“El cielo y la tierra se irán, pero mis palabras nunca se irán”.
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco
18 de noviembre de 2018.
“El cielo y la tierra se irán, pero mis palabras nunca se irán”.
Queridos hermanos como siempre al acudir a la casa del Señor, encontramos una sabiduría bien especial. En el contexto de hoy, pues se nos habla certeramente, solo Dios sostiene y rige la historia, la íntima, la personal y la macro, la gran historia está en las manos de Dios; y como hay personas, acontecimientos, actitudes que no son fieles a Dios, que no respetan la voluntad, la enseñanza, la intimidad de Dios – digámoslo así – entonces vienen desequilibrios, vienen desestabilizaciones muy fuertes, y de hecho este viene a ser hoy, el gran mensaje.
En el mundo muchas cosas deslumbran, muchas cosas o personas suben, muchas costumbres, muchas actitudes, muchas culturas, muchas ideas, muchas palabras suben, parece que van a ser la “última palabra”. Hoy por ejemplo la tecnología nos hace creer que es la divinidad, es la que rige, es la necesaria, absoluta para el caminar de los hombres; y entonces hay quienes a la ciencia, a la tecnología pues, se les entregan totalmente, y quieren vivir día y noche de eso, para eso, por eso.
Y hoy la Iglesia, qué bueno que a nosotros nos ayuda, nos enseña, nos motiva, nos repite, nos demuestra que, lo único perdurable, lo único sustentable, pues es lo de Dios. Y en el caso de nosotros los cristianos se nos revelo aún algo más precioso, su Hijo, Él envió a su Hijo para que diera solidez, salud y buena ruta a la historia humana, a las personas.
Hoy de varias maneras se nos habla de cómo se tambalea todo, se tambalea el sol, se obscurece, la luna también, las estrellas se descontrolan, se caen cosas admirables, cosas intocables, ‒ y bajándonos como digo a la historia ‒ pues también hubo imperios que dónde están ahora, no están, culturas, cielos, el cielo de Tolomeo, el cielo de Copérnico, el cielo de Galileo, el cielo de Einstein, cielos muy grandes.
Ahora también el universo de las finanzas, el dinero, “el dios dinero” es apabullante, es penetrante en todas las áreas, también el universo de las costumbres de las modas, vestimentas; sin duda alguien que vio a los emperadores, o que vio a las cortes de Francia se imaginaron que ya eso era el último grito, y que ya nunca pasarían esas modas, y hoy esas vestimentas, hoy todo eso parece ridículo, pasado, se fue; así las palabras, las ideologías se van, se irán; Dios no se irá.
La Iglesia hoy, siente un gozo enorme de que está construida en solidez, en una roca que se llama Jesucristo, ya desde antes de que viniera Cristo se sentía ese tambaleo de la historia, y por eso de una manera se nos dice «No se asusten va a venir Miguel, es un gran príncipe y el defenderá a su pueblo»; el pueblo de Dios siempre caminará seguro, el pueblo de Dios siempre tendrá recursos, el pueblo de Dios siempre tendrá salvación, el pueblo de Dios tiene ruta, destino, tiene un buen final, tiene en verdad una desembocadura deliciosa que se llama “la gloria”, que se llama “el cielo”.
Ese príncipe, dice, ¡salvara a tú pueblo! y, tiene un libro donde están escritos los nombres, – aquí me permito volverles a recordar – qué delicia es que desde pequeñitos, lo primero que nos regalaron con el bautismo fue inscribirnos en el libro de la vida, en el libro de la Iglesia, en el sagrado libro de los hijos de Dios, en el sagrado libro de la familia de los que están llamados a consagrarse al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y a vivir en frescura, a vivir en ese delicioso perfume del Espíritu Santo.
Y por eso dice: “Tenemos que tener guías, sabios”, aquí, bueno las familias, los papás, los abuelos recuerden hasta el final nosotros estamos llamados a ser conductores, maestros. “Enséñanos Señor tus caminos”, y Dios los enseña a través de que no se acabe esa grandeza de la enseñanza del Evangelio, de la enseñanza divina, de la enseñanza de los mandamientos, porque entonces al conocer los caminos de Dios, aparecerán estrellas nuevas, firmamento nuevo, cielos nuevos; pero ya descansando precisamente en los que son fieles, en los que han entendido, en los que han disfrutado la voluntad de Dios y ahora ellos son glorificados, son llenos de luz para que permanezcan las cosas de Dios, sus planes tan hermosos, tan llenos de felicidad, tan llenos de luz.
Pues queridos hermanos, hoy renovemos también una fe muy grande en ¡Cristo vendrá!; de todo eso que se desbarata, Cristo salvará a sus fieles, a sus amigos, a sus discípulos, a sus consagrados, Cristo los salvará, Él personalmente tendrá la delicadeza de venir a recogernos, a levantarnos, a elevarnos, a transformarnos, porque en la vida todo se fue acabando; también nosotros a nivel personal, muchas veces sentimos que lo mejor, lo más seguro que teníamos se desbarata, se pierde el equilibrio y nos desconcertamos, dentro de nosotros vamos experimentando ese derrumbe; pero hoy la fe a nosotros nos garantiza «no te asustes, tú tienes un amigo, tú tienes un hermano, tú tienes un redentor, tú tienes un Dios, tienes un Salvador, tienes un soporte y una instancia que te dará otra vez la felicidad, la solidez, la grandeza, la gloria.
Démosle gracias mis queridos hermanos, y por eso, como tenemos que encomendarnos a Cristo, como tenemos que pensar en Cristo¸ como tenemos que decir lo que decía la Iglesia primitiva, mâran’athâ “ven Señor Jesús”, ¡ven! para que se acaben mis miedos, ¡ven! porque tengo tristeza, ¡ven! porque tengo tantos pecados, ¡ven! porque tengo tantas incertidumbres, ¡ven! porque se me desbarata la vida, ¡ven! porque se me desbarata la familia, ¡ven!, sálvame, sálvanos, recógenos, reconócenos, glorifícanos. Así sea.