Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco
17 de septiembre de 2017
“Siete veces, hasta setenta veces siete”. Mis queridos hermanos, la Iglesia en esta etapa ha venido recordándonos, reeducándonos para la vida familiar, para la vida comunitaria. Cuántas veces las personas, por desgracia, con soberbia dicen: “yo no necesito, yo no tengo porque ir a la iglesia, yo hablo con Dios, yo me entiendo con Dios”, y hemos venido reflexionando, pues es como si una hojita se desprende, se sale del árbol y presume, y se cree, termina secándose, cayéndose, siendo nada. En el árbol, todos somos diferentes, todos hacemos una experiencia extraordinaria.
Cuando venimos a la Iglesia, claro, venimos a adorar a Dios; venimos al encuentro con Dios; venimos a ponernos de pechito como decimos en México, con nuestro Padre Dios; por su misericordia entramos a su casa, Él nos invita, Él es el que nos da el pase, pero no se imaginan -bueno ustedes sí lo saben hermanos- ¡cuántas bendiciones!, ¡cuántos recursos diferentes, fresquecitos, muy valiosos nos aporta la gran comunidad! Es muy distinto estar solos, a estar con tantos hermanos nuestros, unos nos edifican por su piedad, otros por su recogimiento, por su alegría, tal vez, incluso nos ayudan bastante con sus defectos, con sus errores, pero al final somos la gran familia de los hijos de Dios.
Hoy mis queridos hermanos, vean qué enseñanzas tan hermosas nos ofrece la Sagrada Escritura: ¡No seas rencoroso!, al final te atormentas, tú eres el primero que va a estar sufriendo y va a andar cargando porquerías y basuras sin necesidad. ¡No seas rencoroso!, porque el rencoroso agranda, maximiza las faltas, exagera las faltas ajenas, y termina siendo cruel, más cruel, más abusivo, más ventajoso, porque ya planea y estudia cómo vengarse, cómo pegarle, cómo sentar al otro y acabarlo. Se van atrofiando los sentimientos cuando nosotros cultivamos la cólera, o el rencor, o la venganza, y fíjense queridos hermanos, son de los defectos –pecados- que en un segundo ¡zas, un balazo!, arruinaste, te arruinaron, te arruinaste.
Hermanos, qué hermoso es ser libres, caminar sin tantas cargas. Qué hermoso es sentirnos en paz, ofrecer la paz, estar tranquilos, ser tranquilos, sin vivir angustiados, y sin andar angustiando, fastidiando a los demás; así nos liberamos también de muchos miedos, de muchos remordimientos. La venganza pues, el rencor, el odio es una crueldad, y Dios no bendice jamás, Dios nunca te apoyará para ir contra alguien, para vengarte, para dañar otra persona.
Y por eso mis queridos hermanos, ¡qué hermosas las expresiones del Santo Evangelio!: ¡ten paciencia!, ¡perdóname!, te perdono porque me lo pediste, te lo perdono, tener lástima. Vean, expresiones: te perdoné, te tuve paciencia; y fíjense queridos hermanos, a mí me ha impresionado en esta ocasión muchísimo cómo los compañeros, los amigos, si somos crueles con uno, se nos echan encima todos, perdemos.
A ver, lo quiero leer en clave positiva. Todos nosotros muchas veces no podemos hablar, no podemos defendernos. Muchas veces nosotros no tenemos ocurrencias, o fervor; pero la Iglesia sí tiene fervor, la Iglesia sí siente a Dios, la Iglesia invoca a Dios y pide por nosotros, la Iglesia nos guarda las espaldas, sobre todo cuando vamos a morir, esto es de lo mas bello de la Iglesia: El día que tú te mueras y que ya no puedas hablar, defenderte; cuando tú te mueras ya no vas a poner obras buenas, pues en ese instante entra la Iglesia, y la Iglesia habla, suplica, intercede, defiende tu destino, tus derechos, la Iglesia te cuida, te respalda, la Iglesia te valora, la Iglesia te defiende; incluso la Iglesia te presume, y a eso se le llama la comunión de los santos, a eso se le llama Iglesia católica, a eso se le llama la gran familia de los hijos de Dios.
Cuando nosotros no tengamos, la Iglesia tiene; cuando nosotros no podamos, la Iglesia puede; cuando nosotros hayamos perdido todo, la Iglesia abre sus tesoros, su nobleza en favor nuestro. Hoy el Evangelio dice que hemos de caminar con mucho cuidado de no ser crueles con alguien porque somos crueles con todos, herimos, ofendemos a todos.
Supliquémosle, pues, a Nuestro Señor -mis queridos hermanos- que la vida de la Iglesia siga siendo muy rica en cuanto a la enseñanza, en cuanto a la motivación, en cuanto a las virtudes, en cuanto a la celebración, en cuanto a la alabanza para que eso nos purifique, para que eso nos limpie, para que eso nos vaya salvando de nuestros abismos, de nuestros caprichos y de todas aquellas cosas que al final, tanto nos harán daño.
Damos gracias a Nuestro Señor, porque Él en su gran misericordia, también a su Iglesia la está haciendo misericordiosa. Todas las luces tan hermosas de Dios caen, llegan al corazón de la Iglesia; que desde ahí, queridos hermanos, nosotros podamos también recoger cada vez mejor la alegría y la paz, la bondad y el amor. Así sea.