será tumbado, por tierra, caerá´.
Nosotros queridos hermanos, tenemos la gracia, la dicha de ser de Cristo, que se humillo, se despojó de su divinidad, se encarnó, se hizo carne modesta, carne frágil, ser humano insignificante, enfrentando tantos problemas y tantos retos, tantos desprecios; se humillo y se hizo obediente, obediente hasta morir, hasta derramar su sangre; pero fue exaltado, glorificado, reconocido, supremamente autorizado por Dios, todo lo de Cristo está autorizado, garantizado, inconfundible, deli… preciosamente por el padre Dios; y todos los de Cristo igual, participan de su camino, de su destino, de su psicología, de su conducta, y serán engrandecidos: tu llevas muchas cosas que nadie ha entendido, tú has hecho muchas obras que nadie te ha valorado, tú te has esforzado en tantos y tantos momentos en que nadie te dio las gracias, tú has hecho cosas muy preciosas, por decir, en lo escondido, en lo modesto de tu vida diaria, tú has enfrentado pues hasta desprecios, tú has enfrentado rechazos, a ti te han ignorado muchas personas, ¡Dichoso serás feliz! Exaltado, engrandecido como Cristo, en Cristo.
Pues queridas hermanas, mis queridos hermanos, el día de hoy nosotros nos llenamos de paz y sabemos, en la Iglesia de Cristo hay promesas, en la iglesia de Cristo hay recompensas, en la iglesia de Cristo hay premios, retribución, estímulos, bonos, llámale como quieras; valoremos, busquemos esas recompensas, esos premios; busquemos, anhelemos la paga divina, el reconocimiento divino; si no hubiera promesas, recompensas, la vida sería un desastre, sin sentido, si no hubiera ese cambio de situaciones pues estábamos hundidos por siempre, aquí y allá,¡ como dicen; ¡No! gracias a Cristo, hay premios, recompensas deliciosas: serás honrado, serás glorificado, serás reconocido, serás integrado, quedarás lleno de luz, más aún, quedarás lleno de hermosura, por todos los momentos de modestia y de humildad qué viviste sin que nadie los apreciara; Dios nuestro Padre está perfectamente comprometido, profundamente involucrado en la historia personal de cada ser humano; y descubriendo ahí a Cristo, y descubriendo ahí el delicioso sabor de su Hijo, el toque tan bello de su Hijo, nos engrandecerá. Así sea.