Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
”Hijos de su Padre Celestial”. Esta sea el día de hoy, mis queridas, mis queridos hermanos, la enseñanza sublime, el recordatorio de un don tan alto, tan único y especial, que Jesucristo nos ha traído “Hijos en el Hijo”; gracias a Jesús, a su Encarnación, a su sagrado ministerio, a su sacrificio y entrega total, hoy nosotros somos hijos de Dios; y esta noticia no nos la acabamos, esta noticia llena el corazón, el cuerpo, la vida, la historia, el destino de todos nosotros “Hijos de Dios”.
Por eso qué bueno que hoy los textos sagrados, nos ayudan a valorar, nos ayudan a integrarnos a ese misterio incomparable, somos Hijos de Dios; si en seco nosotros nos acercáramos a lo que Jesús ha dicho al principio, pues estoy seguro que diríamos: ‹¡no se puede, imposible!›; si todo mundo sabe y tiene derecho a pedir ‘ojo por ojo, mano por mano, pie por pie, moretón por moretón, vida por vida′, y ese sistema de dar, de pagar, de exigir, ‘talis cualis′, talión, lo que me debes me lo pagas, lo que me quitaste me lo regresas; esa ley tan sensata que quitó la violencia incontrolable, esa ley que parece tan sensata, es muy poca cosa para los hijos de Dios.
“Sean perfectos, como su Padre Celestial”, “sean santos, ¡Yo soy santo!” ‒dice el Señor‒ y por eso mis queridas, mis queridos hermanos, nosotros los que creemos en Jesús, como recogemos con amor, convicción, docilidad, esta Palabra. nosotros, por lo tanto, queremos amar con un amor grande, profundo, leal, auténtico, sublime, como el del Padre Celestial, como el de Jesús, en donde se puede amar a los enemigos, se puede bendecir a los que nos odian, se puede rogar interceder por los que nos persiguen, se puede dar, se puede dar la cara, no des la espalda, nunca le des la espalda a tu hermano, como el Padre Celestial, que por siglos y siglos, sigue haciendo que su sol llegue a los buenos y a los malos, y que su lluvia cobije a justos e injustos, buenos y pecadores, porque todos somos sus hijos.
Mis queridos hermanos, en definitiva, Dios tanto nos ama, que nos quiere a su altura, a su estilo, Dios nos quiere perfectamente identificados con Él, Dios nos quiere diferentes, Dios nos quiere grandes, Dios nos quiere del todo especiales, Dios nos quiere perfectos, Dios nos quiere extraordinarios, Dios nos quiere santos, intachables; démosle gracias, Él bien sabe que estamos a una distancia infinita de alcanzar su santidad; y eso precisamente a Él, le emociona, eso también a Él, lo acerca, lo compromete más ‒si pudiéramos hablar de esa manera‒ también Él a identificarse con nosotros, a crecer en comprensión, en paciencia, en misericordia para con nosotros.
¡Alegrémonos! mis queridas, mis queridos hermanos, estamos dentro de un proyecto sublime, estamos perfectamente ubicados e insertos en los planes sagrados de Dios, estamos incluso llamados a quedar a la altura de lo más extraordinario; hoy, si pudiéramos todas estas expresiones: “sean Santos, sean perfectos”, yo creo que podríamos utilizar ese término “¡exitosos!”, ustedes no son poca cosa, ustedes no son unos impotentes, unos frustrados, unos acomplejados, “¡exitosos!”, por el Espíritu, por la actitud, por el amor. Así sea.