Homilía del 20 de agosto de 2017
Señor, compadécete de mi.
Mis queridos hermanos, el día de hoy en toda la Iglesia, la proclamación, la enseñanza de la Palabra va mucho en esta línea que dice el Profeta Isaías: velen por los demás, preocúpense, piensen, ayuden a los demás; esto háganlo una práctica, practiquen la justicia.
Todos sabemos que hay mucha saliva en el mundo, hay mucha saliva en nuestros ambientes; a los cristianos se nos invita a los hechos, a lo concreto, a lo práctico. Se dice, se hace. Se promete, se cumple. Salomón en una ocasión le dijo a nuestro Padre Dios: “tú lo dijiste con tu boca, y lo cumpliste con tu mano y bendijiste a mi padre, tu siervo David”.
Así es nuestro Señor, mis queridos hermanos, por eso hoy ustedes y yo, le suplicamos que nos siga dando que nos ayude a tener el corazón en armonía, lo que pensamos o lo que decimos, o el interior que se traduzca en buenas obras, que se concretice, que se haga directo, para así no seguir multiplicando las desigualdades del mundo. Démosle gracias a nuestro Señor por esta enseñanza tan bella.
En lo que se refiere al Santo Evangelio, mis queridos hermanos que es donde todos hemos de poner el corazón, poner ese cuidado de aprender, vemos a nuestro Señor que ha pasado una situación muy difícil, lo han rechazado los escribas y fariseos, casi lo están persiguiendo, andan buscando a qué horas tropieza, a qué horas dice una cosa que a ellos no les guste, para acusarlo, para echarlo fuera, sacarlo de la escena común, de la escena p hace suyo el dolor de su hijanfianzar qu tanto, estro padre Davidública.
Nuestro Señor toma la medida prudente de retirarse un poco de Herodes y de sus enemigos, de los judíos. Trata de retirarse y sobretodo aprovecha para educar, para enseñar más a fondo el Evangelio a los discípulos. Y sucede este acontecimiento, mis queridos hermanos, aparece como dice el texto: la mujer que gritaba muy fuerte, “Elías, hijo de David, ten compasión de mí”.
Sin duda con esta expresión la mujer toca las fibras más íntimas de nuestro Señor, porque el Mesías sería como David, hijo de David, gobernaría con mucha misericordia y justicia, como David; por eso, acuérdate de tu padre David, sé como tu padre David, cumple lo que esperamos de nuestro padre David, ayúdanos como nos ayudó tu padre, nuestro padre David, no nos desampares.
Y yo creo que sí vale la pena acercarnos al carácter de esta mujer, asomarnos, yo diría incluso a esa maestra de vida. ¿Por qué digo así? Por que ella siendo mujer, siendo cananea; por lo tanto, inmunda, pagana. Ella tiene mucha seguridad, ella tiene bien claro su ser de hija de Dios, por qué no decirlo, entonces se acerca con toda confianza, habla con toda libertad, habla a favor, hace suyo el dolor de su hija, habla a favor de su hija, y por lo tanto, su característica grande, es su amor de madre. Ella está perfectamente identificada con su hija, está comprometida, ella saca la cara por su hija. Hace sacrificios, se arriesga, sabrá Dios cuánto ha sufrido, cuántos desencantos, cuántos portazos no le habrían dado ya con esa niña que se la pasaba gritando, se la pasaba descomponiendo las escenas familiares o comunitarias, y ahora brilla su amor de madre.
Lo necesitamos queridos hermanos; en la Iglesia, en donde quiera, que siga, que no se acabe esta capacidad de amar. Esta capacidad de identificarse en el dolor y luchar. Es muy luchona, muy inteligente además sin perder su humildad; bendigamos también a Dios porque su inteligencia es muy ágil, ella es muy rápida, “las pesca al vuelo”, una mujer admirable.
Sin duda ella cultivó la oración, sin duda esta mujer tuvo los conocimientos que estuvieron a su alcance entre los pueblos fenicios, que llegan a ser de los pueblos más distinguidos –los fenicios nos dieron muchos aportes a toda la humanidad- entro otros, por ejemplo, zarpar los mares, hacer las barcas, los buques, todo lo que es el sistema y el arte de la navegación marítima se lo debemos a los fenicios y ella pertenece a ese pueblo; pero es una mujer con amor y con fe. Cree en el poder, en el poder sorprendente y sorpresivo de Dios, y por eso acude a Jesús.
Les digo, ahí tenemos una escuela espiritual. Así seamos nosotros, aprendamos de estos personajes. Hoy aprendamos de esta humilde mujer, qué lección tan grande dio a los discípulos que todo lo queremos facilito –ya, quítala, hazla a un lado, que no nos venga molestando, regáñala- y nuestro Señor nos enseñó a propósito de este acontecimiento que los discípulos tenemos que amar a Jesús, confiar en el poder bondadoso de Jesús y que tenemos que tener un amor comprometido, atento con el pueblo, con los demás. Ocúpense, fíjense en los demás es lo que dice hoy el Profeta Isaías.
Y queridos hermanos, yo creo que sí hay que resaltar el silencio de Jesús. En aquel tumulto, aquel trajín, aquel griterío y en aquella serie de opiniones Jesús guarda silencio. Qué importante es saber, también guardar silencio. Cuando los acontecimientos nos rebasen: saber guardar silencio.
Hubo muchos momentos en que Cristo guardó silencio. Así recogía la voluntad, el discernimiento de Dios. Con el silencio él sacaba las fuerzas de su corazón. Con el silencio interpretaba, leía el fondo de los corazones; en este caso descubrió una perla preciosa en el corazón de esta mujer.
Una fe muy grande, algo especial, alguien diferente, alguien muy importante a los ojos de Dios; y fíjense cómo cuando Dios nuestro Señor va a actuar le hace una alabanza inmortal y bellísima: “Oh, mujer grande tu fe. Los magos fueron hombres muy grandes, la viuda que dejaba sus dos moneditas en el templo contra los paquetes de los ricos, que daban mucho pero por vanidad, por deshacerse no sé de qué. En cambio nuestro Señor, gracias a esa silenciosa meditación, valora y hace, saca alabanzas muy grandes.
Ya sabemos por ejemplo, son inmortales, la alabanza que hizo al centurión. El centurión le dijo –yo no soy digno de que entres en mi casa, una palabra tuya basta- y esas son palabras inmortales. Y son palabras inmortales las de esta mujer cananea: Señor, ten compasión de mí. En la Iglesia se llama el famoso “Señor, ten piedad” el famoso kyrie eleison que decíamos hasta hace unos cincuenta años: Señor, ten compasión. Señor, ten misericordia de nosotros.
Por eso queridos hermanos en el silencio valoramos más a fondo el bien, la bondad. En el silencio cuando hacemos reposo también descubrimos el mal, como pasó con Herodes, no le contestó Pilato, hay un momento en guarda silencio y ya no le contesta. El silencio es también para nosotros un elemento constitutivo del caminar de la vida, del discernir, del saber escoger, del saber hacer las cosas, como lo hizo aquí nuestro Señor; y entonces, nos regala esa perla preciosa que se haga lo que tú quieres.
Cristo lo que más enseñó fue que se haga la voluntad de Dios. Lo más bonito: ¡hágase tu voluntad en la tierra y en el cielo! Hoy esta pobre mujer, a esta mujer doliente, sufriente, destrozada la levanta tanto como a Dios: ¡Que se haga tu voluntad! Hasta allá podemos llegar ante Jesús cuando somos personas de fe, personas de amor, personas de entrega y confianza en nuestro divino Señor.
Pido para mí, su servidor; pido para todos ustedes hoy, queridos hermanos ese regalo de la fe, ese regalo de la sencillez, ese regalo del amor como el que tuvo esta mujer lo pido para ustedes, lo pido para su servidor para que nuestro Señor de esos abismos y de esas oscuridades y de esos conflictos y tormentas que vamos viviendo nos levante, nos cure, nos dé la armonía y nos dé su felicidad.
Así sea.