«Al Señor, a Cristo, santifiquenlo en sus corazones». Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, en la Catedral de Texcoco.

Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez,

Obispo De Texcoco

21_05_17

Al Señor, a Cristo, santifíquenlo en sus corazones. Mis queridos hermanos, qué expresión, qué enseñanza tan bella la del apóstol cuando inicia su ministerio. Con qué recogimiento, con qué delicadeza trataba y enseñaba al pueblo que tratara a Cristo. Santifíquenlo, él es santo, él merece todo nuestro afecto, él merece lo mejor de nosotros en lo más sagrado, en nuestros corazones. A Cristo el Señor, santifíquenlo en sus corazones, que él sea lo más sagrado.

Con una enseñanza de esta naturaleza, queridos hermanos, nosotros quedamos en condiciones de valorar su palabra, su enseñanza, valoramos su propia vida, descubrimos su esencia, su naturaleza, su misión, recogemos toda la riqueza de Dios y podemos hacer que llegue, que suba también con él el afecto, el obsequio de nuestros corazones.

De ahí mis queridos hermanos quiero acercarme, quiero asomarme al capítulo 14 de san Juan, que, podríamos decir en un primer momento, se sintetiza en estas dos palabras: amar-cumplir. Es muy fácil enamorar a una persona, es muy fácil ganarse a una persona; qué difícil cumplirle, permanecer, responderle, no defraudar. Vean esta enseñanza tan preciosa de Cristo, su Padre lo amó y Cristo le cumplió, Cristo amó a sus apóstoles, a su Iglesia y le cumple, decía san Pablo: “permanece fiel”.

Hoy aparece en el texto griego una expresión bellísima: “Todo lo de Dios es para siempre, la obra de Dios para siempre, la obra de Jesús para siempre, la obra del Espíritu, para siempre”. Y ahí vamos nosotros, pues, mis queridos hermanos, por eso hemos de estar perfectamente unidos a Jesús para tener la naturaleza, el dinamismo de Cristo, y no que nos suceda lo que se ve tanto en el mundo: tanto fraude ¡no me pagó! ¡no me cumplió! ¡no vino! ¡ya no nos dijo nada! ¡ya no nos aceptaron! ya no, ya no, pues que siempre no, se fueron, no están; y teniendo a Dios mis queridos hermanos cómo toma seriedad la vida, los compromisos, las responsabilidades, y eso produce armonía, ocasiona la paz.

Pero esos brincos de vida, esos estados de ánimo, tanto capricho y desorden, nos hacen daño. El que ama al Padre, que me ama a mí, cumple, ahí está, se queda, es seguro, es garantía, no defrauda, es un poco la imagen del Buen Pastor, o mucho. El buen pastor da la vida, no corre, el asalariado si ve que llega el lobo se va, se esconde, se salva él. El Buen Pastor se queda con las ovejas y las defiende hasta el final.

Eso lo hacemos pues hoy, una súplica mis queridos hermanos: Que en nuestro caminar cotidiano luchemos, pidamos la gracia, ser cumplidos, cumplir, compromiso sagrado, compromiso cumplido, y así aparece la gracia, aparece la obra que es la más importante de Dios, que lleva a cabo toda obra buena.

También doy una palabra y yo la recibo junto con ustedes mis queridos hermanos “Yo les voy a dar otro consolador”. Hoy aparece ese término para el Espíritu Santo “Consolador”. Hermanos disfrutemos, entendamos, a Dios no le gusta ver a sus hijos tristes. Los hijos de Dios tienen consuelo, consolador, compañero incluso dice “con ustedes”, que ningún cristiano se sienta solo, tenemos el Espíritu Santo, cultivar, valorar, pedir, el sentimiento, la experiencia de ver o de sentir la presencia del consolador.

Eso ya también a nosotros nos inspira la conducta, no aumentemos las tristezas ajenas, no multipliquemos el sufrimiento ajeno, detengámoslo, consolemos, no seamos duros, si no consoladores, así la vida cristiana mis queridos hermanos será diferente, porque Jesús mismo decía “No los dejaré huérfanos, estaré siempre llegando, viniendo por ustedes”. Así sea.