Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
24 de diciembre de 2022
“¡Gloria a Dios! en lo más alto, sobre la tierra paz; Los hombres son amados, son agradables a Él” Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, hemos venido para contemplar el Nacimiento del Hijo de Dios, hemos venido para adorarlo con lo más bello de nuestros corazones, esta noche y siempre, queremos vivir agradecidos, felices con nuestro Padre, glorificándolos, porque pensando en Dios, glorificando a Dios, lo primero que sucede es la paz, aparece una paz infinita. Si hoy experimentamos tanta crueldad o tanta violencia, es porque nos hemos olvidado de Dios, es porque no hemos recibido, no hemos caminado, no hemos aprendido, no hemos recogido esa esencia, esas cualidades, esas características de su Hijo Jesucristo ‒qué cómo decían los Apóstoles‒ “Él es nuestra Paz”.
Y efectivamente mis queridos hermanos, desde algo tan sencillo como contemplar el Pesebre, el nacimiento, contemplar a San José, a la Santísima Virgen, contemplar a los pastores, contemplar a los Magos, es una inspiración y muy bella para nosotros; ¿cómo podemos identificarnos? por ejemplo junto con ustedes, yo hoy quisiera identificarme con la Santísima Virgen, con San José, que a pesar de tener todo en contra, a pesar de vivir rechazos, desencantos, amarguras y la inclemencia del tiempo, teniendo todo en contra, ellos lograron hacer un espacio precioso, muy amable, cordial, lleno de ternura, lleno de paz.
Yo quiero aprender eso porque hoy, muchas veces yo me justifico para hacer el bien diciendo: ‘no se puede… ya el mundo está muy difícil… no hay las condiciones necesarias para vivir en paz, para ser amables, para tener cordialidad, el ambiente – el mundo se ha hecho muy agresivo, inhóspito, se ha hecho muy difícil, muy fea la vida, el ambiente social′; y entonces mis queridos hermanos, pues solo se justifica para ofrecer delicadeza, atenciones, amabilidad. Y el Pesebre de Belén, nos dice se puede amar, se pueden crear condiciones de cariño, de tranquilidad, paseos acogedores, podemos tener incluso espacios muy agradables, muy amables.
Cuando tenemos a Dios, cuando recibimos a Cristo, cuando Jesús es el centro de nuestros corazones, de nuestro pensamiento, de todo lo que somos, yo pienso mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, que esta Navidad a todos nosotros nos llenará de esa luz tan amable que nos lleva a ser humanos; ¡si Dios se hizo hombre! es porque es muy bonito pertenecer a la raza humana , si el Hijo de Dios aceptó, busco y emocionadamente se encarnó, vale la pena, es hermoso vivir con actitudes, con sentimientos, conductas humanas; ¿por qué ser agresivos? ¿por qué ser conflictivos? ¿por qué multiplicar los problemas?, “ser amables”, así de sencillo.
El Profeta Daniel se preguntó y cuestionó a Dios diciéndole: ‘cuándo aprenderemos a vivir como seres humanos, tal parece que vivimos como animalitos, incluso como bestias, qué agresivos, que sangrientos somos, que prepotentes, cuando aprenderemos a ser hombres humanos, cuándo podremos ser como Tú nos creaste′ ‒y el Profeta recibió una enseñanza inmortal‒ ‘Del cielo vendrá un Hijo del hombre, Dios nos regalara desde el cielo uno, qué nos enseñe a ser hombres, que nos lleve incluso a disfrutar ser humanos, ser delicadamente, fresquitamente humanos, tranquilos, constructivos, acogedores′.
Pues finalmente mis queridos hermanos, Cristo es ese regalo precioso de Dios, de Cristo, y hoy del Pesebre, del Nacimiento, surge la escuela de la humildad, de la paz, la escuela de la sencillez, la escuela de la ternura, la escuela del amor. Ustedes y yo, acerquémonos, no solo psicológica, no solo físicamente, al ambiente y al espíritu del nacimiento, sino llenémonos de Dios, llenémonos de Cristo, comprometámonos a caminar con Él, a aprender de Él, a recibir de Él la sabiduría infinita. Así sea.