Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“Les deseo gracia, misericordia y paz, de parte de Dios nuestro Padre, y de Jesucristo El Señor”. ¡Claro que sí! queridas hermanas, queridos hermanos, si hay un lugar, si hay personas, si hay espacios donde debe existir la gracia, la misericordia, la alegría y la paz de Dios, es en los Consagrados; luego luego yo les deseo a ustedes que cada día crezcan en la gracia de Dios, y la gracia –ya ustedes saben– es un don gratuito, es un sistema íntimo de vida.

“La gratuidad”; hoy todo tiene un costo, a todo le ponemos un precio; que en la Iglesia la Vida Consagrada, sea el emblema de la gratuidad;  no hay cosa más deliciosa que la sorpresa de la gratuidad, como yo lo estoy viviendo en este día, en este momento. Y de la actitud receptiva del don, de los dones gratuitos de Dios, que desencadenan todo un sistema de vida muy agradable pues, se desprenden –como ya lo dice el Apóstol– la compasión, la delicadeza, la suavidad de la vida, y pues, por lo tanto, la paz gozosa que solo El Señor nos puede dar.

En este momento, en este día, celebramos a los santos Timoteo y Tito, quiero fijarme junto con ustedes un poquito, en estos grandes discípulos escogidos por Dios para que estuvieran junto con Lucas, y caminaran con el Apóstol Pablo; yo creo es de los regalos que más estimó, de hecho, entre sus Cartas personales siempre resultan muy interesantes las escritas a Timoteo y Tito; ellos le correspondieron pidiendo ser sepultados a los pies del Apóstol san Pablo. Cuando ustedes vayan a Roma visiten la Basílica de san Pablo, pregunten, pidan, conocer la tumba del apóstol, por lo general no se dice pero ya ustedes lo saben, a sus pies están Timoteo y Tito, así lo quisieron ellos y lo buscaron, y lo lograron, quedar sepultados cerca de su padre y maestro, el Apóstol san Pablo.

Y precisamente, no sé si se fijaron  a lo largo de la Liturgia de las Horas de este día ‒y eso quiero compartir con ustedes‒ resalta estos aspectos tan bellos, que tuvieron Timoteo y Tito, hagamos la oración: “Danos Señor, un corazón de hijos”, “corazón de hijos”; el mundo no nos ayuda mucho a esto, el mundo nos dice que somos grandes, libres, dignos, y es cierto; el mundo nos prepara para exigir nuestros derechos, el mundo nos hace llevar carreras parejeras: parejitos, iguales –otra vez–  está bien, pero en la Iglesia es delicioso tener, cultivar, “un corazón de hijos”.

“Corazón de hijos” significa no tenerle miedo a ser pequeños, no tenerle miedo a ser los últimos, no tenerle miedo a tener desventajas y necesidades, y levantar los ojos y las manos y pedir; “Danos un corazón de hijos” y entonces esto de pedir, esto de saber levantar los ojos hacia el Padre, hacia el grande, hacia el que puede, hacia el que nos acompaña desde su grandeza, su poder infinito, pues a nosotros nos da también un sistema muy bonito de aprender a mirar hacia abajo; también habrá personitas más chiquitas, más necesitadas o más angustiadas, por ejemplo, que nosotros; y pues ya se estableces todo un dinamismo muy bello en la vida que nos da, que solo nos puede dar el corazón de hijos.

“Danos Señor, un corazón de hijos como se lo diste a Timoteo y Tito”, como se sintieron hijos del Apóstol, como disfrutaron ser hijos; de hecho algunas personas esperaban que Timoteo y Tito, tomaran un protagonismo muy fuerte en la Iglesia, en las pequeñas, en las primeras comunidades, y Timoteo y Tito lograron guardar un perfil de “hijos”, y por eso la Iglesia los asocia y los valora así, como ellos quisieron guardar siempre, un corazón de hijos. Que nosotros pues, dentro de las características de nuestro corazón, no olvidemos esto muy bello: hemos de pedir un corazón puro, hemos de pedir un corazón limpio, hemos de pedir un corazón recto; pero hoy, como que la iglesia nos dice: corazón de hijos, entonces pues queda el espacio infinito, de la paternidad de Dios.

Segundo punto que quiero compartir con ustedes, y es delicioso también, que nosotros siempre pertenezcamos a la Escuela de los Apóstoles; ya lo sabemos, hay muchas escuelas, hay muchas espiritualidades, hay muchas propuestas, hay muchas fuentes; pero para la Iglesia Católica la más fascinante es, la Escuela Apostólica; de hecho después de que los apóstoles entregaron ya la batuta a sus dignos sucesores, entraron a la escena los Padres Apostólicos. Y es muy bonito saber que: Apóstoles, Padres Apostólicos, después vendrán los Doctores, después vendrán los grandes Maestros y, los grandes Papas, los grandes Obispos, los grandes Sacerdotes, confesores, religiosas – religiosos, vendrán los mártires pero, una escuela también muy valiosa en la Iglesia, la Escuela de los Apóstoles.

Que nosotros nunca nos apartemos, que nunca infravaloremos la Escuela de los Apóstoles; ya ustedes saben cuántas delicias se aprenden en la Iglesia perteneciendo a la enseñanza apostólica; les recuerdo esto en una Epístola del Apóstol san Pablo ‹¡ustedes tomen, piensen, decidan!, pero les voy a mostrar el camino mejor›, el Apóstol Maestro de la Fe, es el que te da el camino mejor, y en definitiva, llegas. ¿Quién es ese camino? “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, Jesús; los apóstoles siempre te darán el camino mejor, la posición mejor, la decisión mejor, la actitud mejor –como se dice en México, como dijo el ranchero– “la más mejor”. Que seamos pues llevados, que valoremos, que estemos siempre en la Escuela de los Apóstoles.

Otra enseñanza espiritual grande que tenemos el día de hoy, bueno termino todavía eso de la escuela con esta, digamos observación: “no queremos…”, y esto solo lo pueden hacer los sucesores de los apóstoles, los apóstoles “No queremos imponerles más cargas”, no queremos cargarlos, no queremos abrumarlos, entonces los Apósteles y el Espíritu Santo, son los únicos que los pueden quitar, y que nos pueden ayudar a dirimir esas cargas secundarias, pero muchas veces abrumadoras –incluso en el mundo religioso– que nosotros, o nos imponemos o nos dejamos imponer. No queremos que ustedes anden jorobados, que anden tristes, que anden acomplejados, asustados, no queremos que ustedes sufran y tengan muchas cargas, que eso te lo puede dar la Escuela de los Apóstoles.

Bueno, les decía tercer punto, nos asomamos, hoy la Iglesia abre su corazón en suplica, en alabanza, en oración, con este grito precioso: “¡Pastor supremo, que caminemos siempre hacia Ti, con un corazón generoso y fiel!”; podemos tener un corazón fiel, pero tal vez nos falta generosidad, nos falta más empuje, más chispa, más emoción; entonces compartiendo ya la fe con personas de la escuela de Timoteo y Tito, hoy pidámosle a Nuestro Señor, al Supremo Pastor, que caminemos, que vivamos siempre hacia Él, con un corazón generoso y fiel.

También en la Liturgia de los apóstoles, de los Obispos Timoteo y Tito, aparece algo que a ellos les forjó como, ya Obispos; ya sabemos Timoteo quedó como Obispo nada menos que de Éfeso, Timoteo yo creo fue el primer Obispo de Éfeso, y Tito el primer Obispo de Creta. Entonces ellos, recibieron, digamos como última enseñanza del Apóstol: la grandeza del sufrimiento. Acuérdense que el apóstol soñó con ir a Roma en plan grande, y abrazar, llenar el foro, el Ágora, las plazas con el Evangelio de Cristo, y pues llegó como el mismo dice, ya anciano, un poco enfermo… prisionero; pero hay un testimonio bellísimo de san Juan Crisóstomo que dice ‹sin embargo Pablo, cuando llego a Roma, lejos de subir a los escenarios de la palabra, a los escenarios importantes de la Ciudad –dice– llegó a Roma y Pablo entró a la cárcel ‒y esto es maravilloso para ustedes y para mi sin duda‒ pero cuando entro a la cárcel gozo tanto, como si entrara al cielo›.

Imagínense que nosotros, con ser pequeños, ser los últimos, con tener incomprensiones, con tener espacios tan chiquitos, como el apóstol, lejos de acomplejarnos, entristecernos, desilusionarnos, “como si entráramos al cielo”. Cuanta felicidad, cuanta paz no habría en la Iglesia, en las comunidades, en donde quiera que anduviéramos, si nosotros al llegar a los lugares que no nos esperábamos, que no nos agradan, y por lugares digo incluso personas, tuviéramos un corazón como el de Pablo: entró a la cárcel, como si entrara al cielo.

Pablo esperaba gozar los escenarios de la palabra, de la retórica; Agustín –acuérdense que va a Roma– porque sabe que tiene tablas, Agustín traía 16 o 17 jóvenes que le aplaudían a toda hora, y que le hacían una promoción… pues eran como sus apoderados artísticos, y como le hacían propaganda, y como le juntaban gente, Agustín fue un orador exitosísimo en Roma, y por eso ni quien lo bajara de su ego; el Espíritu Santo lo llevó a Milán y ahí escucho al Obispo san Ambrosio y su vida cambió, se convirtió realmente a Cristo, y sin haberse entrevistado nunca con san Ambrosio –porque nunca tuvo en su vida una entrevista– él regresó con el tesoro del bautismo y se integró a su madre, a  Roma otra vez, en Ostia, pero para regresar a África, y predicar allá el Evangelio.

Así son los caminos de Dios mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, y hoy, al celebrar a estos santos Timoteo y Tito, la Iglesia recuerda que una de las enseñanzas que los hicieron santos, fue esta, que el Apóstol les dio del valor del sufrimiento cristiano, que todo lo que nos pase nosotros lo decodifiquemos para Cristo, en el nombre de Cristo, y nos hacen los mandados los fracasos, las incomprensiones, la pequeñez, la obscuridad o lo chiquito de la vida, y miren también lo que les dice el apóstol ‹y no se avergüencen› es el último párrafo de este trocito de su Carta a Timoteo, “no te avergüences, de dar testimonio de Nuestro Señor Jesucristo, tampoco de mí porque estoy preso, y porque Él esta crucificado, no te avergüences”.

Hoy la Iglesia como necesita esto, porque en ocasiones escuchamos o vemos de ese mundo religioso, sacerdotal, que tal vez nos avergoncemos de la cruz de Cristo, o nos avergonzamos de los apóstoles que el Señor les ha dado y que también están sufriendo por causa del Evangelio. Que como el Apóstol san Pablo, cosa que aprendieron, cosa que observaron con mucho cuidado Timoteo y Tito, cuando entremos a la cárcel –las cárceles de hoy– gocemos como si entráramos al cielo. Así sea.