Domingo de Ramos 2018

Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

Domingo de Ramos

Texcoco, Méx. 25 de marzo de 2018.

Queridos hermanos, cuando nuestro Señor nace los ángeles cantaron ¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres!

Cuando va a morir lo niños de los hebreos gritaron, proclamaron: ¡Gloria a Dios! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Y cada que los hombres glorifiquemos a Dios vendrá la paz. En la tierra se sentirá la paz. En nuestros corazones, mucha paz. Eso les deseo y les aseguro a todos ustedes al iniciar esta semana sagrada en donde ponemos a Jesús profundamente en el centro de nuestro corazón.

Glorificar a Dios, mis queridos hermanos, es construir la paz, ¡cómo la necesitamos! Porque nuestros corazones están muy perturbados; porque las incertidumbres siguen siendo desilusiones, en todos los órdenes, y en ese trayecto que hemos meditado en los últimos momentos de la vida de Jesús hay una frase que me llama poderosamente la atención y la comparto con ustedes: “heriré al pastor y se dispersarán las ovejas!

Esto lo comento en base a la experiencia de Jesús, pastor herido, y parecía que sus ovejas se le irían, lo dejarían para siempre, pero qué hermoso ha sido el poder de Dios, que gracias a esa herida, gracias a esa entrega dolorosa, noble, espléndida de Jesús se congregaron, se pudieron unir hombres de muchas razas, de entre todos los pueblos de la tierra, y buscan y glorifican a Dios desde la enseñanza y la vida de Jesucristo, Nuestro Divino Señor.

Esto lo alargo, por ejemplo, para la Iglesia. Cuántas veces nuestra Iglesia se ve herida, maltratada, caída. Heriré al pastor, se dispersarán las ovejas; pero llegará un momento –dice el texto enseguida- en que yo iré delante a Galilea. Los volveré a reunir, los perdonaré, los santificaré, los integraré y lleno de gloria estaré en el lugar primero donde los escogí, donde los llamé, donde los amé tanto.

Eso lo alargo, también, mis queridos hermanos, a muchos padre de familia que cuando llega la adolescencia, o la juventud, o el éxito de sus hijos y pierden la fe, la sencillez, el calor de la familia, la docilidad a sus padres, se dispersan, se van por su camino.

Yo cómo quisiera consolar hoy a los papás cristianos a los papás católicos, y decirles como Cristo. Los que tenemos el privilegio de dar vida, de unir, de servir a los más pequeños –en un momento dado- sentiremos que se nos van, que ya no nos hacen caso, que se endurecen, que se dispersan; y entonces viene una súplica: “Señor, que los papás cristianos cuando vean que se les derrumbe la familia y se les vayan sus hijos, con el poder de tu sangre preciosa, con la gracia de tu espíritu un día regresen a la Galilea gloriosa, amorosa de los hogares, donde tanto se les acarició, donde se les protegió, donde se les alimentó, donde se les trató de dar lo mejor.

Levántate y haz que en México las familias cristianas que ven con dolor a sus hijos dispersos, a sus hijos vagando a veces hasta con soberbia, con prepotencia, con desprecio. Que en México gracias al sufrimiento, al dolor, a las plegarias, a la fe, a la súplica de los abuelitos, de los papás que a pesar de eso no pierden la fe, sientan el gozo inmenso de volver a recibir en el seno de sus familias a sus hijos; y entonces, aparezca la gloria de Dios; el poder salvífico de Cristo, nuestro divino Señor. Así sea.