“Dichoso el hombre, que confía en el Señor”.

Durante la Visita Pastoral a la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen.

Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

17 febrero de 2019

Durante la Visita Pastoral a la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen.

“Dichoso el hombre, que confía en el Señor”.

Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, cómo necesitamos esta Palabra, cómo necesitamos estas enseñanzas porque hoy, bueno siempre, en el mundo se nos llena de mentiras, por desgracia todos caemos, fallamos en este universo de la mentira.

Hoy existen mentiras sociales muy fuertes, avasalladoras, es una mentira que con las riquezas se es feliz, esa es una gran mentira porque Jesús lo dijo. Son más felices los pobres porque ellos saben convivir, se saben buscar, se aprecian, se valoran, se necesitan, establecen relaciones humanas muy vivas, constructivas; y una persona rica se va encerrando en sus negocios, en sus proyectos, en su resguardo personal; muchas personas han adquirido riquezas muy grandes, y cuando dicen que disfrutarán, ya su familia se fue, ya sus hijos no están, su esposa está marchita, le faltaron caricias, compañía, delicadezas, y lo principal, falló el amor interpersonal.

Qué bueno que nuestro coro y tantos jóvenes gritaban: “Dichoso el que confía en el Señor” y el Profeta nos regala imágenes, pues bien fuertes. Claro que la primera palabra es muy dura “Maldito el hombre que confía en el hombre” le va muy mal, se seca, se aparta, es como si se fuera al desierto y ahí el calor, y todo el viento y la falta de lluvia lo va secando, le da espinas, lo hace agresivo, espinoso, inhóspito, no recibe, no respeta a nadie –si te acercas te espina‒ así pasa cuando nosotros nos alimentamos de las mentiras humanas y nos vamos dañando y se va acabando la belleza de la vida.

La belleza de la vida está en los que aman al Señor, en los que confían en el Señor, en los que no se burlan, en los que no desprecian, en los que no se encierran, en los que han aprendido a servir, en los que se preocupan con sensibilidad de sus semejantes, son como un árbol: fuerte, buenas raíces, buen tallo, bonitas hojas, el ramaje verde, agradable, atractivo, ahí se puede convivir, se puede uno refrescar, esa es una persona buena, esa es una persona que ama a Nuestro Señor.

Y ya ven mis queridos hermanos, cómo necesitamos que la Palabra de Jesús nos dé la verdad, la verdad infinita, que salgamos de tantos engaños, y que nosotros mismos conducidos por este sagrado Maestro, hagamos pues, hermosa nuestra vida, aunque seamos pobrecitos, aunque a veces no tengamos ciertos recursos, nosotros teniendo a Dios, nosotros teniendo a la comunidad, teniendo a nuestra familia, teniendo a nuestro pueblo, somos perfectamente felices. Me impresionó en una ocasión, un relato del Rey David, y bueno, desde esa época hay varios relatos pero uno culmina cuando el Profeta le dice a una mujer: “¿Qué te hace falta, qué quieres? ¿Quieres una recomendación? yo soy amigo del Rey, yo soy amigo del general, y la mujer dice «en medio del pueblo lo tengo todo, estoy en paz, estoy a gusto en medio de mi comunidad, no necesito ni ayuda ni recomendaciones de los grandes».

“Bienaventurados los pobres, Bienaventurados los que tienen hambre, Bienaventurados los que lloran”; yo estoy seguro que ese era el panorama que Jesús estaba viendo, porque venían de muy lejos, de Tiro, Sidón, de Jerusalén, de Judea, de Galilea, y yo creo muchos niños estaban a chille y chille cuando Nuestro Señor estaba predicando y alguien se los quiso callar, y alguien les quiso decir que los sacaran de ahí, de esa zona para que el Maestro pudiera predicar, y nuestro Señor ¡no, déjenlos que lloren, vengo a consolarlos!, y tal vez habían pasado jornadas y jornadas y, pues ustedes saben, el Señor tuvo que multiplicar los panes. Y vean, desde entonces Cristo no solo multiplicó panes, sino multiplicó vida, amor, amistad, arte, belleza, música, cuánta música se ha compuesto gracias a Cristo, cuántas pinturas se han hecho para Cristo, y cuántas esculturas, cuánta arquitectura para honrar, para engrandecer, para multiplicar la belleza de la enseñanza del corazón de Cristo.

Pues mis queridos hermanos, el día de hoy, unámonos a la Iglesia que escucha al Señor, dice “Iban a oírlo para sanar”. La palabra de Jesús sana nuestras mentalidades, nuestras ansiedades, quita nuestras amarguras. La enseñanza de Cristo nos da la paz. La enseñanza de Cristo pues nos libra por ejemplo de la avaricia, de la crueldad –así se va haciendo nuestro mundo, cada vez más cruel‒ necesitamos los espacios de la Iglesia, necesitamos los sectores, necesitamos las pequeñas comunidades, necesitamos la escucha constante de la Palabra, las súplicas a Dios, necesitamos la metodología de estar juntos, caminar juntos, necesitamos escucharnos, escucharnos en serio, y viene mucha felicidad, y viene mucha rectificación, y viene –como hemos dicho‒ tanta paz.

Pues queridos hermanos, que el día de hoy aquí en nuestra Parroquia de la Santísima Virgen del Carmen, nosotros recojamos este sagrado misterio y secreto de ser pobres, o sea, de ser buenos, de ser sencillos, de ser humildes, de saber convivir, de saber apoyar, de quitar todo lo que sea abusos, que no seamos nunca abusivos, prepotentes, que no andemos cobrando el bien que hacemos a los demás ‒en la casa sobre todo, en cortito‒ que nosotros no seamos pues, de corazón duro, sino que seamos realmente eso que la Iglesia nos está pidiendo: más amables, más cuidadosos.

Las personas pobres así son, bien delicadas, primero los demás, silencio; no es la prepotencia ni la violencia la que nos trae el progreso, el verdadero progreso nace de esa sencillez, de esa calidad y capacidad de donación y de servicio humilde. Lo vamos a pedir pues en esta Celebración Eucarística, seguros de que nuestro Señor nos está escuchando, seguros de que nuestro Señor nos ha invitando para quitarnos las pretensiones que hagan daño a los demás y pues, darnos un camino satisfactorio, correcto; tal vez llegaremos con las manos vacías, pero a nuestro alrededor habrá muchas buenas obras, habrá mucha caridad, habrá mucha sonrisas, con el amor y la humildad de Cristo, así será.