Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
Congreso Misionero
26 de marzo de 2023
“Yo abriré vuestros sepulcros Pueblo mío, Yo mismo los abriré”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos misioneras, misioneros –encontré misioneritas, misioneritos, jóvenes misioneros, misioneras– a todos, que esta Palabra de Resurrección y de Vida, nos toque, nos llene el alma, la mente y el corazón; “Yo abriré sus sepulcros”, hay muchos sepulcros, y hasta parece que se multiplican en los días actuales; mucha muerte, muchos panteones, muchos cementerios, muchas tumbas, sin embargo, los cristianos somos, por la misericordia de Dios, por el cariño que Cristo nos tiene, la respuesta. Nosotros somos los que van a ir en nombre de Cristo, abriendo las tumbas, sacando y resucitando a los muertos, dando vida, y una vida plena, una vida feliz porque es la del Espíritu, de Jesucristo Nuestro Señor.
¿Dónde existen hoy esas tumbas? El Apóstol san Pablo en forma tan sencilla nos lo dice este domingo: donde hay desorden, donde hay egoísmo. México ya no puede aguantar tanto desorden, el mundo, el ser humano no está para cargar ese peso tan abusivo y absurdo del desorden, del egoísmo, de tantas divisiones y violencia; como, pues mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, los necesita Dios nuestro Padre, como los necesita el mundo de hoy; que providencial que nuestra Diócesis se enciende en fervor misionero, precisamente el día en que la Iglesia proclama la resurrección de los muertos, el final de tanto fracaso, de tanto aislamiento, de tanta crueldad y de tanto dolor. Hoy, nuestra Diócesis solemnemente, los consagra a ustedes a través de la Sagrada Eucaristía, a través de ese envío de nuestros queridos sacerdotes, del Obispo, de los sacerdotes, desde sus parroquias, desde sus sectores, y con mucha ilusión, y con mucha verdad los manda a que toquen –ya no diría yo puertas, sino– tumbas, sepulcros. Y quiero pedirle a Nuestro Señor que, a donde ustedes lleguen, llegue la voz del Mesías, llegue el tiempo –decía Él– en que los muertos oirán la voz del Hijo del hombre y resucitarán; aquí ya mismo en este ratito algunas personas de ustedes me platicaban, como quien dice: yo estuve fuera, estuve lejos, yo me perdí, y hoy he sido encontrado, hoy he sido recibido en la casa de mi Padre.
Por eso mis queridas hermanas, cada uno de nosotros en primer lugar luchará porque el Espíritu Santo venga, ilumine, refresque, de luz, alegría, paz, sabiduría en nuestros corazones, para nosotros poder acercarnos a esos corazones que están duros, que están muertos, que están destrozados, y llevarles el mensaje, y llevarles a Dios, y llevarles a Cristo, y a cercarlos a su casa, a su hermosísima Iglesia Católica. Veamos nosotros como Jesús hacía las cosas, que se trataba de un velorio: suspiró, se enterneció y lloró; muchas veces ustedes, tal vez, al ver el sufrimiento de nuestros hermanos lo único que puedan ofrecerles tal vez será un abrazo, una caricia, una lágrima, un apapacho, un momento de dolor y de silencio solidario cerca de ellos, para que reciban a Dios, para que se llenen de su Espíritu Santo.
El amor es el gran secreto de Dios, el amor es la gran fuerza que ha traído Jesucristo, es el regalo supremo del Mesías; el ser humano como necesita la vida de Dios, como necesita la comunión y cercanía con Él para poder respirar, para poder caminar, para poder vivir. hoy toda la Iglesia celebra que nuestro Divino Señor, no solo nos trajo el agua que es frescura, que es pureza, que es vida, no solo nos ayudó a caminar limpios por la vida, sino que además nos dio la luz. El domingo pasado en ese pasaje del ciego de nacimiento Nuestro Señor: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas”, y, “estoy aquí para que no tropiecen”; cuantas personas han tropezado y se han caído por falta de luz que viene de Dios.
Ustedes mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, llevan la luz por humilde que sea, a primera vista, llevan la luz de Dios que es Cristo, ustedes harán que muchas personas otra vez, sientan un nuevo amanecer en su vida y se levanten, <la noche ha pasado, llegó el día, caminen, y con entusiasmo –decía san Pablo– como en pleno día, con dignidad para que no se queden hundidos, incapacitados, inútiles, sino que con la luz de Dios vuelvan otra vez, a tener la luz de la vida>.
Y queridos hermanos, ese regalo supremo que Jesús nos da, que es la Resurrección, es tan precioso que significa que Dios ama de tal forma, tan en serio, tan completo, tan a fondo, que hasta la última célula, la última partecita, la más insignificante, la más escondida de tu cuerpo ¡Resucitará, se llenara de luz, se llenará de felicidad y se llenará de gloria! Ese es el amor de Dios que se manifiesta y que depende de la misión, el encuentro con Cristo a través de ustedes, la Palabra, el kerigma, la cercanía, la misericordia. Yo sé que ustedes han sabido en nuestra Diócesis, sí, tenemos la Misión unida a la misericordia; nuestra misión es misericordiosa, el toque de nuestra misión diocesana “ser misericordiosa”; acercarnos con tanto respeto, con tanta finura, con tanta delicadeza, con tanta educación, que nosotros abramos el tesoro de la misericordia de Dios. Si hoy nosotros hacemos una Iglesia solidaria, una Diócesis, unas Parroquias, unos Sectores misericordiosos, el mundo creerá, se convencerá, tocará las evidencias de la presencia amorosa de Nuestro Señor.
Pues mis queridas hermanas, mis queridos hermanos ustedes, como Martha, como María, yo mismo, todos digámosle a Cristo: Señor, que lindo, gracias que viniste, ¡Tú tenías que venir!, si no, hubiéramos seguido en nuestro fracaso, en nuestra derrota, en nuestra muerte, ¡Tú tenías que venir!, ¡Qué bueno que ya llegaste, que bueno que ya estás con nosotros, que bueno que ya nos amas y nos escoges!, y nos impulsas a caminar delante de Ti, a tras de Ti, contigo, siempre en tu Iglesia Católica, ¡Tú tenías que venir!, si no, hubiéramos seguido en la amargura, en el desorden, en la tristeza, incluso en la crueldad, Tú tenías que venir al mundo, y traernos el amor infinito del Padre. Pues mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, que este día sea una fiesta para nuestra Diócesis porque, aunque es bonita, aunque es alegre la respuesta de ustedes, esperamos todavía más, y necesitamos todavía más y más misioneros, misioneras que con sus pasos agranden los caminos de Dios. Así sea.