Consagración del Altar fijo en Catedral de Texcoco
Mensaje de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco, al inicio de la Celebración de Consagración del Altar Fijo de la Catedral de la Inmaculada Concepción
“Y la piedra, la piedra era Cristo”.
Queridas hermanas y hermanos, Pueblos Santo de Dios, autoridades civiles y religiosas, permítanme hacer mención especial de mis queridos hermanos obispos que han venido a nosotros con tan buena, con tan bonita voluntad, ¡bienvenidos!
Pero quiero saludar a nombre de todos ustedes a nuestro muy querido Sr. Cardenal primado Don Carlos Aguiar Retes, anterior Obispo de Texcoco, dignísimo. Al muy querido Sr. Arzobispo de nuestra Provincia de Tlalnepantla, Don José Antonio Fernández. Al querido Sr. Arzobispo de San Luis Potosí, Don Jesús Carlos Cabrero Romero. Al Sr. Arzobispo querido emérito de Yucatán, Don Emilio Carlos Berlié Belaunzarán. Al querido Señor Obispo Don Guillermo Ortiz de Cuautitlán. Don Oscar Roberto tenía tanta ilusión de acompañarnos, una reunión nacional no se lo permitió. Al Sr. Obispo Don Luis Artemio, que es de los obispos texcocanos salidos de esta Iglesia, hoy en Tepic. Al Sr. Obispo Don Víctor René, de Valle de Chalco. Al Sr. Obispo Don Guillermo Francisco de Teotihuacán. Al Sr. Obispo Don Héctor Luis de Nezahualcóyotl. Al Sr. Obispo Don Andrés Vargas de Xochimilco, Auxiliar. Al Sr. Obispo Don Efraín, al Sr. Obispo Don Jorge Cuapio, de casa, Auxiliares de Tlalnepantla.
Gracias queridos hermanos sacerdotes por su apoyo y gran aprecio de siempre a nuestra diócesis de Texcoco. A la religiosas, los religiosos, seminaristas, agentes de pastoral. A nuestras distinguidas autoridades civiles, y decirles que finalmente se cumple un deseo muy grande de nuestro querido Sr. Cardenal siendo Obispo de Texcoco, porque desde el primer día tomó una emoción muy grande por servir a esta Iglesia, y el día de hoy fue precisamente cuando él conoció la noticia del Santo Padre para venir a regir la Diócesis de Texcoco; y una de sus expresiones importantes que hicieron mella en el corazón de los presbíteros, que haya un Altar fijo en nuestra Catedral, y desde entonces hemos buscando la forma de que esto se hiciera realidad por su palabra y por el deseo grande del Concilio Vaticano II, en la renovación litúrgica, de que el altar se convirtiera en el centro de la vida espiritual litúrgica, evangelizadora, de una Iglesia Madre.
Esta piedra como ustedes han de saber, fue tomada de la cantera de donde se tomó aquella enorme piedra de 164 toneladas, en el poblado de Coatlinchan y, sí aquí hemos dicho, un tiempo se quiso dorada Tláloc, el dios del agua, de la vida, hoy se adore claramente con todas nuestras fuerzas y emoción a Jesucristo; “y la roca era Cristo”. En realidad aquí no se adoró a Tláloc, porque los teotihuacanos que la labraron descubrieron una profunda herida, una fisura, que les impidió levantarlo. En realidad nunca pudo estar en pie, quedó acostado, y bueno, le llevaban flores de vez en cuando, pero la adoración que ahora queremos se tribute a Cristo, queremos sea verdaderamente profunda, auténtica, y que de aquí brote esa agua, de aquí esa miel, ese vino, esa luz.
Nuestra piedra, providencialmente es andesita, y está entrelazada con millones de cristales que de noche brillan como estrellas y también recoge por ello el gran ideal de la fe. Nuestro padre Abraham, que por primera vez expresó, “soy polvo y ceniza”, recibió de Dios una gran promesa, “no, tu descendencia no será polvo y ceniza, tu descendencia será como las estrellas del cielo”; y estas roca, por su constitución, es una roca que conlleva infinidad de estrellas que quieren ser las almas de nuestra diócesis, porque Dios le prometió estrellas y el salmista le dijo, “y las conoce a todas por su nombre”, y la gran sorpresa que el Buen Pastor conoce a sus ovejas y las llama por su nombre.
Queremos que en esta piedra esté concentrada la vida, la historia de nuestra diócesis, y por eso es emocionante que nuestros queridos hermanos obispos hayan querido darle tanta importancia también, junto con nosotros, a este momento de bendición. Muchas gracias, y están en su casa. Sr. Cardenal, muchas gracias.
Agradezco a mi queridísimo Sr. Cardenal que me pide mencionar al Sr. Francisco de Izcalli y al Sr. Don Felipe Padilla de Ciudad Obregón; pero de una vez lo digo, a mí se me olvidó, pero aquí ya en el presbiterio no se nos olvidó escribir sus nombres, para memoria de esta Catedral. Bienvenidos queridos hermanos.
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Homilía del Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México, durante la Santa Misa de Consagración del Altar Fijo de la Catedral de la Inmaculada Concepción de la Diócesis de Texcoco.
“Como el Padre me ama, así los amo yo, permanezcan en mi amor”.
¿Cómo podemos permanecer en el amor de Cristo? Para poder tener la experiencia de estar con el Amado; hay tres formas que la Iglesia nos ha enseñado que son fundamentales para poder permanecer en el amor de Cristo; que están tomadas que la vida de Jesús.
La primera, la oración, pero no simplemente una oración devocional como cuando aprendemos de niños las oraciones vocales, para recitarlas, sino una oración que surja de la escucha de la Palabra de Dios, y de la relación de esta palabra con lo que sucede en nuestro alrededor, descubriendo con la ayuda de los demás, sea en la familia, sea en el ámbito de apostolado, de ejercicio de nuestra vocación laical en el mundo, ese discernimiento de cuáles son las necesidades que vemos en los demás. Así con estos elementos nuestra oración será un instrumento, una manera muy concreta de establecer la intimidad con Cristo y permanecer en Él.
La segunda manera es, en realidad la tercera, pero la voy a adelantar para dejar clavarnos en el acontecimiento que estamos realizando: La caridad, el ejercicio del amor, la caridad no es otra cosa que ejercitarnos en el amor, en ese desprendimiento de lo que somos y tenemos para auxiliar a aquel o aquellos que se encuentran en una grave necesidad. El ejercicio de la caridad que se realiza no solamente de forma individual, sino sobre todo, de forma comunitaria y eclesial, interactuando, poniendo en común las capacidades habilidades y recursos, porque no se trata simplemente de cuestiones económicas que se necesitam, sino sobre todo el acompañamiento, de hacernos presentes con el prójimo. El ejercicio de la caridad nos hace descubrir que allí encontramos a Cristo al servir al prójimo.
Y el tercer modo de permanecer en el amor es, y la parábola inmediata antes de este párrafo del evangelio que hemos escuchado, que fue proclamado el día de ayer, lo podemos entender mejor con la parábola de la vid y los sarmientos.
Una vez que Jesús les lanzó esta parábola “yo soy la vid y ustedes los sarmientos”, es cuando expresa, “como el Padre me ama, así los amo yo”, y el sarmiento que permanece unido a la vid, ese, no solamente tiene vida, sino da fruto, es fecundo. ¿Cómo realizamos esta permanencia de sarmientos en la vid?, fundamentalmente son los sacramentos, pero especialmente la Eucaristía. Nosotros consagramos espacios sagrados, decimos cómo son los templos, y en él tenemos el altar, el ambón, el sagrario, como lugares más sagrados, por lo que eso significa y realizan en ellos, el ambón, como hemos escuchado para la Palabra de Dios que sea proclamada; el altar, para la representación, como lo explicó Monseñor Juan Manuel, representa a Cristo, estar unidos a la vid, en el sacramento del Eucaristía. O como nos decía un Arzobispo ortodoxo, en el Sínodo de los Jóvenes, -¿verdad Mons. Jorge que allí estuvimos el año pasado?-, dice, la Iglesia latina le da más importancia a la reunión de los fieles en torno a Jesús, y es necesario, es una dimensión muy importante, estamos reunidos, el templo, el espacio nos sirve para que, al convocarnos, estemos juntos como una familia, la familia de Dios. Pero la Iglesia oriental contempla más que la Eucaristía es cuando Dios baja para servirnos. Dios baja a este altar para ponerse al servicio nuestro, como luego Él nos pide ponernos al servicio de los demás.
En la Eucaristía se hace presente Jesús, es la vid, y por eso la comunión no es simplemente un acto devocional, no es simplemente un momento en donde nos encontramos con el Señor, el Señor baja, baja, para servirte en lo que tú necesitas; si necesitas descubrir qué quiere de ti, si necesitas descubrir tus fallas y errores, si necesitas descubrir cómo resolver un conflicto, el Señor baja, y al bajar nos deja su espíritu, nos da la fortaleza, la sabiduría para conducirnos, eso es lo que vivimos en cada Eucaristía. “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”, por eso la Eucaristía nos dice el Concilio Vaticano II “es la fuente y el culmen de la vida cristiana”, la fuente porque aquí nos nutrimos, y el culmen, porque llevamos a término lo que el Señor nos encomienda, y de esa manera, mirando nuestro futuro, que es la Patria Celestial, caminamos hacia ella con plena certeza, con plena certeza, que debemos de tener todos los hijos de Dios, de que el Padre nos espera con las puertas abiertas a participar en su Reino.
Hermanos este momento de consagrar este altar, esta piedra, es un momento hermoso, por lo que significa y por lo que se realiza en él. Por eso, los invito a seguir con atención este rito, en él encontraremos -como vimos en la primera lectura- que la Eucaristía primero nos da la Palabra de Dios, porque ella es la voz de Dios para resolver nuestros conflictos -que como bien vemos son desde el inicio de la Iglesia- el ser humano siempre ha sido ser humano, y tratamos de imponernos a los demás en lo que pensamos y vemos, y genera los conflictos. La Palabra de Dios nos alimenta para resolverlos, como hizo el apóstol Santiago, como vimos en la comunidad cristiana y nos narra los Hechos de los Apóstoles.
Entendemos a los demás, alcanzamos flexibilidad necesaria para resolver esos conflictos, pero después de escuchar la Palabra de Dios, entramos en este momento de la consagración, de la bajada de Dios para transformarnos a nosotros. Por eso consagramos el altar con el aceite mismo con que fuimos bautizados, con el aceite mismo con que recibimos la Confirmación para ser los discípulos misioneros, nos solo hijos de Dios, condición que nos da el Bautismo, sino discípulos misioneros, condición para la Confirmación.
La Eucaristía es Cristo que viene a cada uno de nosotros, viene a ti, para que tú, sarmiento estés siempre en la vid. Vamos pues a proceder, proclamando primero nuestra palabra, diciéndole al Señor que creemos en la revelación de Jesús. Vamos a recitar el credo y después vamos a suplicar a Dios que nos dé la ayuda de todos aquellos que ya están con Él, para que lo que realizamos sea del beneplácito divino. Por eso recitaremos las letanías y después de eso oraremos y consagraremos con el Santo Crisma esta roca que simboliza a Cristo, a Cristo el Señor. Que así sea.