Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

“¡Arrepiéntanse! ya está cerca el Reino de los Cielos”. Así como el Bautista en el texto de san Mateo, Jesús comenzó su divina enseñanza con estas palabras: “¡arrepiéntanse!” porque muchas cosas no están bien, no estamos haciendo bien nuestras responsabilidades, nuestras capacidades, no las estamos empleando correctamente, en la vida cotidiana como nos dicen: ‹¡no seas así!,  no le hagas ¡fíjate!›; todo porque el pecado causa mucho daño, muchas rupturas, y también sufrimiento. Nuestro Señor como decía el Bautista “es el Cordero Inocente”, y es el único que va a quitar el pecado del mundo; o sea, un malestar, una maldad y una malicia que nos invade, y que todo lo echa abajo; una persona que dice una mentira, pierde credibilidad y uno se le retira, ya no hay confianza, ya no es lo mismo ‒como decimos‒ no se diga una persona que roba o asesina, tiene que andar huyendo, escondiéndose, ya no puede ocupar tranquilamente los espacios de la vida; por eso, conviértanse, arrepiéntanse.

Y Nuestro Señor es presentado hoy, en el texto del Profeta Isaías, como una ‘gran luz′, Jesucristo es la luz verdadera, es la luz auténtica, la que más necesitábamos para tomar la alegría de la vida, apareció una gran luz en los pueblos que ni siquiera se lo imaginaban; con la luz todo lo hacemos bien, se pueden hacer muy bien las cosas, con la luz nosotros agarramos seguridad, con la luz disfrutamos, incluso podemos apreciar la hermosura del Universo, de lo chiquito, de lo cercano, y de lo que es el espacio infinito; con la luz, mis queridos hermanos, descubrimos los peligros, ‒decía un sacerdote‒ ‘yo manejo de día, porque de día veo muchas cosas, no manejo de noche, porque de noche no veo muchas cosas, y entonces ‒ustedes saben‒ viene el peligro.  Nuestro Señor pues, al pedirnos que hagamos un alto, que busquemos esa pureza, estar limpios, nos está preparando algo muy grande, que se llama el Reino de Dios, la presencia profundamente comprometedora y eficaz, de Dios, el Reino de Dios ya está aquí, y será Jesús quién lo entregué, y será Jesús quién lo vaya desarrollando y ofreciendo, será precisamente Nuestro Señor el encargado, autorizado de parte del Padre Celestial, para ofrecernos su Reino; y de una vez digamos, e inmediatamente con Él los discípulos.

Cristo quiso caminar con sus amigos, quiso incorporarnos a todos en la construcción del Reino, y eso es delicioso queridos hermanos; de hecho en la vida, no hay cosa más bonita que compartir, ayudar, dejarnos ayudar, recibir, dar; y Nuestro Señor es un maestro en ese arte precioso de la sabiduría de la vida en comunión, y amó a sus discípulos, y les dio una misión inmortal, comienza con esta frase: “serán Pescadores de hombres”, nadie había dicho, a nadie se le había ocurrido decir, ofrecer, una imagen de este tamaño ‒como más adelante será también‒ “ustedes son la luz del mundo”,  también “ustedes son la sal”, también: ustedes dan sabor, también ustedes hacen que ya, lo bueno que son los alimentos terminen por ser más sabrosos, más apetitosos, más agradables, eso son ustedes en medio del mundo. Dirá que también somos la levadura; Nuestro Señor nos compartirá el hecho de ser pastores, personas que cuidan, personas que acompañan, personas que con paciencia viven junto a los demás, personas que en un momento de peligro se arriesgan y salvan a los otros.

Jesucristo nos compartió pues, el Reino de Dios, a partir de los Apóstoles, junto con los Apóstoles; y los apóstoles irán integrando a otras personas: a los Presbíteros, irán invitando a los Diáconos, que también ellos descubran como se debe trabajar, como se debe atender a las personas, y los Diáconos a su vez; ‒hoy por ejemplo, queda muy claro en las Diócesis, en las Parroquias‒ los sacerdotes invitan a los laicos, a los agentes de pastoral, y tenemos catequistas, y tenemos ministros, y tenemos comunicadores, y tenemos también servidores de los que sufren, de los necesitados, y tenemos personas que apoyan también en la administración económica, y la Iglesia sigue la dinámica de Cristo, para que Dios este, para que no sean el desorden, la oscuridad, la tenebrosidad, la maldad, la que gobierne, la que gane terreno, sino esa luz hermosísima de Dios, que reina y que empieza Incluso en nuestro corazón.

El reino de Dios se necesita primordialmente en el alma, en el corazón, porque en el corazón hay muchos tiranos, en el alma llevamos muchos reyezuelos, que se adueñan de nuestra vida, de nuestra conducta, y de todos nuestros espacios; pensemos en una persona que se deja llevar por la avaricia, y entonces, todo es dinero y todo es ganancia, y todo es usufructo y todo es ventaja, y todo es… obsesivamente tener bienes, tener recursos, tener propiedades, y al final, como se destruyen las personas, como se pierden, y pierden a los demás, porque se ocuparon solo en los bienes materiales; y así podemos citar otras muchas, digamos tendencias, que en el fondo son como Reyes, como dueños, como tiranos que nos están perjudicando la vida.

Dios debe reinar en tu pensamiento, en tu corazón, en tus sentimientos, debe reinar en nuestras decisiones, y luego en los espacios comunitarios: llámese la familia, o llámese un sector, o una Colonia, o un Pueblo; que sea Dios quien inspire, quien ilumine, quien sea armonía y no desorden, y no fracaso. Queridos hermanos, démosle gracias a Nuestro Señor Jesucristo, porque Él quiso venir a estar con nosotros, a iluminarnos, Él quiso venir a educarnos: enseñaba, predicaba, proclamaba la Buena Noticia, y curaba; cuando está Dios hay salud, donde está Dios llega lo bueno, llega el respiro, llega la libertad; vamos a pedirle que la Iglesia, cada vez se comprometa en la edificación del Reino de Dios, en el gusto y en el interés, porque el Reino de Dios, habite en nuestros corazones, y en todas nuestras personas.

Así sea.