Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Misericordia quiero, no sacrificios dice el Señor”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, en este día, pues bonito para la Diócesis, para nuestro Seminario, damos gracias al Señor, porque su palabra nos marca y, queridos jóvenes, estoy seguro que a ustedes les dará una ruta inolvidable en su vida; porque en la actualidad toda la cultura, las estructuras humanas, avanzan hacia la dureza de corazón, avanzan hacia la eficiencia, competencia, ganancia y, se queda atrás, muy atrás, el alma, el corazón, los sentimientos. Y siempre que a nosotros, como Pueblo de Dios, nos acercamos a esta fuente tan bella de la misericordia, encontramos que el gran secreto es el corazón; toda la Escritura, y sobre todo nuestro gran Señor Jesucristo, nos explicó, nos demostró que en la vida, en las historias personales y familiares, muchas cosas han venido abajo, se han derrumbado, por la dureza de corazón;
Cuando se trataba por ejemplo del tema de la familia, Nuestro Señor les pregunta así, por que quede claro todo: ‘¿Y Moisés que decía de esto?, ¡No! Moisés sí nos permitió divorciarnos, dejar a la mujer, echarla de la casa y bueno seguir adelante sin ella′, y Nuestro Señor dice dos cosas muy bellas: ‘bueno en el principio no fue así, en el corazón de Dios eso no está bien, Él no proyecto eso′; por la dureza de su corazón, Moisés transitoriamente permitió el divorcio, por la dureza del corazón se derrumban la familia, las relaciones humanas, y tantas experiencias de amor, de lealtad y de servicio, por ejemplo en la familia, en la iglesia, y en la sociedad en general.
Pues queridos jóvenes, estoy seguro que a ustedes nunca se les olvidará, que el día en que ustedes empezaron a dar esos pasos ya firmes hacia el ministerio, lo primero que se les pidió fue que, conocieran ¡esforcémonos! ‒dice el profeta‒ “esforcémonos por conocer al Señor”; que en el Seminario, y luego como sacerdotes, nunca pierdan el gozo de conocer, de estudiar, de investigar, de meditar la Palabra, la voluntad, las enseñanzas sublimes de Nuestro Señor, a través del Espíritu Santo y, pues de los profetas en el antiguo, y sobre todo en la plenitud en su propio Hijo Jesucristo, que nos ha traído un banquete delicioso de sabiduría, práctica para vivir; y por eso nos marca “¡Esforcémonos por conocer al Señor!”, y vendrá la aurora, la luz de la vida.
Y termina este texto que se nos ofrece a toda la Iglesia hoy, del profeta Oseas “Yo quiero amor, no sacrificios” ‒otra vez‒ conocimiento de Dios, más que holocaustos; seguimos recordando: la ignorancia es atroz, la ignorancia también acaba con muchas personas, con muchos proyectos de vida; ustedes jóvenes desde ahora, dispónganse a vivir en comunidad, ahorita la del Seminario, y también ahí mismo, hay la manera de que ustedes más estrechamente sigan aprendiendo a vivir en comunidad, mañana será Pequeña Comunidad de Sacerdotes, Comunidad de Consagrados, y ustedes fomentarán en las Parroquias, las Pequeñas Comunidades, la Sectorización, y ahí es donde se resguarda, y donde se alimenta tanto la fe, y luego pues la lealtad, en esta característica de la misericordia.
El Salmo 50 también, bueno hoy, en toda la Iglesia se ofrece, y tiene enseñanzas muy grandes: que no nos vayamos a creer ya los buenos, los diferentes, los especiales, porque así pasa; en la Iglesia se ha sufrido mucho cuando nosotros los Obispos nos hacemos orgullosos, nos hacemos soberbios, nos hacemos déspotas, y pues la Iglesia se desilusiona, la Iglesia pues casi se derrumba, no se derrumba porque el Espíritu y la Sangre preciosa tienen un poder infinito, pero sí hacemos que trastabillen las comunidades que se desconcierten, y muchos se vallan.
Jovencitos, ustedes por favor, en el nombre del Señor, tomen ese perfil de gente sencilla, tomen el perfil de personas que tienen como claridad meridiana, la humildad, ‒como aparece hoy en la parábola‒ este hombre pecador era muy humilde, y se ve también muy misericordioso, y pide misericordia, busca la misericordia infinita de Dios, y pues sin duda la encuentra; creo que si nosotros conservamos esos proyectos, esas ilusiones y esas actitudes, está garantizada nuestra vida ministerial.
Pues quiero dar gracias a Nuestro Señor junto con ustedes, porque el Patriarca san José, queda como una referencia de esto que pide la escritura; él fue fiel humilde, él fue bien obediente, y casi siempre en sus textos terminan diciendo los Evangelistas: “E hizo lo que el Señor le ordenó”, hacer la voluntad de Dios, y ya hoy quedó clara: ‘Yo quiero conocimiento, y Yo quiero misericordia′, pues comunión, y que nuestro Diócesis se distinga por tener Agentes de Pastoral misioneros ‒ misericordiosos, esto estamos pues, implorando al celebrar la sagrada eucaristía, de la mano de san José.
