«La semilla más pequeña, llegará a ser el mejor árbol». Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, en la Catedral de Texcoco. Domingo Ordinario
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco
23 Julio De 2017
“La semilla más pequeña, llegará a ser el mejor árbol”.
Queridos hermanos nuevamente tenemos la luz tan hermosa de la Palabra, que hoy, en un primer momento, nos habla de la presencia dolorosa, absurda del mal, que no es de Dios, que no viene de Dios. Dios no tiene nada que ver con el mal, Dios es inocente frente a todo mal. De hecho el salmista llegó a decir, cuando era ya viejo: “tal vez me ha ido mal, pero mi Dios no tiene la culpa, yo declaro que todo el mal que a mí me sucedió fue aquí, mío, de mi mundo, de mis semejantes, pero Dios es inocente”.
Qué bueno que el Bautista por eso presenta a Cristo como el Cordero inocente, y murió sin haber engañado a nadie ¡inocente! Cristo no le quitó nada a nadie ¡inocente! En una ocasión lo dijo bellísimamente: “Yo no he venido a abolir la ley o los profetas, yo no vengo a hacer a un lado a nadie, yo no vengo a descalificar a nadie, sino a dar plenitud”; a darles, que aparece hoy en el texto, lo mejor.
Pero queridos hermanos, aun cuando la presencia del mal, sea invasiva, apabullante, Dios en un primer momento hemos dicho, no tiene nada que ver, no viene de Él el mal, pero ahora los textos afirman con absoluto y perfecto poder: Dios tiene capacidad, autoridad y firme determinación de eliminar, quitar el mal. Bueno, ¿cómo? ¿cuándo? eso no nos lo revelan los textos sagrados, refiriéndose a que nosotros simplemente aprendamos a depender, a pedir, a aguardar la manifestación de la majestad de Dios.
Él tiene su tiempo, él tiene su modo de eliminar el mal, como también nosotros tenemos muchos modos de enfrentar y querer superar el mal, uno de ellos es reaccionar rapidísimo, tomar decisiones, dejarnos ir de pechito sobre el mal, y, quedamos sucios, quedamos atrapados por el mal ¡Señor, quieres que nos vayamos a cortar la cizaña de tus campos y que la acabemos y que la quememos! ¡espérense! en pocas palabras, Él es la solución radical y poderosa del mal.
Y aquí queridos hermanos, vale la pena que nos asomemos a todo lo que nos enseña la Sagrada Biblia, la revelación. “Serpiente”, la serpiente personifica el mal, astuta, imprevisible, hace poco me impresionó escuchar un científico a quien le preguntó un niño -este hombre era especialista- un niño le preguntó: Doctor, y ¿yo puedo tener de mascota una víbora? y rápido el científico le contestó: “yo no te recomiendo, a nadie le recomendaré que tenga una víbora, que se acerque, que conviva con una víbora” ¿por qué?, le dice el niño, “por una razón muy sencilla: la víbora no es mamífero, la víbora nunca aprendió a convivir, a depender, a estar con alguien. Los mamíferos por el solo hecho de hacer la dependencia con la mamá, aprendemos a pedir, a dar, a buscar, a ser encontrados, aprendemos, en pocas palabras, a relacionarnos”. Todo mamífero sabe que depende, todo mamífero sabe que le va bien buscando al otro, estando con el otro, aquí el caso bellísimo es la mamá, alimento, calor, cariño, protección, salubridad, todo viene de la mamá.
Y eso nos abre todo un panorama de vida, un estilo de vida. Por eso es fatal el que la familia se esté acabando, se esté dañando, se esté despreciando, se esté jugando con ella, porque entonces nos va a venir, por naturaleza, la psicología del mal a arrebatar, picar, puro defenderse, puro ganar “yo”, y a escondidas, a la mala, cruelmente.
Hoy aparece otro elemento además de la serpiente, la cizaña. La cizaña tiene una confección, una naturaleza, una fisonomía muy amable, es una plantita, es un tallo, se parece al trigo, es lo que más se parece al trigo, por mucho tiempo parece trigo, como el camaleón que se adapta al lugar, al color, también a los animalitos que andan en torno suyo. La cizaña se disfraza, engaña, la cizaña es mala, falsa, es ajena y es corruptor, corrompe las plantas, les quita.
Ahí se puede hablar hermanos, de muchas circunstancias, no quisiera decir personas, que también así pueden llegar a nuestra vida, rostro amable, suavemente, engañando, y ¡pum! mal amigo. Los griegos tenían mucha razón cuando dijeron “Dime con quién andas, y te diré quién eres”, las malas compañías siguen haciendo daño. Por desgracia hay operadores de maldad, personas decididas, personas envenenadas, personas orientadas, hoy hasta capacitadas para hacer mucho mal.
Cuarto -y ya con esto dejo este aspecto de la enseñanza de hoy- nuestro propio corazón, nuestro “yo”, nuestra soberbia, nuestro interior, el mal también tiene un sitio íntimo, resguardado, inimaginable, dentro de nosotros y llámale mal pensamiento, malos deseos, malos sentimientos, maldad muy cercana. Por eso decía Cristo: “renuncia a ti mismo”, desconfía así como desconfías de la serpiente y no puedes convivir con ella, y no te puedes meter a sus terrenos, desconfía de tu soberbia, desconfía de tu maldad, desconfía de tu avaricia, y la lista es muy grande, desconfiar de tu “yo”, de tu maldad interior.
Y viene por eso hermanos, la salvación: Cristo, Cristo santifica tu corazón. Cristo nos santificó desde dentro. Cristo nos enseñó a pensar bien. Cristo nos enseñó a amar correctamente. Cristo nos enseñó a desear, a tener deseos, incluso tan sanos y tan profundos que se cumplen en la eternidad. Cristo nos enseñó a manejar nuestra privacidad, nuestra propia caracterología. Cristo nos enseñó a adorar a Dios, a conocer a Dios. Cristo nos enseñó a conocer la verdad. Cristo nos entusiasmó por el bien, por las buenas obras, por la humildad, por la sencillez, por la pobreza. Cristo nos enseñó cómo se va resolviendo el mal en el alma, en lo íntimo, que en lo más sagrado tuyo esté la luz, esté la sabiduría, esté la hermosura de Dios, y ya, lo demás, como decimos “viva la paz”.
Queridos hermanos llenémonos de consuelo, porque Cristo es el único que quita el mal, que puede contra el mal, nos ayuda a superar el mal totalmente. El día que ya nos encontremos con él, el día final, en nuestro ser definitivo, él quitará perfectamente todo lo que nos dañó, todo lo que nos humilló, todo lo que nos afeó, lo quitará y nos llenará de luz, nos dará un cuerpo como el suyo: sano, hermoso, resplandeciente.
En el segundo momento de la parábola, hoy, mis queridos hermanos, nosotros valoremos. El reino de los cielos se parece a un granito chiquitito, al más chiquito que se siembra; en Palestina, mostaza, granito de mostaza o granito de ajonjolí, aquí también tenemos semillas pequeñísimas, en México hay todo un universo de semillas, por no decir, el trigo, el maíz, el maíz llega a producir hasta más de cuatrocientos granos, ha habido mazorcas, ha habido cañas con dos mazorcas de más de cuatrocientos granos, trescientos ciertamente, seiscientos. Cristo hablaba de su propia persona, Dios a Él, lo mandó como un granito, pequeñito, insignificante. Dios a Él lo hizo pequeño, invisible, que no se siente. ¡Rocío! como el rocio que es la expresión más modesta del agua, rocío que se convierte en ríos de agua viva, se convierte en manantial.
El granito de mostaza. Me impresionó que el texto griego no dice, ese granito se convierte en un arbusto, ¡No, no dice arbusto! dice árbol, un árbol que hasta sostiene, que atrae a los pájaros del cielo, y para la Sagrada Escritura los pájaros del cielo son como los pájaros, los hombres y los pueblos semejan a las aves, están destinados a volar, a cambiar, a subir, a disfrutar, a ser libres, a comer, a cantar; así los hombres, así los pájaros. Pues ese granito de mostaza llega a recoger, a abrigar a muchos hombres, a muchos pájaros, a muchos pueblos.
Queridos hermanos, demos gracias porque pertenecemos a Cristo, porque también nosotros hoy somos granito de mostaza. No sabemos, no nos imaginamos lo que nos espera, ciertamente el texto sagrado dice: “Los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre” ¿Qué cosa más pequeña?, un granito de mostaza, que cosa más grande, útil e impresionante que el sol. Si aceptas, si das camino, si das recorrido a tu pequeñez, unido a Cristo serás como el sol en el reino de tu Padre.
Así sea.