Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

Clausura de la Escuela de Verano 2022 en la Vicaria San Antonio

19 de agosto de 2022

 “Damos gracias a Dios, porque Él nos ama”. Estuvimos repitiendo esto mis queridas, mis queridos catequistas; y qué regalo tan bello el de la Palabra, quiero citar al pie de la letra lo que tanto repitió el Profeta: “Hijo de Hombre, habla en mi nombre a esos huesos secos; Yo pronuncie el nombre del Señor, pronuncie las palabras que Él me había ordenado, yo hablé en nombre del Señor tal y como Él me lo había ordenado”; −profeta en medio de un camposanto, de un panteón, rodeado de huesos secos y recibe este mensaje, increíble, absurdo a los ojos de los hombres−  pero el Señor lo hizo con una certeza, con una claridad, así le ordenó al Profeta.

 Bueno en pocas palabras, hoy los creyentes en Cristo estamos rodeados de huesos secos, de huesos sin piel, sin nervios, sin tendones, sin vida; y gracias a nuestro Señor, con una misión más alta que el profeta que la del profeta; el profeta recibió una misión, vamos a decir limitada, una una visión que se encamina hacia el futuro, nosotros en cambio en Cristo, gracias a Cristo tenemos una misión verdaderamente bella, poderosa, dinámica satisfactoria, en el mundo de hoy.

 Jesucristo ha traído vida nueva, existencia nueva, resurrección; cada vez que una persona pronuncia una palabra en nombre de Dios −como lo hacen nuestros nuestros, nuestras queridas catequistas− algo nuevo, algo valioso, algo fuerte, transformador, sucede en las personas; por ejemplo después de pronunciar el nombre del Señor, le dice ¡hazlo en nombre del Espíritu, invoca el Espíritu!, la Palabra y el Espíritu, son únicamente de Jesús, solo Él ha traído la vinculación entre la Palabra y el Espíritu; cuando alguien habla aunque sea torpemente, aunque modestamente, aunque sea pues… ahora sí que como sea, pero en el nombre del Señor, con amor al Señor, suceden maravillas.

 Hubo profetas que dijeron: ‹Yo quiero siempre servir, hablar, ofrecer la Palabra de Dios›; el Profeta Isaías incluso llegó a decir ‹yo con que hable, yo con que ofrezca una palabra, algo desde la Casa del Señor, aunque parezca  −lo voy a decir en latín, primero porque era muy famosa esta expresión−  aunque parezca canis in domo Domini latrans, aunque muchas veces yo no tenga un mensaje esplendido, convincente, atractivo, yo con que sea como el perrito que ladra en la casa de su señor, que quien se acerque a la casa del señor sepa que aquí hay quien cuida, quien habla, quien defiende la casa del señor, sicut canis, quod lateres in domo Domini, como un perrito que le en la casa de su señor›.

 Yo no seré Isaías, yo no seré Juan Crisóstomo, yo no seré san Agustín, pero ofreciendo mi voz, que muchas veces podrá parecer pito viejo que avienta el aire por todos lados,  yo con tal de hablar para mi , en favor de mi Señor, por mi Señor, estoy dando vida, estoy haciendo que ¡hey! abran los ojos, ¡hey! se detengan ¡hey! cuiden; eso en lo que se refiere al texto del profeta Ezequiel. Sabemos que Jesucristo en medio del mundo, nos regalará el Espíritu al final de los tiempos, ya en una forma perfecta, en una forma completa, definitiva, y nos resucitará; que bonito el canto “Yo lo resucitaré, yo lo resucitaré, yo lo resucitaré, yo lo resucitare en el día final”. Llega la Palabra de Jesús y llega el Espíritu, y llega la vida y la vida de Jesús no es una vacilada, la vida de Jesús es vida nueva, vida eterna, vida plena; mis catequistas siéntanse felices de haber sido invitadas a la Casa del Señor, siéntanse felicísimas de haber, felicísimos de estar en el espacio de Cristo ofreciendo vida, Espíritu nuevo, divino.

 Y de hecho fíjense! siempre que aparece la Palabra de Dios, un espíritu malo se va, hay muchos espíritus malos, hay mucha muerte; los espíritus malignos siembran muerte, confusión tristeza, complejos, amarguras, desolación, y la Palabra de Jesús siempre es, pues sol de mil resplandores, y por eso nos emocionamos y pedimos a Dios nos de el gozo de amar la palabra y proclamarla.

 Por cierto voy a hacer una pequeña observación, al cabo ustedes y yo siempre estamos aprendiendo, y han venido ustedes a aprender, voy a dar un detallito, todavía hoy dijimos: lectura del profeta Ezequiel, ya no digan lectura, la lectura es una lectura privada, la lectura solemne pública debe ser proclamación, entonces simplemente ya vamos a decir “Del profeta Isaías, De la Carta del apóstol San Pablo, Del Salmo 16, Del Santo Evangelio según…” no es lectura, la lectura tiene un saborcito de algo pasado, de algo muerto, de algo incierto; la proclamación es decir: yo me comprometo, yo estoy convencido, yo actualizo hoy la hermosura, la fuerza de la Palabra de Dios; por favor mis catequistas ustedes, y enseñan en sus parroquias, enseñan a su alrededor que en la iglesia cuando se proclama la palabra, ¡así! de lleno, con ímpetu, con seguridad, con gozo: ”Del apóstol San Pablo, De la Carta de San Pedro”, etcétera.

 En lo que se refiere al Santo Evangelio, hoy nos tocó este texto bellísimo del capítulo 22 de San Mateo, un hombre tentando, provocando a Jesús “Oye Maestro ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”; hoy ustedes y yo no, no preguntemos así, este hombre lo hizo para tantear a Jesús, nosotros le vamos a decir: ¡Oye Maestro! gracias porque nos enseñas, gracias porque nos recuerdas, gracias porque nos das el mandamiento más grande, el mandamiento,, el el don el regalo que nos llevará a la vida eterna, gracias por enseñarnos a amar, gracias por ayudarnos a amar, gracias por integrarnos en ese dinamismo perfecto que tú traes del amor de Dios, del amor del Padre; te bendecimos, te adoramos, porque nosotros estamos colaborando, nosotros hemos sido llamadas llamados a que el amor no se acabe.

 Que esa llama de amor divino no se apague jamás en medio del mundo, y empezando por los niños, y por eso te pedimos que nos enseñes ese “con todo” con todo el corazón, con todo el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas, con todo lo que eres, y con todo lo que tienes y con todo lo que tendrás, con todo lo que recibirás, amarás con todo lo que aún te aguarda por recibir; esa es nuestra vocación mis queridas hermanas mis queridos hermanos, y la asumimos con un gozo infinito y lo transmitimos, esa es la flor de la catequesis, ese es el fruto de lo que nosotros hemos venido haciendo, estudiando, perfeccionando, y ahora en nuestros cursos de verano, pues sin duda lo hemos tenido a flor de piel, a cada rato, y por eso vamos a hacer que nuestra catequesis no descanse, ni en la saliva ni en los gargajos, sino en el amor. Así sea.