Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco
26 de febrero de 2020
Miércoles de Ceniza
“Tu Padre, ve lo secreto”.
Queridos hermanos, es una cita muy hermosa la que la Iglesia nos ofrece con Dios durante este sagrado tiempo de la Cuaresma, encuentro profundo, en lo íntimo, en ese lugar donde nadie tiene acceso sino nuestra conciencia, nuestro corazón, y en una forma espléndida nuestro Dios; estar, quedar, de corazón a corazón con Dios.
El Salmo que es de los grandes hermosísimos del Rey David nos ayudan muchísimo para introducirnos en ese encuentro con Dios, comienza con esta posición de sencillez, de dolor, de humildad: “compadécete de mí porque es infinita tu misericordia”. Que tu interior también se ponga en sintonía con el mío, con mi interior, pues lleno de amargura, lleno de tristeza, el rey David en su pecado se descubrió pobre, malo, despojado, envenenado, perdido, y por eso él, entre otras cosas, le pide a Dios reconstruya su corazón. Su corazón está marchito, su corazón quedó herido, su corazón quedó seco, su corazón quedó aniquilado.
Y entonces, él desde esa postura de humildad, al descubrir que el corazón de Dios sigue vivo, sigue siendo capaz de amar, sigue siendo un corazón feliz; el corazón de Dios es feliz, el corazón de Dios es plenitud rebosante, le dice: «Señor dame tu corazón que es puro, yo estoy sucio, completamente sucio, dame un corazón puro como el de un niño. Dame un corazón nuevo, a mi corazón se le acabaron todas sus energías y recursos, ya es como un corazón viejo incapaz de… sin fuerzas. Corazón nuevo, el corazón puro, corazón nuevo, mi corazón fue como una hoja agitada por el viento, mi corazón se salió del alma, mi corazón se fue, mi corazón se perdió, hoy dame un corazón firme seguro, que los demás puedan seguir confiando en mí, ya no confían, ya no saben a qué atenerse conmigo, dame un corazón firme que sea garantía».
Y finalmente, en esta parte el gran rey David dice: “Dame un corazón de príncipe” ‒yo era rey, yo era un hombre espléndido, generoso, hoy no tengo nada que dar, no puedo ser generoso, los que llegan a mí no encuentran nada, no hay alegría, no hay paz, no hay sabiduría, no hay ganas de atenderlos, de escucharlos, de estar con ellos‒ Dame, regrésame mi corazón de príncipe. Cuando todos venían, cuando todos se me acercaban y encontraban en mí la paz, la amistad, el apoyo, la bendición.
Pues queridos hermanos, creo que el día de hoy nosotros podemos dar gracias a Dios porque nos invita a tomar esta actitud, a hacer esta lectura de nuestra vida y, confrontándola, poniéndola en las manos de Dios aparece la nueva vida, regresando con Dios como tanto dijo el Profeta Joel: vénganse, regresen, conviértanse a Dios para encontrar la fuente de la vida, la fuente del amor, la fuente de la felicidad».
Este es queridos hermanos, el gran espíritu precioso del tiempo de la Cuaresma – estar con Dios, no apartarnos de Dios, no descuidar la acción, la oferta, la cercanía, la riqueza infinita de Dios en favor nuestro‒ para poder ser otra vez, como el rey David, volver a ser orantes, volver a ser personas de vida interior, volver a ser personas de alabanza, volver a ser personas que ofrecen regocijo, volver a ser personas salvíficas, volver a ser personas de labios puros, volver a ser amigos, volver a ser hombres tan felices, ‒como dice el Salmo‒ que cantan y alaban la grandeza de Dios.
Ahora nosotros tenemos como el punto crucial para la alabanza a Jesucristo, en Cristo, con Cristo, nosotros somos ofrenda agradable, alabanza perfecta a Dios Nuestro Padre. Hacemos oración, damos limosna, somos cuidadosos, discíplinados, estamos limpios para ser ofrenda agradable a Dios. Así sea.