HOMILÍA MONS. JUAN MANUEL MANCILLA SÁNCHEZ, OBISPO DE TEXCOCO
24 diciembre de 2019
Misa de Nochebuena
“Ya no tengan miedo, pues yo les anuncio una alegría inmensa”.
Queridas hermanas, queridos hermanos, y saber que este anuncio se recibió –lo sabemos– en Belén, un pueblo que se dice, no tiene importancia, desconocido, pero sin embargo ahí habían sucedido tragedias, cosas muy duras. Ahí murió Raquel, la mujer más bella de Israel, la amada de nuestro padre Jacob y desde entonces queda un toque íntimo de dolor, en Belén; posteriormente vendrá un hambre terrible sobre aquella región y Nuestro Señor dice: aquí donde un tiempo hubo tanta hambre, yo les regalaré el Pan de la Vida, Beth – Lehem “La casa del pan”. Y efectivamente no hay pan más importante en la vida que las personas, y fundamentalmente Dios nos regaló a la persona –como le dijo el salmista–“Eres el más bello de los hombres, en Ti se derrama la vida y la gracia”.
Pues todavía habrá otros acontecimientos dolorosos en Belén, que pues ni quisiéramos casi acordarnos, porque bueno: Un levita se portó muy mal ahí y pues mato a su mujer en una forma trágica que solo así el pueblo pudo anhelar el bien, la justicia, la sensatez, la santidad. Precisamente pues allí mis queridos hermanos, Nuestro Señor nos regaló a su Hijo, y sabemos que Él llega en José, con José, san José y la Santísima Virgen, y otra vez el toque de dolor «No hubo lugar para ellos en la posada»; no se trata pues de que haya existido mucha maldad en Belén en esa época, sino que los lugares estaban ocupados, habían ya llegado muchas personas primero que José y María, que Jesús, otros llegaron primero.
Quiero compartirles, a mí me impresiona muchísimo como –por eso Jesús más adelante dirá– “los primeros serán los últimos, y los últimos los primeros”. Así fue la llegada de Jesús, como han llegado muchas personas a este mundo, como sigue existiendo la experiencia en este mundo de haber llegado tarde, de no haber sido el primero; y hoy podríamos decir en nuestras vidas cosas muy sencillas pueden pasar, a nuestro corazón, a nuestra mentalidad, llegaron primero por decir en los niños de hoy la tecnología; más atrás la fama, la riqueza, el dinero, el poder, y ya no hay lugar para el regalo sublime de Dios que es el Mesías. Esto lo digo para mí, y también si ustedes tienen la bondad de recogerlo.
Hoy hagamos un esfuerzo, un examen de como nuestra psicología, nuestro corazón se desenvuelve, y fijémonos si hay lugar para Cristo, si somos capaces a pesar de haber recibido primero otros mensajes, otras actitudes, otros valores, si somos capaces de recibir al Hijo de Dios. Es una gran alegría para ustedes, para todo el pueblo, y por eso hoy escuchamos esas palabras inmortales tan ciertas hoy también “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz”. He repetido en mi Diócesis que los coros juveniles, casi todos los coros de nuestra Diócesis, cuando entonan el “Gloria” repiten muchas veces “Gloria, gloria a Dios”, aun cuando el texto deba decirse una sola vez “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz”.
Tenemos un poco la nostalgia o la tristeza de que México ha ido perdiendo su capacidad de glorificar a Dios, y se nos acabó la paz, está en riesgo la paz y hoy que nos quede muy claro, la paz viene de Dios, viene del amor a Dios, de la glorificación a Dios Nuestro Padre; nosotros valoramos, glorificamos a Dios, respetamos a Dios y vamos a poder amar, y vamos a poder respetar, y vamos a poder incluso engrandecer también a nuestros semejantes, y no estarles robando, y asaltando y quitando lo poco de vida, o de paz, o de ilusiones que pueden llevar en su interior.
Por eso mis queridos hermanos, hoy ustedes y yo recojamos estas palabras del relato del sano evangelio que sin duda son las palabras más tiernas que podemos escuchar con todo esto que nos ha dado el texto del santo evangelio, estas palabras llenas de inocencia porque tienen a Jesús en el centro, al Hijo de Dios en el centro, son dignas de meditar, son dignas de recoger y de hacer nuestras para que no vayamos a exponernos a excluir la gracia, la alegría más grande que Dios nos ha dado, su Hijo; que desde pequeñito nos enseña a vivir, nos enseña a no perder la dicha, la alegría, pues, del sufrimiento, de los retos, de las dificultades, incluso de los problemas como el rechazo, como el desconocimiento y entonces Jesús desde sus padres José y María nos enseña que cuando estamos conectados a Dios nosotros podemos hacer un hogar, un espacio amable donde quiera que nos encontremos.
Eso pasó ciertamente en Belén, se revierte la historia de tragedia gracias a Cristo, aparece la gloria de Dios, aparece el Salvador, aparece la familia, aparece la luz del cielo, aparece la intimidad, aparece la casa, el trono de David –que no es tanto un rey poderoso, famoso que dio ciertamente la época de oro a Israel, sino aparece con David, la grandeza inmortal del corazón– si por algo se estima, se valora a David, su persona, su reinado, su trono, es porque su corazón siempre estuvo perfectamente unido a Dios. Hoy podemos decir incluso que David, es el fundador de la fe y de la comunidad de Israel; por su celo, por su entusiasmo, por su cariño a Dios, siempre para él Dios fue el centro de su corazón, de su intimidad y de sus actividades. David preparó la llegada de Cristo por la finura de su alma, él regaló a su pueblo la frescura invisible de la justicia, de la bondad, de la creatividad, de la comunión, de la alabanza, de la glorificación a Dios nuestro Padre.
Demos gracias pues mis queridos hermanos porque esta noche sagrada, todos tenemos la posibilidad de llegar ante Jesús, y yo diría, arrodillarnos, inclinarnos, adorarlo, recibirlo con todo nuestro ser, y entonces la gloria de Dios también a nosotros, espléndidamente nos traerá la paz. Así sea.