Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco

27 enero de 2019

“El Espíritu del Señor, sobre mí”.

Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, el día de hoy la iglesia recoge con emoción esa práctica, ese deber, esa costumbre del pueblo, «reunirse y escuchar la palabra»; y vemos tantos detalles muy bellos, de como se hacía solemnemente una lectura de la ley, una lectura de la enseñanza de los Profetas y de Moisés; todo el pueblo, y repasa desde los mayores hasta los niños, los jóvenes, las familias acudían a la plaza y estaban a la puerta del agua, al frente el sacerdote y también el gobernador.

Y entonces, abren el libro a la vista de todo el pueblo, como aquí, el pueblo está atento, se hace una buena lectura, se proclama con toda claridad y se explica, el pueblo responde –pues unos se arrodillan, otros se ponen de pie, otros adoran a Dios, otros lloran‒ sin duda muchos reciben mucha paz y consuelo en su alma al escuchar la palabra; el sacerdote tiene cuidado de que se proclame desde lo alto esa palabra, y entonces los dirigentes ordenan al pueblo (porque algunos yo creo estaban tristes o gimiendo) ¡no!, hoy no es un día triste, hoy es un día feliz; hemos escuchado el corazón, Dios nos ha abierto su santa voluntad y Dios nos ha corregido, y nos ha orientado, y Dios está en medio de nosotros, ¡no! váyanse y coman espléndidamente.

Yo quisiera decir esta palabra hoy, sé que no lo necesitan, pero no perdamos la costumbre de comer solemnemente los domingos, el texto “espléndidamente” –coman sabrosito, coman calientito, que se vea un interés muy especial en alargar el alimento de Dios en el seno de nuestros hogares, que por lo menos de veras, una vez a la semana se haga esa comida especial, esa comida solemne, esa comida distinguida para celebrar, para agradecer al Señor, y que no les falten bebidas, y que no les falten dulcecitos, su postrecito, ‒diríamos aquí en México‒, y luego si ven que alguien no tiene ¡mándenle! Qué bueno que en México hay esa costumbre de mandar a los abuelos o mandar a los tíos, a los vecinos cuando uno tiene una comida sabrosa, dice “mándenles a los que no tienen nada y consuélenlos, que sientan que es el día del Señor «no estén tristes, la alegría del Señor, es nuestra fortaleza»”.

Y vemos mis queridos hermanos, por ejemplo lo que hoy nos toca a nosotros recordar: somos el cuerpo de Cristo, y un cuerpo en equilibrio, en armonía; que importante es que todos nosotros recojamos siempre estas enseñanzas para evitar los desequilibrios, los desencuentros, lo que desestabilice, primero nuestro corazón claro, y también nuestras familias; estamos en un mundo muy agresivo, nuestras circunstancias son imprevisibles, ya cuando menos se acuerdan alguien tiró la sopa, alguien puso el negrito del arroz, y entonces se pierde eso tan bello que tiene el pueblo de Dios, la armonía. Todos no seamos conflictivos.

Nuestro señor decía “Yo te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque tus cosas se las das, se las enseñas a los sencillos”, a la gente sencilla, los problemáticos, pues no entienden nada no, no les interesa nada, no ponen atención en nada. Hoy nosotros recogemos ese llamado y ese regalo; a los cristianos se nos ha dado el Espíritu Santo, y el Espíritu es equilibrio, es una serie de encomiendas para que todos cumplamos oportunamente, puntualmente lo que nos toca. Dice: y no hay envidias, y no hay desprecios, y no hay descalificaciones, porque de la uñita de los pies, hasta el último cabellito, existe la paz, todo colabora, todos están al servicio, todos están en respeto, todos están preocupados, todos están colaborando.

No se nos olvide esto mis queridos hermanos, porque todos los equilibrios nacen de la familia, nacen del alma, entonces en ocasiones quisiéramos que los gobiernos, quisiéramos que los de fuera, que los policías, que las pistolas, vinieran a poner orden, esos jamás. Es el alma, es lo que tú llevas, es lo que tú eres, es el espacio que tú vas formando, humildemente será, pero, eso es lo que trae la paz, eso es lo que trae como diríamos mil veces, la armonía de las comunidades y de los pueblos.

Y bueno el santo Evangelio, mis queridos hermanos nos da todavía un plus, nuestro Señor recibe el espíritu, comienza su ministerio y dice: los que más me preocupan son los pobres, los que más me preocupan son los presos, me preocupan mucho los ciegos, me preocupan mucho los oprimidos, los que llevan cargas muy pesadas.

Les recuerdo que en nuestra Diócesis, en cada parroquia, en cada sector, están haciendo, está formándose la Pastoral Social; en esta etapa, el Obispo les ha suplicado a los presbíteros, a los que colaboran en las parroquias en los distintos servicios, que pongamos atención en tres áreas: primero sí, al menos una vez al mes recolectar algunos productos, por decir arroz, frijolito, y llevárselos a las personas más necesitadas de la comunidad, porque hay personas que van al día, hay personas que carecen de alimentos o de un poquito de variedad en su sustento; entonces, que bonito será que en las parroquias conociéndonos, pues seamos más solidarios; puede ser que una familia tenga para comer, pero nada más para eso, no tienen para, un poquito comprar ropa o ir a visitar un enfermo que tienen en otra parte, entonces, la solidaridad siempre es mucho muy provechosa –alimento, la comida‒, cuidar que nadie padezca hambre, que no haya necesidad en el momento de tener que hacer los alimentos.

Segundo, hemos pedido mucho que en cada parroquia por lo menos, se ofrezca entre todos una beca a un joven o a una jovencita que no pueden pagar la Universidad, para que así nuestros jóvenes, imagínense al final del año tendíamos noventa profesionistas que fueron apoyados por la comunidad cristiana; imagínense que cada parroquia tome en serio, imagínense que todos nos preocupamos, bueno aquí esta parroquia ya está atendiendo a alguna jovencita, algún joven que quiere estudiar; hay muchas catequistas, hay muchos servidores, hay niños misioneros y, a veces no pueden ya entrar a la Universidad porque los recursos no les alcanzan. Que cada parroquia ofrezca una beca aun estudiante pobre, a un estudiante que no puede, necesitado.

 

Y tercero, que cada parroquia al año, construya un cuartito, decimos una casita, tal vez no se pueda una casita totalmente pero, un cuartito a una ancianita, a unos ancianitos que en verdad no tienen, no tienen su casita; o en las unidades habitacionales hay muchas familias que están a punto de perder su casa porque ya no les alcanza, porque no tiene empleo y entonces, al menos que cada parroquia vea por la habitación, por una casita para las personas necesitadas. Acabo de ir a una parroquia y los sacerdotes me decían con tanta alegría “nosotros ya hicimos la casa para los pobres, nosotros ya construimos una casita entre todos para una familia muy necesitada”.

 

El Espíritu del Señor está sobre mí”, decía Cristo, me voy con los pobres, me preocupo, me acerco a los afligidos, a los que están pasando, eso ¡hagámoslo todos!; decía Jesús “Hoy se cumple esta escritura”; que la iglesia diga «hoy se necesitaba esta escritura, hoy necesitábamos ese impulso caritativo, amoroso del Espíritu para hacer el bien, para multiplicar los servicios, la caridad, en pocas palabras, la caricia de Dios». Que así sea.