Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“¿Dónde estás?” Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, durante este santo tiempo de Cuaresma, la Iglesia recoge las enseñanzas clave, de la Historia de la Salvación, una de ellas en este Primer Domingo de Cuaresma, es la experiencia de que Dios preparó, se esforzó, ofreció al ser humano una casa; los judíos explican a los niños en las escuelas, como la primera letra de la Sagrada Escritura, de la Biblia, es la bayit, bayit significa “casa”.

Lo primero que Dios hizo: “una casa” al ser humano, y espléndida, el Edén, el Paraíso, que es una figura inmortal en la historia humana, que ha llegado a todas las culturas y mentalidades; pero el hombre pues, por desobediencia, el ser humano por tentación del espíritu del mal, desconfío de Dios; imagínense la forma como el tentador trabaja, hacernos desconfiar de Dios: ‹¿Tú crees que Dios te creo para que seas bueno, para que seas feliz? ¡No! Dios no te hizo ningún bien, te tiene subyugado, esclavizado; el día que tú comas de ese árbol te darás cuenta, serás como Dios›, viene el fracaso inmenso que entra en el ser humano, que culmina precisamente en la muerte, y entonces, bueno, pues el ser humano pierde esa casa tan bella, que se llama el paraíso.

Después, podemos de una vez hacerle referencia con el Rey David, el día que pecó el Rey David no solo vio que se derrumbaba su vida, sino también Jerusalén; por eso, como pide misericordia y perdón, para volver a ser otra vez lo que era, ‘príncipe′, para volver a tener una Ciudad tan bella como Jerusalén, que construye las murallas de Jerusalén, así sintió la gravedad de su pecado, que no solo él se derrumba con el pecado, no solo nosotros nos vemos afectados, sino que se afecta nuestro entorno, nuestra casa, la Ciudad, la familia, el hábitat del ser humano.

Ojalá nosotros pues, sigamos pensando, reconociendo que con el pecado, pues todo, todo se viene abajo, y por eso no tocar ‒como se lo pidió al primer ser humano‒ el árbol del conocimiento del bien y del mal. En pocas palabras, el único que nos regalará con certeza el conocimiento del bien y del mal, será El Mesías, será el Hijo de Dios, Jesucristo; ningún ser humano jamás podrá dimensionar el alcance del mal, ni te imaginas hasta donde va a llegar una obra mala que hagamos, ni te imaginas hasta dónde llegará una obra buena que nosotros hagamos, solo Dios conoce los recorridos, el alcance del bien y del mal; por eso hemos de estar constantemente meditando su Palabra, recogiendo su enseñanza, y desde que llegó Cristo, pues el Santo Evangelio, que es el que nos da la sabiduría infinita.

En lo que se refiere pues al Santo Evangelio, mis queridas hermanas, otra vez el demonio absurdo, ofensivo, grotesco, pidiéndole al Hijo de Dios que comiera piedras, que con las piedras se alimentara: ¡cómo! iba a saber que, al final de su sagrado ministerio, Cristo nos demostraría que ¡Él es el Pan de la Vida!, Él es el pan fortaleza, alimento preciso, auténtico para el ser humano; y por eso mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, como hoy nosotros, ponemos mucho cuidado en las tentaciones, porque nos llevan a equívocos, a fracasos verdaderamente impensables.

Jesucristo es la Palabra que da vida, Jesucristo es, en su Cuerpo y en su Sangre, el sustento de todo ser humano, no solo para este peregrinar terreno, sino para la eternidad, porque es divino, porque es celestial, y así quien quede perfectamente vinculado a Cristo, alimentado de Cristo, vivirá para siempre: “El que coma de este pan, vivirá para siempre”; y el demonio, imagínense, quiere darnos piedras, aunque sean de oro, aunque sean diamantes, no son vida, no alimentan, no salvan.

Y bueno de otra tentación, vemos como el demonio también quiere la espectacularidad, y Jesús nos enseña a ser humildes, a tener disciplina en la vida, a no querer abusar de nadie, menos de Dios, con Dios no se juega, ‹¡como que tú sí te avientas del templo, obligas a Dios a que te envíe ángeles y a que te salven›, y así es un sistema de vida; cuantas veces nosotros queremos obligar, queremos tentar a los demás, para que funcionen en favor nuestro, y no se vale; Jesucristo por eso es el ser más humilde, el ser más pobre, no echó nunca mano de nadie para sus cosas, para su trabajo, para su servicio, para su propio interés.

Jesucristo se mantiene, y nos enseñó a mantenernos en una austeridad gozosa, digna, libre, para no andar abusando, aprovechándonos de los demás ‒y repito‒ menos de Dios; Dios es espontánea providencia, generosidad, no necesitas exigirle, no necesitas obligarlo; y por eso también nosotros, cuando nos hacemos imagen de Dios, pues espontáneamente tratamos de servir, tratamos de ayudar, pero no bajo ese sistema del mundo, en donde la debes – la pagas, en donde te doy – dame, la reciprocidad famosa, sino la gratuidad; en los caminos de Dios existe “la gratuidad” y ahí está la grandeza del alma, la grandeza del espíritu.

Y pues también mis queridos hermanos, todo ese universo del poder, de la grandeza, el poder de los bienes, “todo esto te daré, si postrándote me adorares”; nosotros muchas veces sí nos podemos dejar encandilar, y pues hacer ídolos, y vendernos, para conseguir algo, y hoy el Señor nos enseña que llevamos una dignidad infinita cuando adoramos a Dios, cuando todo lo depositamos y lo conseguimos de su amor verdadero y auténtico; no exhibicionismo, no espectacularidad, sino ese don tan bello de la paz y de la gratuidad. Démosle gracias pues a Nuestro Señor mis queridas, mis queridos hermanos, porque estamos llamados a servirlo, y estamos llamados a resistir a las tentaciones; todos nosotros sabemos que en el Padre Nuestro está muy clarito, que es lo que está más cerca del ser humano, que es lo que más necesita el ser humano, el pan “danos hoy nuestro pan” y nos lo dió en Cristo, Cristo es nuestro pan de Dios, “danos nuestro pan”, “perdónanos”, como necesitamos el pan, necesitamos el perdón, a cada instante el pan y el perdón; y dos amenazas fatales: la tentación, el mal; y Cristo ha venido a librarnos de la tentación y del mal. Así es. 

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