Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“Y Moisés subió al monte para hablar con Dios”.
Como quisiera detenerme en esta pequeña expresión del Libro del Éxodo, en su Capítulo 19, cuando el Espíritu Santo quiso se registrara, esa experiencia que tuvo Moisés, ese regalo de Dios que le concedió hablar, dialogar con Él. “Moisés subió al monte a hablar con Dios”; imagínense para nosotros que dicha queridos hermanos, que hemos venido a hablar con Dios, a hablar con Jesús su Hijo, a hablar con el Espíritu, el Espíritu Santo; imagínense como nosotros hemos de tener perfectamente claro, ese ambiente que se hace en el Templo, que se hace en la comunidad cristiana que se reúne en el nombre de Jesús, “hablar con Dios”, quiere decir que lo escuchamos y también le respondemos, y también nosotros le hablamos y él nos responde.
Pero sobre todo quiero fijarme junto con ustedes, en ese ambiente, en ese valor tan grande que tiene “hablar con Dios”. Por ejemplo si nosotros somos de las personas que hablan mucho, y que nuestra palabra se escurre como agua, y que al final no tiene sentido, al final no deja nada, pues como nos ayuda este regalo, esta conciencia, de que la Palabra es divina, es constructiva, de que gracias a la Palabra se desencadenan muchos acontecimientos, experiencias y toda una narrativa de vida; piensen cuando dos jóvenes dialogan, hablan y llegan al famosísimo ‘¡Sí!′ gracias a ese sí surge toda una historia, todo un estilo de vida, una familia, un hogar, surge una multitud de experiencias de vida, de amor, de felicidad, que verdaderamente nosotros debemos seguir apreciando, y debemos seguir tomando en cuenta, porque hay momentos muy solemnes en donde “hablar con alguien” se convierte en algo fundamental, crucial.
Lo mismo puede pasar cuando nuestra palabra pues, está envenenada, nuestra palabra es mala, malintencionada, corriente, cuando nuestra palabra es falsa, cuando nuestra palabra pues, es devastadora, ofensiva, burlona, pues como se hace daño; en cambio nosotros los del Pueblo de Dios, los cristianos: “hablar con Dios”, y para ello pensemos un poco ya en la vida de Jesús cuando contempla las multitudes, Él lo primero que hace es sentir amor, sentir compasión, querer estar cercano, conducirlos, instruirlos; cuantas veces ‒es más, ni una sola vez‒ Jesús desperdició de estar con las multitudes, para anunciarles, para ofrecerles, enseñarles el Reino de Dios.
¡El reino de Dios está aquí!, Dios se acerca y Dios quiere dar su Espíritu, su sabiduría, su verdad, su ternura, para que cambien las condiciones de vida. Nosotros a las multitudes las vemos casi siempre con admiración, con interés ‒de que compren, de que voten, de que aplaudan, de que te hagan famosa o famoso, alguien‒ en cambio Jesús no, Jesús ve en la multitud el fruto del trabajo de Dios, fruto de la obra de Dios, ¡es una mies! es una cosecha, y le vamos a dar trabajadores. Vean también aquí como Nuestro Señor está diciendo, enseñando que el pueblo, los pueblos necesitan servidores de Dios, que ayuden a que eso se convierta en vida, en fruto, en cosecha, y por eso luego viene el llamado de los Apóstoles.
Y hoy yo quisiera, a punto de encontrarnos todos los Obispos ‒lo hemos ido haciendo‒ de México con el Santo Padre; quiero pensar con mucha emoción, en cómo encontrarnos con el príncipe de los apóstoles, el sucesor de Pedro: el Santo Padre, porque es fundamental, es voluntad de Dios, del Padre, de su Hijo, y de su Espíritu que la Iglesia tenga los trabajadores cualificados para asegurar la cosecha de Dios; y que emoción tan bella junto, con mis hermanos Obispos, escuchar, hablar con el Santo Padre, hablar con el representante maravilloso de Cristo que es el Santo Padre, hablar con Dios, hablar con Cristo, hablar con el sucesor de los Apóstoles; escucharlo, recibir su luz, su consuelo, su palabra, su aliento; es una experiencia bellísima, tenemos que pedirle a Nuestro Señor que eso lo sigamos valorando hoy, que, nosotros valoremos esos trabajadores especiales de la cosecha de Dios ‒como digo‒ es el Santo Padre.
¿Y porque venerar, porque estar al pendiente de la sucesión apostólica? Lo dice bien el Texto Sagrado: «ellos fueron escogidos y fueron enviados, y llevan una misión preciosa: curar, sacar al ser humano de las garras del espíritu, de los espíritus perversos, malos, destructivos, devastadores»; se multiplican y siempre se han multiplicado los espíritus malignos, y siembran sentimientos malos: desconfianza, miedos, temores, divisiones, malicia a flor de piel, maldad, espíritus malos. Qué bonito que nosotros los de Cristo, tenemos esa misión de rescatar de tanto espíritu perverso, que destruye y que quita la felicidad a las personas.
Y por eso digo, en el encuentro con el Santo Padre ‒yo quiero pensar‒ en las virtudes del Papa están las virtudes de los Apóstoles, en las virtudes de mis hermanos Obispos están las virtudes de los Apóstoles; y quiero pensar por ejemplo en estas: ‘Todos los Apóstoles fueron muy nobles, todos los Apóstoles fueron muy humildes, todos los Apóstoles fueron muy generosos′; y hasta la fecha lo vemos, cuantas veces una persona a los 60 los 70 años ya está, pues de chillona, que ya no quieres hacer nada, o que a esto o lo otro, y vemos al Papa de ochenta y tantos años, y a los Papas que han pasado, con una energía, con un gozo de servir, con un gozo de amar, de enseñar, de acompañar al Pueblo, de prevenirlo de los peligros y de llenarlo de la gracia de Dios; todos los sucesores de los apóstoles han sido muy generosos, generosos.
Y bueno ya nada más dejo esta virtud, yo también quisiera tenerla: “Todos los Apóstoles se dejaron corregir”, a todos los Apóstoles Cristo les corrigió la plana, algo les pidió, algo les señaló, en algo les llamó la atención, y todos humildemente aceptaron la corrección; lo digo porque hoy ya desde niños les enseñamos a que no, que no se dejen corregir, ellos son autónomos, que ellos son la estrella de la casa, y de la escuela y de la calle, y sobre todo de los antros de vicio, ¡No! ‘corregir′; somos imperfectos, déjate enriquecer, enderezar, mejorar, que daño te hacen con querer que seas mejor, que te superes, que tú mismo saques lo valioso que Dios te ha hecho.
Los Apóstoles se dejaron corregir, no se diga el apóstol Pedro, hasta con palabras fuertes, Nuestro Señor lo corrigió: « ¡mete la espada!, ¡retírate de mí!, ¡hazte a un lado!, ¡échate pa´ tras!, ¡tú piensas como los hombres, piensa como Dios, descubre la voluntad de Dios!», y Pedro se dejó corregir, humildemente aceptó, humildemente mejoró, hoy gloriosamente, es “El Príncipe de los Apóstoles” y las gracias, y las bendiciones que el Señor personalmente le dio a él, son tan ricas, que todos sus sucesores y todos los que él invite al episcopado, llevan la garantía de la verdad, del amor y de la felicidad de Dios, de la santidad de Dios. Amén.